Susana Merino
La miseria genera muchas muertes invisibles, silenciosas, que carecen de la espectacularidad que suelen otorgarles los medios a otras muertes más relevantes. Más relevantes por imprevistas, por saltar del anonimato a las letras de los periódicos, a las imágenes de televisión, a las noticias de las radios, por tratarse de víctimas y de victimarios con nombres y apellidos que trascienden la rutina y se asoman, aunque fugazmente, a la popularidad de nuestro cotidiano universo.
Un asesinato individual es tanto más visible porque puede ser identificado; es el de alguien con rostro y con historia mientras que los miles de crímenes cometidos a lo largo de los días y de los años por el hambre o últimamente por la droga pasan fácilmente desapercibidos. Se trata simplemente de cifras no de nombres y apellidos y los asimilamos sin dolor y sin remordimientos porque no se hallan públicamente identificados, aunque en el fondo seamos colectivamente responsables de esas muertes.
Es cierto no lo somos conscientemente y por lo tanto pareciera que no debemos hacernos cargo de esas pequeñas víctimas anónimas como tampoco de todas aquellas muertes provocadas por causa de las genéricamente llamadas “enfermedades evitables”, ni tampoco por las que en los medios más precarios suele provocar la violencia.
Y sin embargo tanto unas como otras no son más que la consecuencia de la aceptación de un sistema político que como dice Michel Foucault ha abandonado “las formas de poder tradicionales rituales, costosas y violentas por toda una tecnología fina y sofisticada del sometimiento” en el que, agrega “los circuitos de la comunicación son los soportes de una acumulación y centralización del poder” y “la hermosa totalidad del individuo no se halla amputada, reprimida o alterada por nuestro orden social sino cuidadosamente fabricada”(1)
De allí que no nos sintamos culpables porque venimos siendo condicionados por una educación que nos impele a cumplir normas, leyes y reglamentos destinados a respetar la voluntad de quienes detentan el poder y en cuyo ámbito, cito nuevamente a Foucault “la necesidad es también un instrumento político cuidadosamente dispuesto, calculado y utilizado”
¿Cómo puede explicarse, si no, que persistan, subsistan y se acrecienten las graves insatisfacciones de las necesidades humanas básicas, incluyendo entre ellas no solo la alimentación, la vivienda y el vestido sino también, como señala Susan George, las carencias relacionadas con la dignidad?.
Nos han convencido de que los pobres son un amenaza y que cualquier mendigo puede transformarse súbitamente en ladrón y atentar contra nuestro patrimonio y nuestra vida. Pero pocos se preguntan sobre las causas que generan esa marginación y esa discriminación y las aceptamos casi sin cuestionarlas sin advertir que más que buscar malhechores como dice Amarthya Sen deberiamos abocarnos a cambiar el enfoque y a tratar de detectar porqué esas personas delinquen, porqué toman “decisiones equivocadas” y descubriremos seguramente que no tienen otra opción. El desempleo, el hambre y la miseria con las que se ven obligados a luchar diariamente, son sus únicas realidades. La pobreza implica tambíén falta de libertad y de oportunidades de crecimiento y de desarrollo de las propias capacidades.
Y aquí llega la hora de preguntarnos ¿a quiénes benefician entonces estas situaciones extremas? ¿Al que las sufre directamente y se transforma en probable agresor? ¿Al que se convierte en eventual agredido? ¿A ambos? ¿A ninguno?
Preguntas todas de imposible respuesta salvo la que insinúa la última: a ninguno. A ninguno de estos potenciales protagonistas es cierto pero no podemos limitarnos a considerar tan solo el entorno inmediato, el marco generalmente urbano en que se insertan ambos términos de esta aparentemente insoluble ecuación.
Alguién ha dicho que la desigualdad es el precio de la riqueza y a poco que analicemos los ámbitos en que se ponen de manifiesto los mayores índices de criminalidad y de pobreza, podremos comprobar que es en aquellas ciudades cuya desmesura se corresponde con la localización de las mayores concentraciones de poder económico y en las que crecen con fuerza singular dos mundos tangenciales y distintos, el formal y el informal, cada uno con sus códigos y sus propias normas.
Lo curioso es que ambos mundos viven en barrios "privados" , privados por exclusivos como los countries y los barrios cerrados o "privados" porque, como dice Adolfo Pérez Esquivel, están "privados de derechos elementales, de luz, de agua, de salud, de educación" y en los que los chicos carecen de toda contención social y de esperanza.
