domingo, 25 de enero de 2009

Visto de cerca

Pepcastelló

Si vistos desde lejos los mundos religioso y profano que rodean esta estrecha franja de tierra de nadie que los separa tienen grandes semejanzas, vistos de cerca tienen todavía más. En ambos observamos:

• Una mayoría de individuos que acatan el orden establecido sin oponerse a el, simplemente esquivándolo en la medida que pueden siempre que les resulta ingrato.

• La presencia de singulares seres distintos del común. Mentes abiertas, conciencias claras que cuestionan dogmas y creencias, que batallan sin tregua por cuanto creen justo, pero sin entrar en conflicto con las instituciones a que pertenecen, con las cuales colaboran fielmente.

• Una minoría de espíritus rebeldes, extraños seres que por vete a saber qué milagrosas circunstancias lograron zafarse del baño homogenizador que la sociedad impone a cuantos individuos y organizaciones forman parte de ella; mentes libres que dejaron el camino marcado por los poderes dominantes para buscar su propia senda y vivir sus inquietudes de forma distinta a la establecida.

En este mundo uniformizado y globalizado a fuerza de siglos de imposición violenta de los más fuertes sobre el resto, quienes optan por la libertad tienen que pagar un elevado precio por ella, porque no hay ningún organismo, ninguna institución humana, que acoja a quienes rechazan los principios que tanto el mundo religioso como el profano considera sagrados. No se dan auxilios fuera del territorio demarcado. El férreo control que el pensamiento dominante ejerce sobre el ambiente aísla y deja en el mayor desamparo a quienes de la disensión hacen bandera. El precio de la libertad suele ser casi siempre, la soledad.

La soledad es contraria a nuestra humana naturaleza. Caminar en solitario tiene altos riesgos y un elevado costo intelectual y emocional. Los seres humanos no estamos hechos para andar solos por la vida sino para compartir cuanto nos acontece y colaborar en proyectos comunes. El saber exige esfuerzo colectivo; la sabiduría, interacción humana.

Pero la forma de vida que seguimos en nuestro mundo occidental no promueve la necesaria colaboración de las mentes en todos los órdenes. Las directrices de la sociedad en los ámbitos, político, social, económico y religioso llevan siglos en manos de minorías más atentas a sus intereses corporativos y personales que al bien común; de ahí que, por sistema, rechacen cuantas iniciativas difieran de las suyas, cuantos pensamientos cuestionen el suyo. Quienes detentan el poder defienden su apropiación mediante reiteradas falacias y actúan como si el resto de los mortales fuesen cretinos. Saben bien que, aun en su sano juicio, el ser humano teme la libertad por los riesgos que conlleva y el esfuerzo que exige; pero sobretodo saben bien que disponen de todos los medios necesarios para ahogar las voces de quienes se les oponen.

Aparte de cuanto nos pueda decir la historia, que siempre puede ser tildada de tendenciosa, cuanto llevamos vivido en los últimos años nos da a entender que el pensamiento de quienes llevan siglos dirigiendo nuestra civilización occidental cristiana está en franca crisis. La arrogancia ególatra de los mandamases no es aceptable ya en nuestro mundo cada día más interconectado, en el que cualquier acontecimiento trasciende velozmente. Hoy no es fiable la sabiduría de unos pocos cuando estos excluyen del diálogo a la gran mayoría, o bien someten la expresión de cuanto ella opina a controles y filtros que la invalidan por competo. Hoy sabemos bien que nadie está en posesión de la verdad; que la verdad absoluta es lo más cercano al error absoluto; que el saber de una vez por todas no es posible, sino que es preciso e inevitable ir descubriendo día a día y con esfuerzo lo que es válido y lo que no lo es; pero sobretodo sabemos que ver y entender es tarea común de todos los mortales, que no debe estar en manos de minorías interesadas porque, de estarlo, el error y la injusticia son inevitables.

A tenor de cuanto acabamos de observar, nos preguntamos:

• ¿Llegarán algún día los poderosos a tomar en cuenta las opiniones de quienes desde dentro o desde fuera del sistema disienten cabalmente?

• ¿Llegarán a entender quienes detentan la palabra que es inútil persistir en la falacia porque la verdad acaba aflorando; que el ser humano evoluciona, el pensamiento se socializa y cada día queda más atrás el simio ignorante de sí mismo que fueron nuestros lejanos antepasados?

Como siempre, ignoramos las respuestas; pero no parece probable que eso vaya a ocurrir de inmediato. Más vale, pues, que mantengamos firme el ánimo y, sin esperar nada, sigamos cada cual en su tarea trabajando con ahínco en pro de lo que entendemos como un mundo más justo y más humano.

Pepcastelló

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