martes, 30 de diciembre de 2008

Cómo escapar del fin del mundo

Hemos llegado a tal cúmulo de crisis que, todas conjugadas, pueden poner fin al tipo de mundo que Occidente ha impuesto a todo el globo en los últimos siglos. Se trata de una crisis de civilización y de paradigma de relación con el conjunto de los ecosistemas que componen el planeta Tierra, relación de conquista y de dominación. No tenemos tiempo para subterfugios, medias verdades o simplemente negación de aquello que está a la vista de todos. El hecho es que así como está, la humanidad no puede continuar. De lo contrario, vamos hacia un colapso colectivo de la especie. Es tiempo de balance ante la catástrofe previsible.

Nos inspira una escuela de historiadores bíblicos conocida con el nombre de escuela deuteronomista, derivada del libro del Deuteronomio, que narra la toma de Israel y la entronización de jefes tribales (jueces). La escuela reflexionó sobre 500 años de la historia de Israel -la edad que tiene Brasil-, haciendo una especie de balance de varias catástrofes políticas ocurridas, especialmente sobre la del exilio babilónico. Sigue un esquema, yo diría que casi mecánico: el pueblo rompe la alianza; Dios castiga; el pueblo aprende la lección y reencuentra el rumbo correcto; Dios bendice y hace surgir gobernantes sabios.

Usando un discurso secular, apliquemos, análogamente, el mismo esquema a la presente situación: la humanidad rompió la alianza de armonía con la naturaleza; ésta la castigó con sequías, inundaciones, tifones y cambios climáticos; la humanidad aprendió lecciones de estos cataclismos y definió otro rumbo para el futuro; la naturaleza rescatada favorece la formación de gobiernos que mantienen la alianza originaria de armonía naturaleza-humanidad.

Ocurre que solamente una parte de este esquema está siendo vivida. Estamos aprendiendo algunas lecciones de los trastornos planetarios. Muchos se dan cuenta de que tenemos que cambiar los fundamentos de la convivencia humana y con la Tierra, organismo vivo que al estar enfermo no consigue autorregularse. Ese cambio tiene que tener una función terapéutica: salvar a la Tierra y a la Humanidad, que se condicionan mutuamente. Otros, sin embargo, quieren continuar por la misma ruta que los ha conducido al desastre actual. El hecho es que necesitamos escuchar a quienes con conciencia de la situación nos están ofreciendo las mejores propuestas. Éstos no se encuentran en los centros del poder decisorio del Imperio. Están en la periferia, en el universo de los pobres, aquellos que para sobrevivir tienen que soñar sueños de vida y esperanza.

Una de estas voces es de un indígena, el Presidente de Bolivia, Evo Morales. El escribió ahora en noviembre una carta abierta a la Convención de la ONU sobre cambios climáticos en Polonia. Escuchando la llamada de la Pachamama proclama:

«Necesitamos una Organización Mundial de Medio Ambiente y del Cambio Climático, a la cual se subordinen organizaciones comerciales y financieras multilaterales, para promover un modelo distinto de desarrollo, amigable con la naturaleza y que resuelva los graves problemas de la pobreza. Esta organización tiene que contar con mecanismos efectivos de implantación de programas, verificación y sanción, para garantizar el cumplimiento de los acuerdos presentes y futuros... La humanidad es capaz de salvar el planeta si recupera los principios de solidaridad, complementariedad y armonía con la naturaleza, en contraposición al imperio de la competición, del lucro y del consumismo de los recursos naturales».

Evo Morales es indígena de un país pobre. Me temo que conoce el desenlace de la triste historia narrada por el libro del Eclesiastés: «Un rey poderoso marchó sobre una pequeña ciudad; la sitió y levantó contra ella grandes obras de asedio. Había en la ciudad un hombre pobre, pero sabio, que podría haber salvado la ciudad. Pero nadie se acordó de aquel hombre pobre, porque la sabiduría del pobre es despreciada» (9,14-15). Que eso no se repita de nuevo.


Leonardo Boff
http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=308

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Terrorismo religioso

El ataque de Israel a la ciudad de Gaza, que se anuncia como el principio de una larga guerra, nos motiva, una vez más, a reflexionar sobre las misteriosas e inquietantes relaciones entre religión y violencia. Lo que nos lleva inevitablemente a pensar en algo tan brutal, que mucha gente no se atreve a ponerle nombre. Pero hay que ponérselo. Me refiero al “terrorismo religioso”. Si por terrorismo se entiende la “dominación por el terror” (DLE), la historia nos enseña que, efectivamente, no pocos grupos religiosos, de antes y de ahora, se han dedicado y se dedican a intentar dominar a la gente utilizando para ello la violencia que desencadena el miedo y el terror. No hay que remontarse tiempos antiguos. Desde la guerra civil española del 36 hasta el día de hoy, las guerras que, por el motivo que sea, han sido (y son) guerras, en las que la religión ha jugado un papel determinante, son ya incontables. Pero no hablo sólo de guerras. Porque hay otras formas de violencia que infunden terror, es decir, hay mil formas de “terrorismo religioso”, por más que quienes lo causan no sean conscientes de que, en realidad, son auténticos terroristas. Terroristas quizá de cuello blanco, de alta alcurnia y de mucho rango. Pero, a fin de cuentas, personas o instituciones que, con lo que hacen y dicen, cumplen al pie de la letra la definición de terrorismo: “dominación por el terror”, el “miedo muy intenso”, a veces, tan intenso que el que lo padece ni se atreve a pensar que su vida y sus decisiones están motivadas por el miedo. Y es que hay víctimas del terrorismo que ni son conscientes de que lo son. Hasta ese punto el miedo puede llegar a ser una forma de terror que inhibe hasta la capacidad de pensar para tomar conciencia de lo que realmente padece uno mismo en su intimidad secreta.

Las relaciones entre religión y violencia son un hecho patente. Lo que ocurre es que la religión suele infundir en los creyentes tanto respeto que nos dificulta para darnos cuenta de que el fenómeno religioso, mal interpretado o manipulado por turbios intereses, nos incapacita para ver con objetividad y claridad los desastres de miedo y terror que produce en la sociedad y en cada uno de nosotros.

Dicho esto, creo necesario dejar muy claras tres cosas: 1) Nunca la religión es la única causa que desencadena las guerras y otras formas de terror social. Porque en estos casos los intereses políticos y económicos son evidentes. 2) Desde el momento en que el concepto de Dios se identifica con el Trascendente y el Absoluto (sin más precisiones), la religión resulta un peligro que, en manos de hombres con poder y sin escrúpulos, sirve admirablemente para justificar la violencia, para legitimar el terror, para maquillarlo y hacerlo asumible a tantas criaturas indefensas que prefieren la sumisión porque no se ven con fuerzas para soportar el peso de la libertad. 3) Cuando la religión se asocia con esperanzas que trascienden esta vida, en ese caso el peligro de violencia y la fuerza del terror se refuerza hasta lo inimaginable. Porque lo más seguro es que, en tales esperanzas, se basan los motivos fuertes que empujan a los terroristas suicidas que, tras una muerte instantánea, esperan un paraíso de delicias eternas. Es claro que con semejante discurso se fabrican suicidas violentos en serie. Como también, utilizando hábilmente la esperanza en el cielo, se puede fabricar cobardes resignados y bien dispuestos a soportar lo que les echen encima porque ¿qué importan las penalidades que sufrimos en este valle de lágrimas si las comparamos con el peso de gloria que nos espera? A veces, me da por pensar que este terrorismo puede ser más cruel, para el que lo padece, que el de los suicidas. A fin de cuentas, el suicidio es cuestión de segundos, en tanto que la resignación puede prolongarse durante una vida entera. Es evidente que el terrorista suicida mata quizá a mucha gente. Pero no es menos verdad que, si en este mundo hubiera menos resignación sumisa y más libertad para no soportar las injusticias, es seguro que este mundo sería distinto, seguramente mucho mejor de lo que imaginamos.