Sin embargo es en donde también aquel viejo adagio latino “extrema se tangunt” se vuelve más evidente, en donde la violencia se vuelve un vínculo indeseado que será cada vez más difícil de extirpar en la medida en que las políticas sigan estimulando una mayor concentración de la riqueza y presten una cada vez menor atención a la promoción y a la incorporación de las mayorías al disfrute de un mínimo e indispensable bienestar.
El desarrollo industrial iniciado en la década del 40, fue acompañado de la provisión de servicios públicos que alentaron el crecimiento urbano tanto físico como demográfico, pero en la actualidad con la incorporación de cada vez más sofisticadas tecnologías la capacidad de absorción de mano de obra que generara aquel proceso, ha retrocedido considerablemente y cedido el paso a dos fenómenos concomitantes: la financierización de la economía (con la consiguiente reducción del empleo no calificado y el crecimiento del “outsourcing”) y los trabajos informales, (apenas compensados por la transitoriedad ocupacional del sector de la construcción) con reconocida e inevitable incidencia de la precariedad, la inestabilidad, la imposibilidad de programar el futuro ni siquiera ya en el corto plazo.
Es decir que si bien esta generalizada percepción de inseguridad afecta a una parte considerable de la sociedad impacta con mucho mayor rigor aún en aquellos sectores, particularmente jóvenes, que no disponen de la más mínima contención ni familiar ni social, y están seguramente más predispuestos a asirse de cualquier tabla de salvación, que les ofrezcan los más inescrupulosos vectores del lumpen marginal.
"El peligro no está en la situación - que se podría modificar - sino precisamente en su aceptación ciega en la resignación general" dice Viviane Forrester (2) y también en la indiferencia que sobrevuela toda contingenncia que nos horroriza, pero que pasado el primer instante de conmoción, se precipita con insólita celeridad en el inexorable caude del olvido.
Nos han convencido de que no hay alternativa. Hemos construido ciudades no para los seres humanos sino para los negocios. Los negocios pueden disponer de altas torres, de modernísima arquitectura y electrónica inteligencia aunque sean construidas en territorios arrebatados a la comunidad, pero quienes las edifican deben conformarse con sobrevivir en barriadas inhóspitas que no parecen ser contemporáneas de aquellas. Viviane Forrester decía además que “el autismo reina en los dos bandos en el de los relegados y en el de los que los relegan” con la única obviedad agregaría de que las decisiones las toman exclusivamente estos últimos.
Por otra parte se plantea la curiosa circunstancia de que la mayoría son inmigrantes en su propia tierra o emigrantes de países vecinos, pero a nadie se le ocurre considerar la especial situación de una población forzada a abandonar su tierra natal por imperativos económicos y generar las condiciones que les hagan menos duro el desarraigo.
Es decir, en los países que reciben migraciones intercontinentales se promueven leyes de acogida, tendientes a equiparar las condiciones de vida de los migrantes con las de los pobladores locales, pero en el caso de las migraciones internas o vecinas nunca se ha planteado una verdadera preocupación por el imparable crecimiento de los ghetos, las villas miseria, las favelas o como quiera llamárselas y de las condiciones de vida que allí imperan un verdadero oprobio para la civilización.
Talvez uno de los problemas más graves de nuestro tiempo, la razón que justifica muchas cosas injustificables derive del hecho del aniquilamiento progresivo del pensar. Son muchas las argucias utilizadas especialmente por los medios para desviar la atención y fomentar esa especie de autismo colectivo que impulsa a la gente a girar incansablemente sobre lo intrascendente y lo banal, disfrazándolo de deporte, de moda, de entretenimiento, de una superficialidad que oculta esa realidad en que germinan los principales conflictos de la actualidad.
Es importante comenzar a imaginar nuevos rumbos recuperando nuestra capacidad de pensar en lo que como humanidad y como planeta nos afecta, a atrevernos a reflexionar sobre esa realidad y a formular juntos nuevas alternativas porque es más que evidente que nuestro actual derrotero no nos está llevando a buen puerto.+ (PE)
[1][1] Foucault, Michel “Vigilar y castigar”
[2][2] Forrester, Viviane “El horror económico”. FCE
Nota. El presente artículo también se publicó en la agencia Rebanadas de Realidad y Mercosur Noticia.
