Pepcastelló
A menudo me devano los sesos tratando de encontrar el porqué de la semejanza de paisajes que observo a lado y lado de esta tierra de nadie en la que me exilié hace ya tiempo. Desde lo alto de mi incómoda atalaya sobre la que me esfuerzo por mantener un equilibrio casi de estilita, observo que apenas hay diferencia entre el mundo religioso y el profano. En ambos veo infinidad de altares erigidos en honor de los infernales ídolos adorados por esta civilización occidental cristiana de la que soy parte, sobre los que se prodiga un culto permanente por parte de gobiernos y entidades de todo orden, al cual se entrega la mayor parte de la población tanto en público como en lo más recóndito de casi todos los hogares. Las ofrendas de sudor, sangre y sufrimientos, propios y ajenos, no faltan sobre los idolátricos altares del dinero, la fama, el triunfo, el éxito personal, el confort, el poder...
No obstante debo decir que del lado religioso, entre los muchos altares a los ídolos veo algún altar al Dios supremo y su corte celestial, en los que de manera oficial y también privada, se rinde culto. Pero observo que la presencia de ese Dios no impide la proliferación del culto idolátrico, sino que uno y otro conviven en buena armonía. Tanto en un lado como en el otro las gentes viven mayoritariamente entregadas al goce de sus fantasías mentales y a la contemplación de los imaginarios que con sutileza y constancia instalaron en sus mentes quienes controlan las masas. Unos jactándose de espirituales, siguiendo prácticas religiosas y profesando creencias que según dicen garantizan su felicidad en un más allá al cual piensan acceder cuando el gozo de esta vida de acá se les acabe. Otros menospreciando cuanto no sea alcanzable en esta vida, gozando con la contemplación de cuanto poseen y de lo que desearían tener. Ambos adorando intangibles, símbolos sagrados incuestionables. Más parecidos entre unos y otros, imposible.
De pronto, cuando menos se esperaba, a este sinnúmero de similitudes ha venido a sumársele la crisis. Hasta ahora solamente la padecía el mundo religioso, en franco retroceso, con los templos cada vez más vacíos, con escasas vocaciones sacerdotales, y con una gran parte de la población encendiendo velas y haciendo ofrendas tanto en los altares de Dios como en los del diablo. Pero de la noche a la mañana la crisis ha irrumpido con fuerza en el mundo profano, haciendo ver a quienes en el moran lo poco fiables que son sus ídolos.
Crisis pues en uno y otro lado, pero con una diferencia: mientras que del lado profano se lanzan acusaciones contra quienes se consideran responsables de semejante debacle, en el lado religioso la responsabilidad se diluye y se exculpa de ella a quienes bien pudieran ser los máximos responsables. A la pregunta de por qué hay en el mundo religioso tantos altares a los ídolos profanos, la respuesta obtenida ha sido casi siempre elusiva y ambigua: «cada cual sigue a Jesús como puede», «la Iglesia es una institución divina en manos de humanos», «somos egoístas, imperfectos...», «todos somos Iglesia»... A nadie se le ocurre, por lo general, que algo puedan estar haciendo mal quienes asumen la responsabilidad terrenal de esa institución que tan poco divina se nos muestra.
Desde mi personal perspectiva de no creyente, de morador de la tierra de nadie, ni religiosa ni profana, desprovisto totalmente de esa fe ciega que está dispuesta a tragar lo que sea con tal de poder seguir gozando de los placeres del alma que los representantes de Dios en la tierra procuran a sus fieles, me atrevo a preguntar:
• ¿No será que, al igual que la profana, la crisis religiosa se debe al egoísmo y la estrechez de miras de las máximas autoridades y de quienes fielmente les siguen?
• ¿No será que tanto los líderes profanos como los religiosos han obrado y siguen obrando falazmente, alentando fantasías en vez de valores reales?
• ¿No será que tanto el mundo profano como el religioso tiene que dejar ya de escuchar monsergas y aprender a pensar por su cuenta?
• ¿No será que esas doctrinas económicas, sociales y cristianas que hoy predican las voces autorizadas se alejan tanto de la realidad humana que sólo sirven a unas minorías privilegiadas?
Como de costumbre, no tengo respuestas para estos interrogantes. En esta estrecha franja de tierra de nadie no hay espacio para cultivar respuestas categóricas. Tan sólo pueden florecer aquí tenues preguntas, cuyas semillas tal vez el viento de la vida haga llegar a alguna parte. Aun así, doy gracias por ellas desde lo más hondo de mi alma.
Pepcastelló
Comentarios y FORO...