Decididamente, una de las cosas que más nos urgen a todos es afrontar en serio el problema de la religión. No para acabar con ella. Ni para pretender ingenuamente marginarla de la vida de los individuos o de la sociedad. Me parece que eso nadie lo va a conseguir. El problema no está en eliminar la religión, sino en persuadirnos de que se puede vivir de otra forma. No pretendo inventar nada. Porque, al menos desde el punto de vista de mi tradición religiosa (la cristiana), hace ya casi veinte siglos que la cosa se inventó. Lo que pasa es que, en estos veinte siglos, hemos sido muchos los cristianos traidores que hemos traicionado el invento. Me refiero al invento que consiste en este solo proyecto: “jamás se puede anteponer una idea (ni religiosa ni política) al bien y a la felicidad de un ser humano, sea quien sea”. Un Dios o una religión que le amargan la vida a los humanos, que les meten miedo, que los someten mediente terrores, quizá tan sutiles que ni nos damos cuenta de ellos, ese Dios y esa religión, no sólo son mentiras y patrañas, sino que sobre todo son un peligro público de consecuencias imprevisibles. Ya está bien de utilizar a Dios y a la religión para matar personas, marginar a colectivos enteros, por ejemplo a las mujeres, o para humillar a seres que no tienen la culpa de ser como son, los homosexuales, pongo por caso. Todo esto, se haga como se haga o por más que se justifique con los más sutiles argumentos teológicos, en realidad, no es sino terrorismo religioso.


José M. Castillo

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Católico practicante

Rafael Fernando Navarro

Según el periódico La Razón, el 76% de los españoles se define como católico. El 77,5% bautizaría a sus hijos. El 40% asegura que no acude “nunca” a actos públicos religiosos, como procesiones, y el 35% de los que se dicen católicos no van nunca o casi nunca a misa.

Sin entrar en valoraciones estadísticas, cabe preguntarse si la voluntad de bautizar a los hijos, la asistencia a actos públicos de la Iglesia o el hecho de acudir o no regularmente a misa, constituyen elementos definitorios de lo que es un cristiano. La respuesta es bastante clara: para tranquilidad de conciencia de la Jerarquía, esos son elementos esenciales para definir a los fieles. Sólo los que cumplen ciertos preceptos canónicos pueden considerarse integrados en la visión cuántica de la Iglesia. Por el contrario, nunca alcanzarán esa categoría los que se mantengan al margen de la normativa impuesta. El cristianismo viene así marcado por el cumplimiento del derecho canónico y no por el espíritu de las bienaventuranzas y del mensaje evangélico. Las grandes muchedumbres concentradas en la Plaza de san Pedro, en las vigilias juveniles junto al Papa, en la hermosa filigrana de la semana santa sevillana, en las misas-manifestaciones-religioso-políticas de Colón, llevan a los Obispos a la conclusión de que reflejan la grandiosidad numérica y comprometida de un cristianismo pujante y siempre creciente.

Para ser “cristiano practicante” se exige sólo un cumplimiento ritual y no la lucha por la consecución de valores “radicales” y fundadores de nuestra irrenunciable grandeza: el amor a lo humano en cuanto humano, el valor de la ciencia como revelación del misterio que somos, el cosmos como residencia del Dios-hecho-hombre, prójimo implicado en la aventura temporal e histórica, la libertad poética, siempre creadora de utopías, la pregunta sobre el ser respondida desde el temblor de la provisionalidad, la fraternidad constructora de un mundo habitable para todos y no para unos pocos, la propiedad de los bienes como posesión distributiva, la siembra de un mensaje inquietante, interpelante, agitador de conciencias y nunca narcotizante, la proclamación exigente de los derechos humanos como elemento dinamizador de la evolución humana. Y así podríamos seguir ahondando, pregunta a pregunta, hasta la crucifixión silente de la muerte.

¿Tan poca estima tiene la Iglesia por su esencia cristiana que se siente satisfecha con el cumplimiento periférico, con el simplismo suburbial de unos mandamientos no transformadores de realidades esclavizantes, homófobos, incomprensiblemente amantes de María de Nazaret pero capaces de marginar a la mujer a lo largo de la historia, estructurados alrededor de actitudes costumbristas disfrazadas de tradición, impuestas desde criterios anquilosados y al margen de preocupaciones inherentes al devenir histórico?

Si un día se cambiaran los criterios de las estadísticas, a lo mejor se nos llenaban los extrarradios de cofrades, familias unívocamente estructuradas y báculos destruidos sobre trigales erectos.

Rafael Fernando Navarro
http://marpalabra.blogspot.com

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lunes, 29 de diciembre de 2008

¿Belén o Nazaret?

La opinión popular generalizada es que Jesús nació en Belén. Esto se dice en el capítulo 2 de los evangelios de Mateo y Lucas. Pero no se dice en ningún otro sitio del Nuevo Testamento. Mientras que de Jesús se afirma que era “Nazareno”, oriundo de Nazaret (“nazarênos”) seis veces (Mc 1, 24; 10, 47; 14, 67; 16, 6; Lc 4, 34; 24, 19). Y otras once veces se le llama “nazôraios” (Mt 2, 23; Lc 18, 37; Jn 18, 5. 7; 19, 19; Hech 2, 22; 3, 6; 4, 10; 6, 14; 22, 8; 26, 9), que corresponde, tanto en el aspecto sintáctico como semántico, al término anterior que indica de dónde era Jesús (H. Kuhli). La equivalencia de ambos términos aparece en el uso que se hace de ellos en Mc 14, 67 y Mt 26, 71. También en Mt 2, 23. Prescindo de otras precisiones técnicas que discuten los especialistas. En todo caso, está claro que, según una gran mayoría de textos del Nuevo Testamento, Jesús no era de Belén, sino de Nazaret.

Entonces, ¿por que los evangelios de la infancia dicen que Jesús nació en Belén? Porque Belén era la ciudad donde el rey David recibió la unción real (1 Sam 16, 4. 18; Rut 1, 2. 19; 4, 11). De ahí que Belén era la “ciudad de David” (Lc 2, 4. 11. 15). Y los judíos tenían la convicción de que el Mesías nacería en Belén, no en Galilea (Jn 7, 42). La relación del Mesías con el rey David ya se encuentra en Rom 1, 3-4 y en 2 Tim 2, 8. La estima que el pueblo de Israel sentía por su gran rey David se debía cumplir plenamente en el Mesías.

Lo que pretendo aclarar, al explicar todo esto, no es meramente una cuestión histórica. ¿A qué viene discutir un asunto de tan poca importancia como es saber si Jesús nació en Judea o en Galilea? ¿No da igual lo uno que lo otro? Por supuesto, no es lo mismo. ¿Por qué? El nacimiento de Jesús en Belén no es un dato histórico, sino un “teologúmeno” (una idea teológica narrada como un dato histórico) (J. P. Meier) con el que se pretende exaltar al Mesías, al presentarlo como un ilustre descendiente de la familia del rey David. Por el contrario, si Jesús nació en la aldea de Nazaret, entonces era un “donnadie”. De Nazaret no podía salir nada bueno, se pensaba en aquel tiempo (Jn 1, 46). La ridícula vanidad de presumir de un origen ilustre, de una buena familia o de un sitio importante ya funcionaba entonces. Y es que se sabe que Galilea y los galileos tenían mala fama en tiempo de Jesús. Galilea era la región de los pobres y sus gentes eran vistas como ignorantes, poco religiosos y, a veces, como disidentes subversivos contra los romanos. En Hech 5, 27 se menciona a “Judas el Galileo” y se sabe que Pilatos ordenó una matanza de galileos (Lc 13, 1-2). Es más, a los galileos se les llegaba a considerar como ignorantes, impuros, con los que no había que relacionarse (TB Pesahim 49b). Es famosa la exclamación de Yojanán ben Zakkai: “Galilea, Galilea, tú odias la Torá” (Ley divina) (M. Pérez Fernández).

Ya se ve, pues, que si he planteado la cuestión del pueblo donde nació Jesús, no es por una simple curiosidad histórica. Y menos aún por afán de decir cosas novedosas. Se trata de un asunto muy serio. Jesús no vino a este mundo para presumir de orígenes ilustres o antepasados famosos, por más que eso se considere importante para prestigiar a un mensajero divino. Si algo hay claro en los evangelios, es precisamente lo contrario. Jesús vino a quitarnos los humos de ridículas grandezas. Porque sabía muy bien que nuestros ingenuos orgullos son una de las muchas manifestaciones de nuestros inconfesables sentimientos de omnipotencia, anhelos turbios que nos dividen, nos distancian y nos enfrentan. Con semejantes pamplinas, la convivencia se nos hace más difícil y los rechazos de unos a otros son constantes. Y lo peor de todo es cuando todo eso se reviste con argumentos religiosos que sólo sirven para hacer cada día más odiosa y detestable la dichosa religión.

