jueves, 18 de junio de 2009

Se nos cayó la ética

Pepcastelló

¿Se nos cayó, o fue que nos la echaron por la ventana quienes manejan el mundo?

Cuando estos días entramos a comentar las votaciones europeas, una de las conclusiones más compartidas es que a la población del viejo continente se le cayó la ética; que votó con las tripas en vez de hacerlo con la cabeza, algo alarmante que no debiera esperarse en los tiempos que corremos, tanto por el nivel de instrucción básica alcanzado por la mayoría de la población como porque tenemos información suficiente para saber cuales pueden ser las consecuencias de las decisiones que tomemos. Y no obstante ahí está ese voto a la irreflexión, la intolerancia y a la continuidad de este sistema capitalista que no solamente mata de hambre y enfermedades a una buena parte de la población mundial, sino que está asfixiando a la totalidad del planeta y esparciendo por él tal cantidad de virus que posiblemente dentro de muy poco ni estos ni los muertos de hambre van a poder ser parados por las fronteras.

No deja de ser curioso que justamente a este viejo mundo que exportó la civilización cristiana al resto del planeta sea a quien se le haya venido abajo la ética en su diario quehacer. ¿Será talvez porque el cristianismo que exportó carecía de ella y sólo era institucional, ritualista, cultista, sin hondura humana, sin el espíritu que se supone invistió a quienes siguieron a Jesús de Nazaret más o menos de cerca? Pues si así fuere, y motivos hay más que sobrados para pensarlo, de lejos nos vendría la desgracia, porque ese cristianismo imperialista arranca del siglo tercero, cuando algunas comunidades cristianas decidieron ponerse bajo el amparo del poder, lo cual representó una clara renuncia al espíritu profético y revolucionario que las animaba.

Pero sin hacer cábalas que nos lleven a un pasado discutible por lejano, veamos que está ocurriendo en nuestro entorno. Veamos si es verdad que se nos cayó la ética o si lo que ha ocurrido es que nos la echaron por la ventana quienes manejan el mundo porque una masa sin principios humanos les es más provechosa que una población de personas sensatas.

Desde la segunda mitad del siglo pasado, finalizada la guerra, el “american way of life” ha bombardeado al mundo occidental mediante todos los recursos publicitarios que ha tenido a su alcance. EEUU, esa gran nación formada por invasores genocidas provenientes del viejo continente, no ha parado de dar lecciones de vida al mundo civilizado hasta imponer su modo de pensar y hacer en todos los rincones del planeta con posibilidades inmediatas o potenciales de consumir. El deseo de adquirir y poseer ha sido exacerbado continuamente por la publicidad y las nuevas formas de negocio que al amparo de esa forma de vida han ido surgiendo.

En ese permanente discurso ideológico, no se ha parado ni un solo instante de hablar de ética y de derechos humanos, sólo que del modo más falaz que cabe imaginar y como recurso para atrapar a las sociedades que todavía no estaban bajo el control de ese colonialismo económico y mental. Las Iglesias cristianas le han seguido el juego a ese desaforado discurso, haciéndolo compatible con las enseñanzas evangélicas mediante asombrosos malabarismos mentales y cómplices silencios. Los partidos políticos del mundo entero han entrado también en el juego de la falsa democracia, renunciando para ello a sus principios los que tuvieron su origen en la lucha por la dignidad humana. Algo parecido han hecho las organizaciones sindicales, más atentas a su propio beneficio que a sus obligaciones con la clase obrera. Y para acabarlo de embrollar, han surgido infinidad de ONG que al igual que una buena parte de los sindicatos, los partidos políticos y algunas iglesias hacen muchas de ellas de la solidaridad, la compasión y las buenas obras un provechoso negocio.

Entretanto, a lo largo de ese medio siglo, el pueblo ha ido alcanzando un nivel de confort que avala sin el menor reparo la forma de vida que se le ha impuesto. La reflexión y el pensamiento han desaparecido de la vida cotidiana, como no sea para ver el modo de conseguir un nivel de vida todavía más confortable. La ética y los valores humanos han sido manipuladas hasta el extremo por ese capitalismo colonizador y expansionista que está llegando a sus propios límites y que en sus estertores está dispuesto a llevarse por delante cuanto pille. No es de extrañar pues que sin hábito de reflexionar y con una mentalidad cada día más primitiva y cargada de deseos una buena parte de la población europea se comporte como auténticas bestias.

El futuro es imprevisible y no está en el ánimo de quien esto escribe hacer profecías, pero es a todas luces evidente que estamos destruyendo el planeta y con él a la humanidad entera. Cada vez nos quedan menos posibilidades de maniobra a quienes deseamos legar un mundo más humano a las próximas generaciones. El panorama no es esperanzador. Europa parece caminar sobre sus propios pasos: el fascismo resurge de la tumba en la que oficialmente yacía; la Iglesia Católica se enroca en su catolicismo confesional y cultista y restaura el lefebrismo; los discursos ideológicos de los gobernantes y de instituciones de gran influencia social miran también hacia atrás y ensalzan las formas tradicionales de familia, educación y relaciones sociales ignorando las causas de su evolución. Y así podríamos seguir largo y tendido.

No obstante, cabe pensar que si todo tiene un límite, también lo ha de tener la estulticia humana. No debemos desesperar de que entre tanta bestia haya suficiente número de personas con sentido común como para poner las cosas en su sitio y devolverle a la dignidad humana el lugar que le corresponde; de que entre la clase política haya quien se dé cuenta de que no se puede seguir con engaños y mentiras y propugnado una forma de vida que destroza el planeta y solamente favorece a las capas más ricas de la población; de que la población cristiana salga de su obcecación y se decida ya de una vez a pensar si lo que hace es vivir y transmitir la Buena Nueva o si está meciéndose en placenteras ensoñaciones; y de que quienes queremos que todo esto ocurra nos demos cuenta de que debemos empezar por hacerlo realidad en el día a día de nuestras propias vidas.

La ética no es una flor muerta y marchita como nos pueden hacer pensar los tristes acontecimientos que a diario constatamos, sino un brote constante de vida y esperanza en el alma humana. Solamente hace falta cultivarla debidamente para que crezca.


Pepcastelló

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