A menudo me devano los sesos tratando de encontrar el porqué de la semejanza de paisajes que observo a lado y lado de esta tierra de nadie en la que me exilié hace ya tiempo. Desde lo alto de mi incómoda atalaya sobre la que me esfuerzo por mantener un equilibrio casi de estilita, observo que apenas hay diferencia entre el mundo religioso y el profano. En ambos veo infinidad de altares erigidos en honor de los infernales ídolos adorados por esta civilización occidental cristiana de la que soy parte, sobre los que se prodiga un culto permanente por parte de gobiernos y entidades de todo orden, al cual se entrega la mayor parte de la población tanto en público como en lo más recóndito de casi todos los hogares. Las ofrendas de sudor, sangre y sufrimientos, propios y ajenos, no faltan sobre los idolátricos altares del dinero, la fama, el triunfo, el éxito personal, el confort, el poder...
No obstante debo decir que del lado religioso, entre los muchos altares a los ídolos veo algún altar al Dios supremo y su corte celestial, en los que de manera oficial y también privada, se rinde culto. Pero observo que la presencia de ese Dios no impide la proliferación del culto idolátrico, sino que uno y otro conviven en buena armonía. Tanto en un lado como en el otro las gentes viven mayoritariamente entregadas al goce de sus fantasías mentales y a la contemplación de los imaginarios que con sutileza y constancia instalaron en sus mentes quienes controlan las masas. Unos jactándose de espirituales, siguiendo prácticas religiosas y profesando creencias que según dicen garantizan su felicidad en un más allá al cual piensan acceder cuando el gozo de esta vida de acá se les acabe. Otros menospreciando cuanto no sea alcanzable en esta vida, gozando con la contemplación de cuanto poseen y de lo que desearían tener. Ambos adorando intangibles, símbolos sagrados incuestionables. Más parecidos entre unos y otros, imposible.
De pronto, cuando menos se esperaba, a este sinnúmero de similitudes ha venido a sumársele la crisis. Hasta ahora solamente la padecía el mundo religioso, en franco retroceso, con los templos cada vez más vacíos, con escasas vocaciones sacerdotales, y con una gran parte de la población encendiendo velas y haciendo ofrendas tanto en los altares de Dios como en los del diablo. Pero de la noche a la mañana la crisis ha irrumpido con fuerza en el mundo profano, haciendo ver a quienes en el moran lo poco fiables que son sus ídolos.
Crisis pues en uno y otro lado, pero con una diferencia: mientras que del lado profano se lanzan acusaciones contra quienes se consideran responsables de semejante debacle, en el lado religioso la responsabilidad se diluye y se exculpa de ella a quienes bien pudieran ser los máximos responsables. A la pregunta de por qué hay en el mundo religioso tantos altares a los ídolos profanos, la respuesta obtenida ha sido casi siempre elusiva y ambigua: «cada cual sigue a Jesús como puede», «la Iglesia es una institución divina en manos de humanos», «somos egoístas, imperfectos...», «todos somos Iglesia»... A nadie se le ocurre, por lo general, que algo puedan estar haciendo mal quienes asumen la responsabilidad terrenal de esa institución que tan poco divina se nos muestra.
Desde mi personal perspectiva de no creyente, de morador de la tierra de nadie, ni religiosa ni profana, desprovisto totalmente de esa fe ciega que está dispuesta a tragar lo que sea con tal de poder seguir gozando de los placeres del alma que los representantes de Dios en la tierra procuran a sus fieles, me atrevo a preguntar:
• ¿No será que, al igual que la profana, la crisis religiosa se debe al egoísmo y la estrechez de miras de las máximas autoridades y de quienes fielmente les siguen?
• ¿No será que tanto los líderes profanos como los religiosos han obrado y siguen obrando falazmente, alentando fantasías en vez de valores reales?
• ¿No será que tanto el mundo profano como el religioso tiene que dejar ya de escuchar monsergas y aprender a pensar por su cuenta?
• ¿No será que esas doctrinas económicas, sociales y cristianas que hoy predican las voces autorizadas se alejan tanto de la realidad humana que sólo sirven a unas minorías privilegiadas?
Como de costumbre, no tengo respuestas para estos interrogantes. En esta estrecha franja de tierra de nadie no hay espacio para cultivar respuestas categóricas. Tan sólo pueden florecer aquí tenues preguntas, cuyas semillas tal vez el viento de la vida haga llegar a alguna parte. Aun así, doy gracias por ellas desde lo más hondo de mi alma.
Pepcastelló
Comentarios y FORO...