A ver si de una vez nos metemos en la cabeza que el nacimiento de Jesús, en una aldea perdida, desconocida y despreciada, en una familia a la que nadie daba importancia alguna (Mc 6, 1-6), es el indicador más claro de que, cuando Dios entra en la historia, lo hace de forma que se despoja de todo su poder y su gloria, se identifica, no con las familias ilustres y los títulos famosos, sino con los últimos, los desconocidos, los “nadies”. ¿Es que era masoquista? No se trata de eso. La clave de todo este asunto está en que la “encarnación” de Dios, en el desconocido y humilde ciudadano Jesús de Nazaret, nos viene a decir, a quienes nos consideramos cristianos, que este mundo tiene solución y salvación, no desde arriba, sino desde abajo; no desde los primeros, sino desde los últimos. Porque los últimos no tienen - ni pueden tener - nada más que su humanidad. No tienen títulos, ni poderes, ni influencias. Sólo tienen su condición humana, la debilidad y las muchas carencias de los humanos. En lo poco que tienen los últimos, todos coincidimos. En eso, y sólo en eso, es donde lo que llamamos Dios se puede hacer presente. Porque Dios no viene a dividirnos. Y menos aún a enfrentarnos. Dios sólo puede estar en lo que nos une, en lo que no tenemos más remedio que coincidir todos. Dicho sin remilgos: cada día veo más claro que los “dioses” que nos dividen, nos separan, nos humillan o nos enfrentan, son “dioses de mentira”. En Jesús podemos decir que se hace presente Dios porque en Jesús Dios se despoja de las grandezas de lo divino y se funde con lo humano, con lo mínimamente humano, en lo que todos somos iguales.


José M. Castillo

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martes, 23 de diciembre de 2008

¿En qué Dios creemos?

Una vez más como todos los fines de año, el clima de la Navidad y de Año Nuevo nos invita a reflexionar sobre /el sentido/ /de lo que vivimos/, que en gran medida está fundado en /el sentido de lo que creemos/, y si lo que creemos tiene sentido entonces /hay razones para la esperanza/.

En este tiempo nos reunimos más de lo habitual, nos regalamos, disfrutamos del encuentro, brindamos y festejamos… ¿por qué? Porque la vida merece ser festejada por sobre todas las cosas, el amar y el sabernos amados, tanto de los que están como de los que se fueron antes que nosotros. La vida humana sin amor es un absurdo de la existencia, en la misma medida que una vida privada del aroma exquisito de la esperanza.

¿Podríamos vivir sin razones y sin voluntad de esperanza? Imposible para nosotros, simples ciudadanos de a pie, revestidos de “cosas” pero esencialmente “frágiles y desnudos” ante el espejo de la verdad. Porque hay voluntad de esperanza hay siempre razones para ella. Pero ¿en qué consiste esa “esperanza”, que no es sólo una palabra bonita para teólogos? En esa “espera” silenciosa de que se alimenta la vida cotidiana, aún sin percatarnos de ella. Esperamos en la vida, en los otros, en la realidad, en la “idealidad” que soñamos, en el sentido, en la justicia, en el amor que profesamos y que nos profesan, en que la inmortalidad nos espera tras la muerte y tantas otras formas de esperar…

Pero, ante todo, /esperamos en Dios/, por eso también -y notoriamente en estas fechas- le damos nuestro Sí, queremos que Él exista, lo convertimos en ‘esperable’, aunque a muchos de nosotros el tema “Dios” nos produzca escozor: la misma palabra Dios nos habla de “algo” sumergido en un mar de dudas. Pues bien, ¿de qué Dios hablamos?, ¿en qué Dios creemos? Éstas son algunas de las respuestas de las que estoy íntimamente convencida, y que quizás sirvan de punto de apoyo y reflexión a muchos que se confiesan creyentes de las grandes “religiones del libro”: judaísmo, cristianismo e islamismo. El Dios en el que creo sabe “dictar” respuestas racio-cordiales, y por lo mismo merecen que las compartamos:

Mi perplejidad continua ante el enigma del universo y su realidad autoevolutiva tendría un sentido, una meta en un Dios creador, alguien que fuera alfa y omega del gran ser bio-cósmico -el universo- que nos cobija, tornando quizás obsoletas las contiendas entre finalistas y evolucionistas, entre creacionistas y darwinistas, pues ¿qué le impide a esta realidad autosustentante, evolutiva y creadora, admitir a su vez un principio divino que sea su soporte providente y su inteligibilidad suprema?

Mi existencia, amenazada de continuo por el vacío, el sinsentido y la despersonalización enajenadora de una sociedad esclava de la violencia, el individualismo, el hedonismo y el consumismo encontraría un sentido liberador de aquel ‘hombre unidimensional’ de que hablaba Herbert Marcuse, y crearía nuevos caminos de diálogo y encuentro con la realidad y los demás hombres. Entonces este ser inquieto y eternamente insatisfecho que me constituye y cuyo deseo infinito me lanza hacia todo lo que no soy y quiero ser - “el hombre sobrepasa infinitamente al hombre” decía Pascal -.


Inés Riego de Moine
Doctora en Filosofía, Presidente del Instituto Emmanuel Mounier Argentina.

08/12/23 - PreNot 7862
Agencia de Noticias Prensa Ecuménica
598 2 619 2518 Espinosa 1493.
Montevideo. Uruguay
http://www.ecupres.com.ar/

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Sentirse como en casa


En una entrevista el director y violinista André Rieu comentaba que nació en una familia de músicos, su padre fue director de orquesta de música clásica y que él, siempre quiso tener una orquesta para que la gente que asistiera a sus conciertos se divirtiera y se sintiera como en casa.

Hoy es un prestigioso director y creador de la orquesta Johann Strauss generando en sus conciertos una participación activa del público. Estudió violín desde pequeño y toca con un stradivarius para distintos públicos y siempre generando entusiasmo y participación. Al final de cada concierto la gente se ve alegre, cantando, bailando cerrando una noche de verdadera fiesta. Desde una perspectiva comunicacional, se lo he hecho ver a quienes les interesa el proceso comunicativo, obtiene un perfecto resultado de comunicación lograda.

En más de una oportunidad le dice a la gente que Strauss creó sus valses para ser bailados entonces la gente sale a bailar. Bailar la música, cantar el canto, vivir la vida es como sentirse en casa. No es fácil partir desde lo convencional, la orquesta en un lado, a un nivel más bajo que la orquesta, rostros de ámbito sagrado del público y poco a poco, este director holandés va creando el diálogo musical, el encuentro fresco y vibrante en que todos son parte del acontecimiento.

La música crea el encuentro, todo lo hermoso es clásico, la música bella se encuentra allí con todos, sea Strauss, el segundo vals de Shostakovich, Ennio Morricone, canciones tradicionales.

Que inmenso contraste con este errático planeta. Cada vez más depredado, contaminado, maltratado, donde la vida realmente no vale nada. Asistimos al desplome de un sistema económico alabado, sacralizado como un dios, el libre mercado, sus abusos son revulsivos y estos abusos son ahora criticados por los mismos “expertos” que lo sacralizaron. Pero la pregunta es. ¿Vale solamente atacar los abusos y no corregir de raíz los usos que lo hicieron posible?

Las grandes mayorías flexibilizadas en el lado más gelatinoso del sistema miran como cualquier día su trabajo desaparece porque sólo se trata de salvar empresas que hicieron del cinismo y la mentira financiera su fortuna. Y al otro lado, como el cura en la misa que da la espalda a la feligresía para realizar sus ritos herméticos e inoperantes, los gobernantes diciendo que harán lo mejor para retornar a economías sanas y vuelan billones de dólares para un solo lado del espectro.

Miedo, sensación de soledad en la muchedumbre porque nadie se siente como en casa. Nadie toca para incorporarlo a la creación de una melodía universal que sea la casa de todos. Cada colectivo trata de obtener lo suyo, la gente en EE UU vuelve a los templos y a río revuelto ganancia de pescadores.