Susana Merino
http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=3705
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La miseria genera muchas muertes invisibles, silenciosas, que carecen de la espectacularidad que suelen otorgarles los medios a otras muertes más relevantes. Más relevantes por imprevistas, por saltar del anonimato a las letras de los periódicos, a las imágenes de televisión, a las noticias de las radios, por tratarse de víctimas y de victimarios con nombres y apellidos que trascienden la rutina y se asoman, aunque fugazmente, a la popularidad de nuestro cotidiano universo.
Un asesinato individual es tanto más visible porque puede ser identificado; es el de alguien con rostro y con historia mientras que los miles de crímenes cometidos a lo largo de los días y de los años por el hambre o últimamente por la droga pasan fácilmente desapercibidos. Se trata simplemente de cifras no de nombres y apellidos y los asimilamos sin dolor y sin remordimientos porque no se hallan públicamente identificados, aunque en el fondo seamos colectivamente responsables de esas muertes.
Es cierto no lo somos conscientemente y por lo tanto pareciera que no debemos hacernos cargo de esas pequeñas víctimas anónimas como tampoco de todas aquellas muertes provocadas por causa de las genéricamente llamadas “enfermedades evitables”, ni tampoco por las que en los medios más precarios suele provocar la violencia.
Y sin embargo tanto unas como otras no son más que la consecuencia de la aceptación de un sistema político que como dice Michel Foucault ha abandonado “las formas de poder tradicionales rituales, costosas y violentas por toda una tecnología fina y sofisticada del sometimiento” en el que, agrega “los circuitos de la comunicación son los soportes de una acumulación y centralización del poder” y “la hermosa totalidad del individuo no se halla amputada, reprimida o alterada por nuestro orden social sino cuidadosamente fabricada”(1)
De allí que no nos sintamos culpables porque venimos siendo condicionados por una educación que nos impele a cumplir normas, leyes y reglamentos destinados a respetar la voluntad de quienes detentan el poder y en cuyo ámbito, cito nuevamente a Foucault “la necesidad es también un instrumento político cuidadosamente dispuesto, calculado y utilizado”
¿Cómo puede explicarse, si no, que persistan, subsistan y se acrecienten las graves insatisfacciones de las necesidades humanas básicas, incluyendo entre ellas no solo la alimentación, la vivienda y el vestido sino también, como señala Susan George, las carencias relacionadas con la dignidad?.
Nos han convencido de que los pobres son un amenaza y que cualquier mendigo puede transformarse súbitamente en ladrón y atentar contra nuestro patrimonio y nuestra vida. Pero pocos se preguntan sobre las causas que generan esa marginación y esa discriminación y las aceptamos casi sin cuestionarlas sin advertir que más que buscar malhechores como dice Amarthya Sen deberiamos abocarnos a cambiar el enfoque y a tratar de detectar porqué esas personas delinquen, porqué toman “decisiones equivocadas” y descubriremos seguramente que no tienen otra opción. El desempleo, el hambre y la miseria con las que se ven obligados a luchar diariamente, son sus únicas realidades. La pobreza implica tambíén falta de libertad y de oportunidades de crecimiento y de desarrollo de las propias capacidades.
Y aquí llega la hora de preguntarnos ¿a quiénes benefician entonces estas situaciones extremas? ¿Al que las sufre directamente y se transforma en probable agresor? ¿Al que se convierte en eventual agredido? ¿A ambos? ¿A ninguno?
Preguntas todas de imposible respuesta salvo la que insinúa la última: a ninguno. A ninguno de estos potenciales protagonistas es cierto pero no podemos limitarnos a considerar tan solo el entorno inmediato, el marco generalmente urbano en que se insertan ambos términos de esta aparentemente insoluble ecuación.
Alguién ha dicho que la desigualdad es el precio de la riqueza y a poco que analicemos los ámbitos en que se ponen de manifiesto los mayores índices de criminalidad y de pobreza, podremos comprobar que es en aquellas ciudades cuya desmesura se corresponde con la localización de las mayores concentraciones de poder económico y en las que crecen con fuerza singular dos mundos tangenciales y distintos, el formal y el informal, cada uno con sus códigos y sus propias normas.
Lo curioso es que ambos mundos viven en barrios "privados" , privados por exclusivos como los countries y los barrios cerrados o "privados" porque, como dice Adolfo Pérez Esquivel, están "privados de derechos elementales, de luz, de agua, de salud, de educación" y en los que los chicos carecen de toda contención social y de esperanza.
