domingo, 14 de diciembre de 2008

Navidades insulsas

Pepcastelló

Se acerca Navidad. El mundo cristiano se prepara para celebrar el gran acontecimiento del nacimiento de Jesús. La liturgia mostrará todo su esplendor en misas especiales, como la del Gallo, con adoración del Niño Jesús, cantos de tradicionales villancicos y un especial sermón del celebrante en el cual tal vez aluda −aunque sin profundizar demasiado, sin excederse, que la moderación es virtud− a esa gran estafa colectiva que es este sistema financiero que tanto da que hablar actualmente. El comercio intentará paliar los efectos de la crisis con el incremento de ventas que estas fiestas conllevan. Habrá cenas de amigos, de empresa, de compañeros de trabajo... Las personas unidas por algún vínculo afectivo se expresarán sus buenos deseos. No faltarán las tradicionales reuniones de familia con sus correspondientes ágapes y regalos... Y durante unos días nuestra civilización occidental cristiana vivirá el tradicional ambiente de fiesta navideña.

Sabemos que en muchos momentos de su historia, diversos pueblos desarrollaron formas de pensamiento y prácticas rituales colectivas que sirvieron para organizar su forma de vida y asegurar su subsistencia. Esas formas de pensamiento colectivo surgieron a partir del nivel de conocimientos adquirido por aquella buena gente y abarcaron hasta donde podían llegar con su imaginación. Arrancaban, por tanto, de su realidad cultural y se desarrollaban en ella y con ella. Cuando esa realidad cambió, cambiaron también las creencias y los rituales que las acompañaban y aparecieron nuevas formas de satisfacer las necesidades espirituales de la población. Y así fueron surgiendo nuevas “religiones” y nuevas formas de pensamiento colectivo en cada cultura y en cada época.

Hoy el mundo del conocimiento cambia a velocidad de vértigo y con él se van transformando las costumbres y la forma de vivir. Las creencias religiosas se tambalean ante la avalancha de nuevos conocimientos que las cuestionan y un sinfín de acontecimientos pone en la picota a personajes que oficialmente figuran como cualificados creyentes. En el mundo cristiano cada día es mayor el número de personas que vive su cotidianidad ignorando la religión de sus antepasados o que la recuerdan como mucho en los momentos solemnes de su vida. Aun así, desde círculos religiosos, manejando las estadísticas con habilidad, hay quienes se atreven a decir cosas como «el 85 % de la población mundial tiene religión y una tercera parte de esa población es cristiana»; y también que «la juventud tiene ansia de trascendencia y la busca afanosamente». Bien, la opinión es libre, pero la realidad suele ser elocuente. Las iglesias están vacías la mayor parte del tiempo y las vocaciones religiosas escasean hasta el punto de que no hay suficiente sacerdocio para atender a la poca feligresía que todavía queda. Ante esta evidencia cabe preguntarse: ¿donde está ese tercio cristiano del 85 % de la población mundial?

Pero aun en el supuesto de que esa gran masa de población permaneciese oculta a los incrédulos ojos de quienes observamos desde fuera el mundo religioso que nos rodea, esa inadvertencia nos sugiere las preguntas que siguen:

−¿En qué consiste hoy día el cristianismo, en un conjunto de fiestas y celebraciones? ¿Qué relación guarda toda esa parafernalia navideña a la cual nos referíamos más arriba con el Reino de Dios y su Justicia?

−¿Dónde están, en el mundo cristiano, en esa cuarta parte larga de población mundial según las estadísticas, las enseñanzas del Jesús que nos muestran los evangelios? ¿Qué porcentaje real, auténtico, verdadero de población cristiana las sigue? Y si no las sigue, ¿como puede considerarse cristiana?

−¿A qué es debido que una organización transnacional tan poderosa como es la Iglesia esté dando tan mal producto? ¿Acaso sufre algún apagón de Luz del Espíritu Santo?

Quien esto escribe no tiene respuestas categóricas para estas preguntas y algunas más de orden parecido, pero sí la sospecha de que «la sal perdió su sabor». Sin consultar estadística alguna, observando simplemente desde esta “tierra de nadie” de la no creencia, con todo el riesgo de subjetividad que ello comporta, se permite opinar que actualmente el cristianismo no satisface las necesidades espirituales de esa gran masa de población que estadísticamente se considera cristiana. Y quede claro que “necesidad” no es sinónimo de “deseo”.

Desde esta perspectiva cabe pensar que las iglesias cristianas, empezando por la mayor de ellas, la Iglesia Católica, tienen sobre sus espaldas la grave responsabilidad de haber hecho este cristianismo insulso de charanga y pandereta que tan poco atractivo resulta al occidente actual y tanta desgana de vida interior provoca. Y también, que ya va siendo hora de que reflexionen y se tomen en serio su tarea, antes de que el hacha de la justicia divina haga astillas de ellas.


Pepcastelló

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