No es fácil pensar este planeta para nuestros hijos y nietos cuando ningún colectivo intenta pensar la vida como una totalidad de la especie y que esta melodía la cantemos y la bailemos todos.+ (PE)


Walter Dennis Muñoz

08/12/23 - PreNot 7865
Agencia de Noticias Prensa Ecuménica
598 2 619 2518 Espinosa 1493.
Montevideo. Uruguay
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domingo, 21 de diciembre de 2008

El derecho de los codiciosos

¿Dónde está la raíz de la crisis económica que estamos padeciendo? Se dice que la explicación de este desastre radica en la codicia de los gestores de las grandes empresas. Y es verdad. Cuando la economía mundial se ha organizado de forma que se ha convertido en una “economía electrónica”, no nos hemos dado cuenta, cuando todavía el desastre se podía remediar, que estábamos instalados sobre un polvorín que en cualquier momento podía estallar. Cuando se crea una economía en la que los gestores de fondos, bancos, empresas o simplemente los millones de inversores individuales, pueden transferir cantidades enormes de capital de un lado del mundo al otro apretando el ratón de su ordenador, a nadie se le debería haber ocultado que estábamos al borde de un precipicio cuyo fondo nadie conoce todavía. Si un individuo, con el simple gesto de apretar un dedo, puede desestabilizar lo que podían parecer economías fuertes, como ocurrió en Asia en la década de los 90, tendríamos que habernos dado cuenta de que la codicia de los más poderosos podía, en cualquier momento, desestabilizar al mundo entero. Y eso es lo que ha ocurrido.

¿Quiere esto decir que los grandes empresarios, que han causado este desastre, y los políticos que lo han permitido, son más codiciosos que el resto de los mortales? No creo que eso sea así. Porque codicias y codiciosos siempre ha habido. Y los hay por todas partes. Lo que ha pasado es que ahora se han dado las condiciones propicias para que la codicia de unos cuantos haya tenido la fuerza necesaria para desestabilizarnos a todos. ¿Por qué? No porque haya aumentado la codicia de unos cuantos, sino porque no ha existido una legislación y un derecho de ámbito mundial con el poder y las garantías necesarias para impedir que ocurriera lo que ha ocurrido. Cuando la justicia y las leyes están pensadas y organizadas de manera que lo que se impone no es “la ley del más débil” (L. Ferrajoli), sino “el interés del más fuerte”, entonces la economía cesa de ser “un servicio para los ciudadanos” y se convierte en “una fuerza salvaje, orientada exclusivamente aganar dinero rápido a expensas de los consumidores” (L. Napoleoni).

Es un hecho que la manera de pensar que está persuadida de que “el beneficio es lo que cuenta” (N. Chomsky), es un componente constitutivo de la cultura de Occidente. Y esto, no sólo como apetencia interna del ser humano, sino sobre todo como componente del Derecho que ha configurado nuestra cultura. Me refiero al Derecho romano. Pues bien, lo que siempre interesó a los creadores del Derecho romano (base del Derecho de Occidente) eran “las reglas que gobernaban la propiedad individual y las acciones derivadas de ésta” (Peter G. Stein). Esto explica por qué los juristas de la antigua Roma dieron tanta importancia al Derecho privado y apenas se preocuparon de los asuntos públicos. Ya las XII Tablas (451 años a. C.) disponían que si el propietario de una casa capturaba a un ladrón cuando robaba, si el ladrón se resistía al arresto, el propietario podía matar al delincuente. Era una forma eficaz de enseñar que la propiedad privada está antes que la vida humana. Y la historia de nuestra cultura occidental se ha encargado de dar cuenta fehaciente de que el poderoso Occidente ha tomado en serio que la propiedad es más importante que la vida. Ahora empezamos a comprender la atrocidad que hemos hecho, cuando a fuerza de agresiones a toda forma de vida, nuestro Derecho (y nuestra codicia) de propiedad está a punto de liquidar las fuentes mismas de la vida en el planeta. Al decir esto, no hablo de comportamientos éticos. Insisto en que, al decir estas cosas, estoy hablando de uno de los pilares básicos (el Derecho) de una cultura, la llamada cultura de Occidente. Por supuesto, nuestro Derecho no dice que se puede matar para apoderarse de lo ajeno. Pero es que lo grave de nuestro Derecho no está en lo que dice, sino en lo que no dice. De ahí el vacío legal que ha hecho posible tanto atropello financiero. Y - lo que es más indignante - que, después de lo ocurrido, los gigantes de la codicia, cuyos nombres y rostros se conocen, están todos en la calle disfrutando impunemente de sus asombrosas fortunas. ¿No se podía haber evitado semejante atrocidad? Seguramente, el vertiginoso crecimiento de la economía y el alarmante debilitamiento de la política han fomentado el logro de tanta barbarie. Me temo que estamos pagando los costos espantosos que ahora nos impone la matriz jurídica y cultural en la que nacimos y en la que nos han educado. En el s. XIX, Bermhard Windscheid, en su excelente estudio sobre el espíritu del Derecho romano, advertía que la tradición de este cuerpo legal dio la máxima libertad a la propiedad privada y redujo al mínimo la responsabilidad de los hombres de negocios. Occidente ha redactado la Carta de los Derechos Humanos. Pero antes codificó el Derecho romano, por cuyos principios se ha configurado nuestra cultura. La cultura en la que hemos sido educados. Lo hemos mamado. De forma que esto nos constituye sin que nos demos cuenta. Por eso se comprende la mentalidad brutal de tanta gente cultivada en los saberes que impregnan el tejido social en el que nos hemos criado. Por eso me atrevo a decir que no nos entusiasmemos con esperanzas fundadas en Obama y sus economistas o en posibles decisiones que se vayan a gestar en Bruselas. Por muy importante que sea el acierto de los economistas y la gestión de los políticos, me temo que el problema no tendrá solución si no cambiamos de mentalidad. Mientras sigamos pensando que lo mío es mío y que la ganancia es lo que importa, podemos estar seguros de que no salimos de la crisis. Y si es que levantamos cabeza, antes o después nos volveremos a hundir. Por no hablar de los más de mil millones de seres humanos que ya están abocados a una muerte cercana y sin remedio.

José M. Castillo

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Bienaventurados los pobres

Rafael Fernando Navarro

El Papa Ratzinger proclama que "las dificultades, las incertidumbre y la misma crisis económica que en estos meses están viviendo tantas familias y que afecta a toda la humanidad pueden ser un estímulo para descubrir de nuevo el calor de la sencillez, la amistad y la solidaridad, valores típicos de la Navidad". La sencillez, la amistad, la solidaridad no pueden ser, Santidad, valores típicos de Navidad. No pueden identificarse con el turrón, el cava, los polvorones y los niños de San Ildefonso coronando a los nuevos ricos de diciembre. Hay actitudes que son, que deben ser, cosecha de todo el año, de toda la vida. Las dificultades económicas que sufre el mundo tienen su origen en la injusticia, la soberbia, la codicia, la prepotencia de los ricos contra los pobres, la esclavitud elegante, pero esclavitud, que practican los poderosos contra la mayoría de la humanidad. Y esta lacra debe sólo ser enérgicamente denunciada y nunca aprovechada para retomar unos valores envueltos en celofán, exigidos en nombre de un Cristo falseado por traicionado.

Africa se muere de hambre, de sed, de sida. No vive por eso las mejores condiciones para sembrar valores que le están siendo negados por el mundo de la abundancia y el derroche.

Sólo en España, octava potencia, reserva de los valores de occidente y obstinadamente cristiana, seiscientas mil familias tienen a todos sus miembros sin trabajo. Parados producto de la crisis ambiciosa de los que han hecho de la riqueza mundial un patrimonio que sólo disfrutará el veinte por ciento, mientras el ochenta por ciento de la miseria conscientemente diagramada se amontona sobre las espaldas de una mayoría aplastada.

Hay dinero en el mundo, Santidad. Suficiente dinero para guerras preventivas, para explotar manantiales de petróleo, para invertirlo en sangre derramada y rentable que cotiza en bolsa, para construcciones faraónicas que rezuman sudor-albañil, para una emigración miserable y volandera que trae a los países ricos mano de obra barata e ilegal.

Esto es lo que hay que denunciar, Santidad, con todas las energías que proporciona un evangelio preocupado por lo profundamente humano. Pero evidentemente resulta imposible este enfrentamiento real con la injusticia desde las coordenadas de una Iglesia no comprometida en la lucha de los más abandonados, que asume la pobreza como un adorno, como un anestesiante de conciencia y no entiende por eso una teología de la liberación.