Sin embargo es en donde también aquel viejo adagio latino “extrema se tangunt” se vuelve más evidente, en donde la violencia se vuelve un vínculo indeseado que será cada vez más difícil de extirpar en la medida en que las políticas sigan estimulando una mayor concentración de la riqueza y presten una cada vez menor atención a la promoción y a la incorporación de las mayorías al disfrute de un mínimo e indispensable bienestar.
El desarrollo industrial iniciado en la década del 40, fue acompañado de la provisión de servicios públicos que alentaron el crecimiento urbano tanto físico como demográfico, pero en la actualidad con la incorporación de cada vez más sofisticadas tecnologías la capacidad de absorción de mano de obra que generara aquel proceso, ha retrocedido considerablemente y cedido el paso a dos fenómenos concomitantes: la financierización de la economía (con la consiguiente reducción del empleo no calificado y el crecimiento del “outsourcing”) y los trabajos informales, (apenas compensados por la transitoriedad ocupacional del sector de la construcción) con reconocida e inevitable incidencia de la precariedad, la inestabilidad, la imposibilidad de programar el futuro ni siquiera ya en el corto plazo.
Es decir que si bien esta generalizada percepción de inseguridad afecta a una parte considerable de la sociedad impacta con mucho mayor rigor aún en aquellos sectores, particularmente jóvenes, que no disponen de la más mínima contención ni familiar ni social, y están seguramente más predispuestos a asirse de cualquier tabla de salvación, que les ofrezcan los más inescrupulosos vectores del lumpen marginal.
"El peligro no está en la situación - que se podría modificar - sino precisamente en su aceptación ciega en la resignación general" dice Viviane Forrester (2) y también en la indiferencia que sobrevuela toda contingenncia que nos horroriza, pero que pasado el primer instante de conmoción, se precipita con insólita celeridad en el inexorable caude del olvido.
Nos han convencido de que no hay alternativa. Hemos construido ciudades no para los seres humanos sino para los negocios. Los negocios pueden disponer de altas torres, de modernísima arquitectura y electrónica inteligencia aunque sean construidas en territorios arrebatados a la comunidad, pero quienes las edifican deben conformarse con sobrevivir en barriadas inhóspitas que no parecen ser contemporáneas de aquellas. Viviane Forrester decía además que “el autismo reina en los dos bandos en el de los relegados y en el de los que los relegan” con la única obviedad agregaría de que las decisiones las toman exclusivamente estos últimos.
Por otra parte se plantea la curiosa circunstancia de que la mayoría son inmigrantes en su propia tierra o emigrantes de países vecinos, pero a nadie se le ocurre considerar la especial situación de una población forzada a abandonar su tierra natal por imperativos económicos y generar las condiciones que les hagan menos duro el desarraigo.
Es decir, en los países que reciben migraciones intercontinentales se promueven leyes de acogida, tendientes a equiparar las condiciones de vida de los migrantes con las de los pobladores locales, pero en el caso de las migraciones internas o vecinas nunca se ha planteado una verdadera preocupación por el imparable crecimiento de los ghetos, las villas miseria, las favelas o como quiera llamárselas y de las condiciones de vida que allí imperan un verdadero oprobio para la civilización.
Talvez uno de los problemas más graves de nuestro tiempo, la razón que justifica muchas cosas injustificables derive del hecho del aniquilamiento progresivo del pensar. Son muchas las argucias utilizadas especialmente por los medios para desviar la atención y fomentar esa especie de autismo colectivo que impulsa a la gente a girar incansablemente sobre lo intrascendente y lo banal, disfrazándolo de deporte, de moda, de entretenimiento, de una superficialidad que oculta esa realidad en que germinan los principales conflictos de la actualidad.
Es importante comenzar a imaginar nuevos rumbos recuperando nuestra capacidad de pensar en lo que como humanidad y como planeta nos afecta, a atrevernos a reflexionar sobre esa realidad y a formular juntos nuevas alternativas porque es más que evidente que nuestro actual derrotero no nos está llevando a buen puerto.+ (PE)
[1][1] Foucault, Michel “Vigilar y castigar”
[2][2] Forrester, Viviane “El horror económico”. FCE
Nota. El presente artículo también se publicó en la agencia Rebanadas de Realidad y Mercosur Noticia.
Susana Merino
http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=3705
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