Pepcastelló
«De noche iremos, de noche, que para encontrar la fuente sólo la sed nos alumbra».
Éste es el texto de uno de mis preferidos cantos de plegaria de Taizé. Una clara apuesta por la confianza en el ser humano y en su inherente capacidad para orientarse y hollar sendas donde no haya caminos.
Vivimos tiempos de aventura. La humanidad se abre paso día a día a velocidad de vértigo hacia espacios tan insondables como las míticas aguas que se extendían más allá del medieval Finisterre. Cada vez más el ser humano rechaza los aprendizajes tradicionales y apuesta por sus personales descubrimientos. La confianza en la propia intuición aumenta a medida que disminuye el miedo a errar. La prudencia va a la baja, y el riesgo de estrellarnos es constante.
En semejante actitud de nada sirven las viejas recomendaciones. No se puede pedir a nadie que se detenga a buscar el camino seguido por quienes le precedieron, porque este ser nuevo que hoy avanza no se contenta con las cotas logradas y va a por otras nuevas. No valen ya los antiguos discursos basados en términos ambiguos, sean estos ideológicos o religiosos excepto para quienes obtienen con ellos beneficio. Es fácil observar como el opulento mundo occidental acepta sin escrúpulos el discurso neoliberal y como quienes dependen afectiva o materialmente de instituciones religiosas aceptan el oscurantismo eclesiástico. Pero del mismo modo podemos observar como los rechazan la mayoría de la gente, especialmente quienes son conscientes de sus consecuencias.
Pienso que en el descreído mundo actual las religiones tienen poco que hacer. La gente está harta de caminar precedida de estandartes, de símbolos y de cruces que camuflan espadas. Siempre ha habido un dios que ha ordenado lo que en aquel momento quienes guiaban al pueblo han creído que más les convenía, ya fuese huir de sus captores o apoderarse de tierras prometidas abatiendo murallas a toque de trompeta y degollando a poblaciones indefensas.
Con esto no digo que las religiones no sirvan para nada ni que no sean caminos válidos para mucha gente. Las religiones sirven a quienes sirven, pero sirven muy poco o nada a la gran mayoría. Y lo que digo es que mientras se olviden de esa mayoría no servirán al mundo.
Qué duda cabe de que en el origen de toda religión hay una fuente de sabiduría. Pero en su posterior inserción cultural han intervenido numerosos factores distorsionantes. Muchos han sido --y son aún-- los guías que a cambio de prebendas han señalado caminos convenientes para los poderosos y han arrastrado por ellos al pueblo mentalmente aherrojado. Caminos que se han ido ensanchando y consolidado con el paso de las gentes y del tiempo hasta parecer los únicos posibles.
Un inmenso gentío rechaza hoy esos falsos caminos. Pero no andar por ellos no es garantía de avanzar en pos de la utopía. Hay millones de almas que no se han rendido a falsos idealismos ni religiosos ni políticos pero que sin saberlo están cautivas en las redes de los perversos mercaderes que gobiernan el mundo. Esas almas viven en lo más hondo de la caverna humana, desde donde no se ve ni se adivina siquiera la utopía. En su mente repleta de oscuridad no hay lugar para viejos discursos y tan sólo la sabia reflexión y la humana experiencia pueden ser para ellas redentoras.
No es deseable para nadie la oscuridad de la caverna. El ser humano necesita la luz de la utopía, pues como nos recordaba Leonardo Boff hace muy poco, «sin utopías nos empantanamos en los intereses individuales» [1].
Pero la utopía no es un puerto de arribo sino un horizonte; no es un camino sino un rumbo, una dirección en la cual hay que avanzar persistentemente. Y para avanzar es preciso mantener viva la esperanza en lo más hondo de nuestra propia alma. Por esto hay que soñarla, hay que cantarla, hay que cultivarla mediante la plegaria. Pero con una plegaria humana y libre, no sujeta a ninguna idea esclava, porque la utopía es ante todo un anhelo profundo de justicia equitativa y de libertad humana.
Desde esta perspectiva, se me ocurre que en su relación con el descreído mundo actual las religiones harían bien renunciando a sí mismas y asumiendo su condición de “ancianas”. De este modo podrían estar al lado de quienes sin profesar creencias religiosas y aun con alergia a ellas bregan contra viento y marea por hacer un mundo más justo y más humano, alentándoles para que no desfallezcan y ayudándoles con su sabiduría a superar escollos.
La reflexión es una facultad humana. La bondad es una cualidad que todo individuo necesita desarrollar si queremos librarnos de esta vorágine que nos engulle, y esto requiere un trabajo interior en la persona. Si la vía religiosa ha fracaso en la mayor parte de la población, lo sensato es buscar otra, no insistir en lo que no va ni cruzarse de brazos. Pero ¿quien puede hallar esta nueva vía sino personas que tengan cualidad humana suficiente, que hayan superado sus egoísmos personales y que tengan la vista puesta en la utopía? ¿Y dónde hallar preferentemente a esas personas sino en el entorno religioso?
Quien quiera llevar a cabo esta tarea de aproximación al mundo “no creyente” tendrá que hablar un lenguaje asequible a quien quiera dirigirse, no imponiendo su modo de pensar sino aportando sus valores al pensamiento ajeno. Esta ductilidad que señalo no significa que el mundo creyente deba renunciar a su fe sino que consecuentemente con ella busque una forma de expresarla acorde con el momento histórico que vivimos. Cierto que ya hay muchas personas trabajando en esta tarea, pero la mayoría de ellas siguen anteponiendo sus creencias y no renuncian a expresarse en términos religiosos, como si lo más importante fuese su identidad de creyentes.
Pienso que si el cristianismo sigue empecinado en acercarse a la gente mediante “los misterios del más allá” en vez de hacerlo a través de cuanto vamos averiguando sobre “el más acá”, especialmente en materia afectiva y neurobiológica, se apartará cada vez más de esta «civilización occidental cristiana» hasta el punto de excluirse totalmente de ella.
Por esto digo: No quieran de ahora en adelante las religiones llevar agua a las almas sedientas a cambio de poner en sus pies nuevas cadenas, porque fracasarán. Ayúdenles a conseguir su libertad y dejen que ellas mismas tracen senderos para llegar a la fuente.
En fin, es tan sólo mi opinión, heterodoxa y discutible, como de costumbre. De modo que ahí os dejo mi dirección, por si queréis entrar en diálogo. Gracias por vuestra atención.
[1] http://www.panamaprofundo.org/boletin/compromiso-fe/sin-utopias-nos-empantanamos.htm