Su discurso, Santidad, suena a ironía, a afrenta, a escarnio. De las bienaventuranzas de la pobreza están excluidos todos los que no asumen al hombre como valor supremo ante un Dios que experimentó la hombría y todavía está entre nosotros. Ser pobre significa reconocer las limitaciones ontológicas de lo humano. Empujar a la pobreza constituye un genocidio al que no es ajeno la Iglesia.

NAVIDAD ES EL HOMBRE

Rafael Fernando Navarro
http://marpalabra.blogspot.com


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domingo, 14 de diciembre de 2008

Navidades insulsas

Pepcastelló

Se acerca Navidad. El mundo cristiano se prepara para celebrar el gran acontecimiento del nacimiento de Jesús. La liturgia mostrará todo su esplendor en misas especiales, como la del Gallo, con adoración del Niño Jesús, cantos de tradicionales villancicos y un especial sermón del celebrante en el cual tal vez aluda −aunque sin profundizar demasiado, sin excederse, que la moderación es virtud− a esa gran estafa colectiva que es este sistema financiero que tanto da que hablar actualmente. El comercio intentará paliar los efectos de la crisis con el incremento de ventas que estas fiestas conllevan. Habrá cenas de amigos, de empresa, de compañeros de trabajo... Las personas unidas por algún vínculo afectivo se expresarán sus buenos deseos. No faltarán las tradicionales reuniones de familia con sus correspondientes ágapes y regalos... Y durante unos días nuestra civilización occidental cristiana vivirá el tradicional ambiente de fiesta navideña.

Sabemos que en muchos momentos de su historia, diversos pueblos desarrollaron formas de pensamiento y prácticas rituales colectivas que sirvieron para organizar su forma de vida y asegurar su subsistencia. Esas formas de pensamiento colectivo surgieron a partir del nivel de conocimientos adquirido por aquella buena gente y abarcaron hasta donde podían llegar con su imaginación. Arrancaban, por tanto, de su realidad cultural y se desarrollaban en ella y con ella. Cuando esa realidad cambió, cambiaron también las creencias y los rituales que las acompañaban y aparecieron nuevas formas de satisfacer las necesidades espirituales de la población. Y así fueron surgiendo nuevas “religiones” y nuevas formas de pensamiento colectivo en cada cultura y en cada época.

Hoy el mundo del conocimiento cambia a velocidad de vértigo y con él se van transformando las costumbres y la forma de vivir. Las creencias religiosas se tambalean ante la avalancha de nuevos conocimientos que las cuestionan y un sinfín de acontecimientos pone en la picota a personajes que oficialmente figuran como cualificados creyentes. En el mundo cristiano cada día es mayor el número de personas que vive su cotidianidad ignorando la religión de sus antepasados o que la recuerdan como mucho en los momentos solemnes de su vida. Aun así, desde círculos religiosos, manejando las estadísticas con habilidad, hay quienes se atreven a decir cosas como «el 85 % de la población mundial tiene religión y una tercera parte de esa población es cristiana»; y también que «la juventud tiene ansia de trascendencia y la busca afanosamente». Bien, la opinión es libre, pero la realidad suele ser elocuente. Las iglesias están vacías la mayor parte del tiempo y las vocaciones religiosas escasean hasta el punto de que no hay suficiente sacerdocio para atender a la poca feligresía que todavía queda. Ante esta evidencia cabe preguntarse: ¿donde está ese tercio cristiano del 85 % de la población mundial?

Pero aun en el supuesto de que esa gran masa de población permaneciese oculta a los incrédulos ojos de quienes observamos desde fuera el mundo religioso que nos rodea, esa inadvertencia nos sugiere las preguntas que siguen:

−¿En qué consiste hoy día el cristianismo, en un conjunto de fiestas y celebraciones? ¿Qué relación guarda toda esa parafernalia navideña a la cual nos referíamos más arriba con el Reino de Dios y su Justicia?

−¿Dónde están, en el mundo cristiano, en esa cuarta parte larga de población mundial según las estadísticas, las enseñanzas del Jesús que nos muestran los evangelios? ¿Qué porcentaje real, auténtico, verdadero de población cristiana las sigue? Y si no las sigue, ¿como puede considerarse cristiana?

−¿A qué es debido que una organización transnacional tan poderosa como es la Iglesia esté dando tan mal producto? ¿Acaso sufre algún apagón de Luz del Espíritu Santo?

Quien esto escribe no tiene respuestas categóricas para estas preguntas y algunas más de orden parecido, pero sí la sospecha de que «la sal perdió su sabor». Sin consultar estadística alguna, observando simplemente desde esta “tierra de nadie” de la no creencia, con todo el riesgo de subjetividad que ello comporta, se permite opinar que actualmente el cristianismo no satisface las necesidades espirituales de esa gran masa de población que estadísticamente se considera cristiana. Y quede claro que “necesidad” no es sinónimo de “deseo”.

Desde esta perspectiva cabe pensar que las iglesias cristianas, empezando por la mayor de ellas, la Iglesia Católica, tienen sobre sus espaldas la grave responsabilidad de haber hecho este cristianismo insulso de charanga y pandereta que tan poco atractivo resulta al occidente actual y tanta desgana de vida interior provoca. Y también, que ya va siendo hora de que reflexionen y se tomen en serio su tarea, antes de que el hacha de la justicia divina haga astillas de ellas.


Pepcastelló

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domingo, 7 de diciembre de 2008

«La Iglesia es un obstáculo para entender el Evangelio»

No le gusta utilizar el término profeta. Por respeto a lo que significa. Pero, sin duda, José María Castillo, es uno de los últimos teólogos-profetas. De los que anuncian el gozo de la autenticidad del Evangelio. Y de los que denuncian su perversión. Su obra, “La religión de Jesús” (Desclée) son comentarios de los textos litúrgicos, en los que aparece un Jesús preocupado sobre todo por la salud y la alimentación de la gente. El teólogo asegura que su “hogar intelectual y espiritual sigue siendo la Compañía de Jesús” y considera que “mantener a Losantos en la COPE hace daño a la credibilidad de la Iglesia”.

P.- Un libro significativo desde su título: “La religión de Jesús”.

R.- Decidí escribir este libro y ponerle ese título por dos motivos. En primer lugar, porque el tema de la religión es más preocupante en estos momentos que el tema Dios. Y en segundo lugar, una de las cosas más sorprendentes de los Evangelios es un Jesús profundamente religioso y, al mismo tiempo, en conflicto con la religión. Con los dirigentes de la religión, con el Templo. Hasta tal punto que éstos últimos lo condenaron a muerte y lo mataron. Es decir, Jesús vive un conflicto radical con la religión, con su religión.

P. ¿Esta es, entonces, la tesis del libro?

R.- Se trata de constatar algo que está en los Evangelios. A saber, que una lectura de los Evangelios hecha desde los criterios de la religión establecida nos imposibilita para entenderlos.

P.- ¿Quiere eso decir que el catolicismo actual dificulta el acceso al Evangelio?

R.- La Iglesia es un gran obstáculo para entender el Evangelio. Por eso, grandes sectores de la Iglesia y del clero le tienen mucho miedo al Evangelio. Y es que Jesús denunció al Templo y, por supuesto, no instituyó el sacerdocio. Y la eucaristía no fue un rito religioso, sino una cena de amigos. Es decir, la Iglesia ha asumido una serie de prácticas que no están de acuerdo con el Evangelio.

P.- ¿Por ejemplo y en concreto?

R.- Por ejemplo, tener templos. La Iglesia no tuvo templos hasta el siglo IV. Los cristianos se reunían en las casas. Y también todo lo ligado al templo. Desde los altares a los sacerdotes convertidos en funcionarios de esos templos. Es decir, Jesús no instituyó un clero como el que tenemos ahora en la Iglesia. Por ejemplo, los presbíteros vivían de su trabajo y no eran obligatoriamente célibes.

P.- ¿Y la jerarquía episcopal?

R.- La jerarquía episcopal pertenece a la estructura divina de la Iglesia. Jesús elige a los apóstoles para presidir las comunidades. Lo que pasa es que, con el paso del tiempo, la jerarquía se transforma en un episcopado monárquico y en la Iglesia se pierde la práctica democrática. Obispos, sí, pero no separados del resto de los creyentes ni célibes. Dicho de otra forma, el sistema organizativo actual del episcopado no proviene de Jesús.

P.- ¿Qué es lo que va a encontrar el lector que se acerque a su libro?

R.- Se encontrará con comentarios a los textos litúrgicos del Evangelio de cada día. No una exégesis completa, pero sí los puntos clave de cada texto.

P.- ¿Comentarios académicos y espirituales viniendo de quien vienen?

R.- Sí y, en esencia, que les sirvan a la gente para dos cosas. Primero, para conocer el Evangelio. Los católicos lo conocen muy poco, a diferencia de los protestantes. Y en segundo lugar, comentarios que les sirvan a la gente para orar y reflexionar.

P.- Conociendo a su autor, imagino que desde una óptica muy profética.

R.- No pretendo ser ni soy un profeta. Es una palabra a la que le tengo mucho respeto por todo lo que simboliza y encarna. Pero sí un teólogo crítico. Porque Jesús también fue muy crítico y quebrantaba continuamente las normas: comía con pecadores y publícanos, acogía a las mujeres, compartía su vida con los pobres y los pecadores...

P.- ¿Los críticos también son evangélicos?

R.- Claro. Ser crítico es ayudar a entender y a vivir la entraña, la clave y el núcleo de los textos evangélicos.

P.- ¿Con sugerencias prácticas?

R.- La principal sugerencia es cultivar la humanidad. Tenemos que ser humanos, Dios en Jesús se humanizó, se vació de sí mismo. Ese es el misterio de la Encarnación: la humanización de Dios. Jesús nos enseñó, ante todo, a ser profundamente humanos. Lo indispensable para acceder a Dios es humanizarnos. Porque, en cada uno de nosotros, está mezclado lo humano y lo inhumano.

P.- ¿Quiere decir que la tarea del creyente es humanizarse o liberarse de la deshumanización?

R.- Claro. Antes de hablar de caridad, tenemos que hablar de respeto, de dignidad, de tolerancia, de estima, de sensibilidad con los sufrimientos de los demás. Tenemos tendencia a hablar de cosas sublimes, pero lo primero, lo mínimamente humano, aquello en lo que todos los seres humanos coincidimos es nuestra condición carnal, la carnalidad.

P.- ¿Y además de la carnalidad?

R.- La alteridad: nos necesitamos unos a otros.

P.- ¿Estas dos condiciones, la carnalidad y la alteridad, están muy presentes en el Evangelio?

R.- A Jesús le preocupan fundamentalmente tres cosas. Primero, se preocupa constantemente por la salud de la gente. De ahí los milagros o las curaciones. ¿Eran milagros? Difícil de determinar. Lo que sí está claro es que Jesús no soportaba ver a una persona sufriendo. Por eso, siempre está preocupado por la salud de la gente.

P.- ¿La segunda preocupación de Jesús?

R.- La preocupación por la alimentación. Los Evangelios están llenos de pasajes que muestran constantemente la preocupación de Jesús por la salud y por la alimentación de la gente. De ahí que comparta la mesa. Es la comensalidad.

P.- ¿Y su tercera preocupación?

R.- La alteridad, las relaciones humanas, el respeto, la aceptación de las diferencias. Por eso, Jesús se acercó más a lo ‘peor’ de su época: los pobres, las mujeres, los extranjeros o los samaritanos. Y de todos ellos hay relatos conmovedores.

P.- ¿Cuál es el texto evangélico que más le llega?

R.- El que más me impresiona es el del Juicio Final: Tuve hambre y me disteis de comer...Se trata de una enumeración de situaciones de sufrimiento. El juicio último no se hace en función de la fe ni de Dios, sino en función de la relación con los demás.

P.- ¿Y el autor? ¿Cómo se encuentra el autor del libro?

R.- Divinamente. Soy feliz y estoy lleno de optimismo e ilusión, a mis 79 años. A los 78 salí de jesuita, porque creía que así iba a tener una libertad de la que no disponía dentro. No porque la Compañía fuese rígida, sino porque es una institución que tiene que rendir cuentas a otra institución mayor que es la Iglesia. Y había exigencias que afectaban a la institución y que las vivía como un bloqueo.

P.- ¿Su hogar intelectual y espiritual sigue siendo la Compañía?

R.- Por supuesto. Sigo inmerso en los jesuitas. Todo lo que soy y todo lo que tengo se lo debe a los jesuitas. Y por eso no quise seguir creándoles problemas. Además, quería disponer de libertad para poder decir todo lo que pienso. Y me alejé de La Compañía para tener más libertad y no ocasionarle más quebraderos de cabeza. Pero mi hogar espiritual sigue siendo la Compañía de Jesús.

P.- ¿Le duele la situación actual de la Iglesia española?

R.- Me duele y mucho. Porque hay un éxodo muy grande de gente que se aleja de ella. Su imagen pública no ayuda a que la gente de hoy se acerque al Evangelio.

P.- ¿Hay división en la Iglesia? ¿Hay dos Iglesias?

R.- Hay una fractura evidente entre los grupos más fundamentalistas y los más abiertos.

P.- ¿Se han roto los puentes entre ambos sectores?

R.- Y cada día se rompen más. Entre otras cosas, porque la mayoría de la jerarquía se ha inclinado hacia los grupos más fundamentalistas y hacia la derecha política e ideológica.

P.- ¿Le ha desilusionado el Papa Ratzinger?

R.- En un principio, pensé que su categoría teológica iba a influir en el impulso a la renovación de la Teología. Pero no ha sido así. Y me preocupa profundamente el empobrecimiento de la Teología. La generación de los grandes teólogos del Concilio no tuvo sucesores. Y, además, hay una regresión evidente en todos los aspectos.

P.- ¿Qué opina de la polémica de los crucifijos en la escuela pública?

R.- Yo no haría problema de eso. Cristo terminó crucificado, algo que, en aquel tiempo, era lo más laico. Era la ejecución de una condena legal para esclavos y subversivos. Era, pues, lo más secular y lo más laico. Hoy, es lo más sagrado y ha perdido su significado original. Además, Cristo no murió entre dos ladrones, como suele decirse, sino entre dos subversivos, dos revolucionarios.

P:- ¿Es partidario de exhumar a los muertos de la Guerra civil?

R.- Hay que enterrar dignamente a los muertos de la guerra civil. Es un derecho y una obligación para todos. Los familiares tienen la obligación y el derecho de recuperar a sus familiares y darles una sepultura digna. Eso es algo que está pendiente en España. Y la Iglesia también tiene derecho a elevar a sus mártires a los altares.

P.- Federico Jiménez Losantos vuelve a estar tristemente de actualidad por su polémica con el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón. ¿Qué piensa del comunicador estrella de la radio de los obispos?

R.- Apenas lo oigo. Pero no me agrada. Losantos no le hace bien a la cadena de los obispos. Su forma de decir las cosas me repugna. Me siento mal oyéndolo. Siempre está atacando. No le hace ningún bien ni a la Conferencia episcopal ni a la Iglesia. Si los obispos lo mantienen es porque les da beneficios económicos. Pero mantenerlo le hace daño a la credibilidad de la Iglesia.

José María Castillo, teólogo y autor de "La religión de Jesús"
José Manuel Vidal, periodista
http://blogs.periodistadigital.com/desclee.php/2008/12/05/la-religion-de-jesus-editorial-desclee

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El cielo en la tierra

Homenaje a Irene Franceschini

Existen muchas personas que desde hace años trabajan para acortar distancias y acabar con las diferencias. Son gente como Pere Casaldàliga o la Tía Irene en Brasil


La muerte de una colaboradora del obispo Casaldàliga, Irene Franceschini, estimula el recuerdo de quienes han seguido la trayectoria personal, tan heroica como callada, de los centenares de religiosos católicos que tras el concilio Vaticano II abrazaron la Teología de la Liberación y la practicaron hasta sus últimas consecuencias en América Latina. El biógrafo de Casaldàliga, Francesc Escribano, rememora el papel que en aquella misión tuvo la monja fallecida hace unas semanas.

En estos días, las aguas del río Araguaia discurren tristes. Como todo lo que tiene vida y sensibilidad en la región de Sao Félix, en el Mato Grosso brasileño, estoy seguro de que también echan en falta a la Tía Irene. Si es cierto que la gente como ella muere alguna vez, la Tía Irene murió el pasado 13 de noviembre. Físicamente era poca cosa, pero su fuerza interior era tan grande que cuando hablaba y se movía sonaba la música.
Irene Franceschini llegó a Sao Félix do Araguaia en el año 1970. Se sintió atraída, o mejor dicho, llamada, por la labor que allí estaba realizando un sacerdote que hacía solo dos años que había llegado a Brasil. A pesar del poco tiempo transcurrido desde su llegada, su voz ya se dejaba oír con fuerza en todo el país. Aquel sacerdote tenía un nombre extraño y difícil de pronunciar para una brasileña, se llamaba Pere Casaldàliga, actualmente obispo emérito de Sao Félix do Araguaia, donde mantiene su residencia.

LA VIOLENCIA, la injusticia y la exclusión social que imperaban en la región del Mato Grosso golpeaban como un tiro en el corazón. En aquella tierra y en aquel tiempo no servían las medias tintas, ni las dudas, ni las vacilaciones. A un lado, los indios, los campesinos y los desarraigados que huían de la sequía del noreste; al otro, los terratenientes, los pistoleros y el Gobierno militar. Pere Casaldàliga tomó partido de modo radical a favor de los más desfavorecidos e hizo suya la causa de los pobres.
Desafiando a los poderes establecidos, jugándose la vida cada día, el compromiso de Casaldàliga fue como un reclamo para un gran número de religiosos y laicos que querían cambiar las cosas en Brasil.
Irene Franceschini, la Tía Irene, fue una de esas personas. Era religiosa, de la orden de las Hermanas de San José. Llegó a Sao Félix cuando la situación era más tensa y difícil, lo dejó todo atrás y se entregó en cuerpo y alma a una gente y una tierra que pasaron a ser, definitivamente, su gente y su tierra.
Desde la perspectiva de este nuestro primer mundo en crisis, el tercer mundo parece que cada vez esté más lejano. Existen muchas personas que desde hace años trabajan para acortar las distancias y para acabar con las diferencias. Son gente como Pere Casaldàliga o la Tía Irene en Brasil.
Pero, afortunadamente, hay muchas más. Hay miles de personas en América Latina y en África que han hecho suya la causa de los pobres, que han decidido entregar la vida para mejorar las condiciones de los que viven sin tener garantizados los derechos más básicos. Gente que, a pesar de creer que los pobres ya tienen ganado el cielo, lo necesario es ganar para ellos el cielo en la tierra.

SON MUJERES y hombres que llevan la cruz en el corazón y no en el puño, como los misioneros clásicos. No han querido imponer ninguna creencia, han practicado la inculturación, y así, se han hecho pobres porque se han convertido en uno más de la comunidad en donde se han instalado. No han sido conversores sino convertidos. Esto es lo que siempre ha practicado la Teología de la Liberación, un movimiento que sigue teniendo pleno sentido, a pesar de la persecución que ha sufrido por parte de muchos gobiernos y la desconfianza que siempre ha despertado en el Vaticano.
La entrega incondicional y la opción radical que define a los seguidores de la Teología de la Liberación, asumida por Casaldàliga, no están bien vistas por todo el mundo, y el movimiento tiene aun grandes detractores. Helder Camara, que fue una de las grandes figuras de esta línea de pensamiento y de acción, lo explicaba con mucha claridad: "Si ayudo a un pobre dicen que soy un santo, pero si pregunto por las causas de su pobreza dicen que soy un comunista". Casaldàliga, para responder a todos aquellos que afirman que en el mundo de hoy este movimiento ya no tiene sentido, alega que mientras exista Dios y sigan existiendo pobres la Teología de la Liberación seguirá teniendo plena vigencia.
La ayuda y la solidaridad con el tercer mundo no es patrimonio de la Teología de la Liberación, ni tampoco de las organizaciones religiosas. En los últimos años han aparecido oenegés de todo tipo; muchas de ellas son laicas y su origen y su práctica, a pesar de que sean muy similares en muchos aspectos, no se justifican por ninguna motivación religiosa. Los voluntarios que las mueven lo hacen por razones humanitarias o por compromiso social. Sin querer criticar a estas oenegés, su proliferación ha conllevado que, en ocasiones, existan algunas iniciativas que no están del todo claras y que aprovechan la voluntad de colaboración de los colectivos más sensibles para algunos objetivos y proyectos de dudosa valía.

NO ESTÁ muy de moda hablar bien de la Iglesia católica, quizá porque no invita mucho al elogio lo que hace y lo que dice su jerarquía. Pero hay que reivindicar el papel de la Iglesia como, probablemente, la más antigua y la más fiable de todas las oenegés. Cuando defiendo a esta Iglesia católica no estoy pensando en el Vaticano ni en la Conferencia Episcopal Española; pienso en muchos pueblos de América Latina que son mejores por la labor que ha llevado a cabo un religioso; pienso en Presentación López, la monja que perdió las dos piernas en una explosión en el Congo y que dijo que lo primero que haría cuando se recuperase sería volver a África; pienso en Jordi Mas, un misionero que se ha pasado media vida en el Camerún y que acaba de recibir el premio Josep Parera en reconocimiento por su entrega incondicional, y pienso, en definitiva, en la Tía Irene. Una mujer menuda que llegó a una tierra en donde faltaba de todo. Y ella les dio su vida.


Francesc Escribano
http://www.elperiodico.com/default.asp?idpublicacio_PK=46&idioma=CAS&idnoticia_PK=568571&idseccio_PK=1021

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sábado, 6 de diciembre de 2008

Los Jerarcas

Tras la cortina de incienso

Una vez más, el príncipe de la Iglesia Católica , provocó controversia con sus semanales sermones, cargados de mensajes políticos y en esta ocasión expresando que el narcotráfico y el terrorismo se están apoderando de Bolivia.

Cada domingo, la verborrea del religioso utiliza esa sutileza de no decir las cosas de frente, sino enviar mensajes poco menos que subliminales para ser "entendidas" entre líneas.

El presidente de la república y su propio entorno político, reaccionó de inmediato, calificándolas como políticas, cuyo contenido tiene que ver más con el sentir de la "jerarquía" de la iglesia católica y no con el conjunto de ésta.

El Viceministro de Coordinación con Movimientos Sociales, Sacha Llorenti, fue específico al indicar que las expresiones del directo representante del Papa, coinciden con las declaraciones de los opositores políticos del actual gobierno.

En criterio de este funcionario, el cardenal Julio Terrazas está identificado claramente en defensa de los terratenientes, mientras el gobierno está a favor de los pobres, que en todo caso, son la mayoría de los habitantes de Bolivia.

Los jerarcas

El gobierno ha señalado la diferencia existente entre los "jerarcas" y el conjunto de la iglesia. En varias ocasiones, se ha mencionado que así como existen curas, monjas y jerarcas, identificados con la opción por los ricos y poderosos, también existen, otros que se solidarizan con los explotados y sometidos por aquellos que lo tienen todo, son insensibles y están satisfechos.

Pero, ¿ésto fue siempre así, o sólo se presenta ahora y sólo en nuestro país?. La historia, de Bolivia y del mundo entero, demuestra que la "jerarquía" católica, siempre estuvo alineado con los ricos y poderosos..

En nuestra historia, desde el inicio de la independencia americana con el primer grito libertario de Chuquisaca el 25 de mayo de 1809 y el 16 de julio en La Paz , la jerarquía de la Iglesia católica se opuso tenazmente a la aspiración de los pueblos americanos que comenzaron a buscar su independencia de España.

Al iniciarse la revolución de mayo e incendiarse toda Latinoamérica, existieron numerosos clérigos enrolados en la causa. La Iglesia estaba dividida profundamente en todo el continente (1). El bajo clero y algunos obispos apoyaron la emancipación, en tanto el alto clero, hizo causa común con la corona de España y se afiliaron a la contrarrevolución.

El 30 de enero de 1816, el Papa Pío VII, envió una carta a sus obispos, cuando la revuelta en América se había generalizado. En esa carta, el mayor "jerarca" decía: "Aún cuando estéis muy lejos de Nos, separados como estamos por continentes y mares, nuestros esfuerzos por la expansión de la religión y por predicarla, a Nos son bien conocidos. Entre los preceptos claros y de los más importantes de la muy santa religión que profesamos, hay uno que ordena a todas las familias ser sumisas a las potencias colocadas sobre ellas. Nos estamos persuadidos de que los movimientos sediciosos que se producen en aquellos países, por los cuales –nuestro corazón está entristecido y que nuestra sabiduría reprueba- vosotros no dejasteis de dar a vuestros rebaños todas las exhortaciones. Sin embargo, como sobre la tierra, Nos somos el Representante de Aquél que es el Dios de la paz, nacido para rescatar al género humano de la tiranía de los demonios, y a su vez anunció la paz a los hombres por sus ángeles. Nos pensamos que nuestra misión apostólica, que ejercemos sin mérito, nos obliga a impulsaros por nuestras letras a buscar toda clase de esfuerzos para arrancar esa muy funesta cizaña de desórdenes y sediciones que el hombre ha tenido la maldad de sembrar allá".

Ese en parte, el pronunciamiento del papado sobre la revolución emancipadora en América, lo que también muestra en parte que las jerarquías, siempre estuvieron del lado de los poderosos y en el caso de Bolivia, siempre estuvieron del lado de los más ricos, los terratenientes y los oligarcas.

Hacia 1820, los representantes de las naciones que habían sido colonias, llegaron al Vaticano para pedir reconocimiento, pero el Papa, se negó a recibirles. Los representantes de Argentina, Venezuela, Nueva Granada, Chile y Colombia, estuvieron en algunos casos varios años, gestionando reconocimiento sin mayores resultados. El Vaticano, no quería escucharles y por el contrario les acosaba y hasta les perseguía. Sólo varias décadas después y a regañadientes, terminó por reconocer la independencia de las naciones americanas.

¿Quién defiende a los pobres?

La realidad actual de Bolivia, parece mostrar que no hay quién defienda a los pobres desde la perspectiva religiosa. Apenas elegido Juan Pablo I (Albino Luciani), éste papa quiso identificarse con los pobres, haciendo que la misma Iglesia sea pobre, pero sus intenciones apenas duraron 33 días, pues según el libro "En nombre de Dios", del periodista David Yallop, esa clase "jerárquica" del Vaticano, impidió sus intenciones provocando su muerte, justo pocas horas antes de iniciarse un revolucionario proceso de cambio dentro de la Iglesia.

Su sucesor, Karol Wojtila (Juan PabloII), tenía un criterio contrario, por esa razón en su primera visita a México abordó el tema de la Teología de la liberación. Con el rostro duro, respondió a un estudiante: "Depende de qué teología de la liberación. Si hablamos de la teología de la liberación de Cristo, no de Marx, estoy totalmente a favor de ella". (3)

A partir de entonces y estrechamente colaborado por el principal inquisidor católico y su futuro sucesor, procedió a desmantelar completamente y dejar fuera de la Iglesia a curas y monjas identificados con la teología de la liberación, comenzando por su principal ideólogo, el ahora ex-cura franciscano Leonardo Boff.

No hay en este momento, ninguna opción por los pobres en la iglesia católica y en cambio de manera abierta, la "opción por los ricos" fue impulsada por Juan Pablo II y ahora por su sucesor Benedicto XVI.

¿Y nuestro Cardenal?

Completamente en línea con las nuevas políticas del Vaticano, el "jerarca" boliviano no disimula su alineamiento con los terratenientes, los oligarcas y los partidos de extrema derecha que no dan tregua al actual gobierno de los indígenas.

Ya son anecdóticas sus declaraciones respecto a la inexistencia de esclavos guaraníes en el territorio nacional. Igualmente, es notorio su silencio, cuando se produjeron las golpizas a campesinos en Santa Cruz y los asaltos, quemas y destrucción de por lo menos 150 inmuebles estatales.

En cambio, no dudó en abrir su propia iglesia en Santa Cruz, para "conceder refugio" a jóvenes de la Unión Juvenil Cruceñista (UJC), involucrados en los asaltos a instituciones del Estado y golpizas a personas civiles e incluso al Comandante Departamental de Policías.

El accionar del representante papal, no parece ser sino una cortina de incienso en protección de los que provocaron toda clase de desmanes, incluyendo las matanzas de Filadelfia y Porvenir en el departamento de Pando y la voladura de un gasoducto en Tarija.

El fracasado golpe cívico-prefectural de septiembre pasado, dejó descoyuntada a la oposición política, cuyos líderes y militancia se encuentran en desbande. Los opositores cívicos, articulados en el Consejo Nacional Democrático (Conalde), quedaron igualmente desarticulados y profundamente diferenciados entre ellos.

Queda en consecuencia, la oposición religiosa liderada por el "jerarca" de la iglesia, que aparentemente ha tomado la misión de convertirse en líder de la oligarquía, adecuadamente secundado por su verborrea sermoneadora dominical y los adulones obligados a pensar como él.

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(1) La Masonería. Revolución y Tradición. Emilio J. Corbiere.
(2) En nombre de Dios. David Yallop. 1984
(3) El Poder y la Gloria. David Yallop .2007


Fortunato Esquivel
http://www.insurrectasypunto.org/0682amer05dic_los_jerarcas.htm


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viernes, 5 de diciembre de 2008

¿Cuál es la felicidad posible?

La felicidad es uno de los bienes más ansiados por el ser humano, pero no puede ser comprada ni en el mercado, ni en la bolsa, ni en los bancos. A pesar de eso, alrededor de ella se ha creado toda una industria que viene bajo el nombre de auto-ayuda. Con pedazos de ciencia y de psicología se procura ofrecer una fórmula infalible para alcanzar «la vida que usted siempre soñó». Confrontada, sin embargo, con el curso inalterable de las cosas, se muestra insostenible y falaz. Curiosamente, la mayoría de los que buscan la felicidad intuyen que no puede encontrarla en la ciencia pura o en algún centro tecnológico. En Brasil van a un pai o una mãe de santo, o a un centro espírita, o frecuentan un grupo carismático, consultan a un gurú, leen el horóscopo o estudian el I-Ching de la felicidad. Tienen conciencia de que la consecución de la felicidad no está en la razón analítica o calculatoria sino en la razón sensible y en la inteligencia emocional y cordial. Esto porque la felicidad debe venir de dentro, del corazón y de la sensibilidad.

Para decirlo sin rodeos: no se puede ir directamente a la felicidad. Quien lo hace así es infeliz casi siempre. La felicidad resulta de algo anterior: de la esencia del ser humano y de un sentido de justa medida en todo.

La esencia del ser humano reside en su capacidad de relacionarse. Él es un nudo de relaciones, una especie de rizoma, cuyas raíces apuntan en todas las direcciones. Sólo se realiza cuando activa continuamente su panrelacionalidad, con el universo, con la naturaleza, con la sociedad, con las personas, con su propio corazón y con Dios. Esa relación con lo diferente le permite el intercambio, el enriquecimiento y la transformación. La felicidad o infelicidad nace de este juego de relaciones en proporción a la calidad de las mismas. Fuera de la relación no hay felicidad posible.

Pero eso no basta. Importa vivir un sentido profundo de justa medida en el cuadro de la condición humana concreta. Ésta está hecha de realizaciones y de frustraciones, de violencia y de cariño, de la monotonía de lo cotidiano y de acontecimientos sorprendentes, de salud, de enfermedad y, por último, de muerte.

Ser feliz es encontrar la justa medida en relación a estas polarizaciones. De ahí nace un equilibrio creativo: sin ser demasiado pesimista porque ve las sombras, ni demasiado optimista porque percibe las luces. Ser concretamente realista, asumiendo creativamente lo incompleto de la vida humana, intentando, día a día, escribir derecho con renglones torcidos.

La felicidad depende de esa actitud, especialmente cuando nos enfrentamos a los límites inevitables, como por ejemplo, las frustraciones y la muerte. De nada vale ser rebelde o resignado, pero todo cambia si somos creativos: eso hace de los límites fuentes de energía y de crecimiento. Es lo que llamamos resiliencia: el arte de sacar ventaja de las dificultades y de los fracasos.

Aquí aparece un sentido espiritual de la vida, sin el cual la felicidad no se sostiene a mediano y a largo plazo. Entonces resulta que la muerte no es enemiga de la vida, sino un salto rumbo a un otro orden más alto. Si nos sentimos en la palma de las manos de Dios, nos serenamos. Morir es sumergirnos en la Fuente. De esta forma, como dice Pedro Demo, un pensador que en Brasil hizo el mejor estudio de la Dialéctica de la Felicidad (en tres tomos, publicados por la editorial Vozes, de Petrópolis): «Si no se puede traer el cielo a la tierra, por lo menos podemos acercarlos». Ésta es la sencilla y factible felicidad que podemos conquistar penosamente, como hijos e hijas de Adán y Eva venidos a menos.



Leonardo Boff
http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=285


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