jueves, 3 de septiembre de 2009

Segunda Guerra Mundial. Notas para su desmitologización.

Aníbal Sicardi (*) Bahía Banca.

A los setenta años del inicio de la denominada Segunda Guerra Mundial es posible atentar contra su sacralizad y apuntar algunas notas desmitologizantes.

Una de ellas tiene que ver con su nombre. ¿Qué tuvieron de Mundial las acciones bélicas a partir del 1939 en Europa? Se la da como iniciada por el ataque de Adolf Hitler a Polonia que el Führer denominó contraataque y que no pocos historiadores lo adjudican a una consecuencia del Tratado de Versalles, plasmado luego de la Guerra iniciada en el 14 y finalizada en el 19.

Ese conflicto, el del 14, netamente europeo, era llamado la Gran Guerra o La Guerra de las Guerras hasta que la del 39 fue denominada “Guerra Mundial”, tal vez por influencia de Charles de Gaulle quien, luego de la batalla en Francia, dijo “Esta es una guerra mundial”. De allí surgen los apodos de Primera para la del 14 y de Segunda para la del 39, a las que se le adosan el calificativo de Mundial. Es evidente que, habiendo soportado tantas guerras, en el viejo continente ya no sabían como llamar a ésta que se les escapaba de las manos.

La guerra del 39 fue un conflicto europeo al que, luego de ciertas determinadas derivaciones, se incorporó Japón, la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) y Estados Unidos y parcialmente China. Todos ubicados en el hemisferio norte según la cartografía habitual construida por esos mismos países, pero bien podría diseñarse otro mapamundi donde los del Sur sean el Norte y viceversa.

La lista de países latinoamericanos y caribeños que declararon la guerra a Alemania está encabezada por Cuba, que en aquel momento estaba en las manos de Estados Unidos, y posteriormente por otros países que, por consideraciones de poder internacional, se avienen a unirse en la denuncia, que resultaría en una pintada de cara a un conflicto que no produjeron ni del que obtuvieron dividendos.

Denominar como “mundial” a las guerra del 19 y la del 39, se torna una calificación que solo se puede entender a partir de que Europa se consideraba el ombligo del mundo, o mejor dicho, se consideraba a sí misma como El Mundo y a los demás simples apéndices de su historia. Esa acepción, aceptada por los países no participantes, es fruto de la sumisión que Europa impuso, sobre los otros continentes, al ser actores principales de la colonización de centenares de áreas geográficas que no le pertenecían, excepto por el poder de la fuerza bruta.

Estados Unidos lo acepta y promueve porque concuerda con su idea fundante, la de ser los gestores de una civilización mundial que tendrá como eje principal una concepción de vida que se impone por medio del poderío bélico, por su apoyo a la introducción de capitales y por la apropiación de las riquezas de numerosos países africanos, latinoamericanos, caribeños y asiáticos.

Al mito de seguir creyendo en un conflicto bélico mundial, producido en un solo continente, se le asocian las dificultades para delinear la figura de Adolfo Hitler. A riesgo de ser considerado defensor del nazismo -absurdo de absurdos para el autor de esta nota, no solo por su definida posición ideológica sino además por el componente de su ADN- debe reconocerse que el conocimiento acerca de la figura de Hitler es mayormente el producto de quienes ganaron la guerra europea del 39.

Se lo describe como el Diablo en persona -y hay abundantes hechos para que esa figura pueda ser construida- en las que aparece con todas las malignidades que se le puede adjudicar a un dictador, unidas al esquema clásico de interpretar que las batallas que ganó se las debió a sus generales, y que las que perdió son responsabilidad de él, más el agregado de que no se hable de ninguna de sus virtudes porque el populacho, el pueblo, de pocas luces, puede ser engañado y dar lugar a movimientos similares a los del Führer.

La figura de Hitler, como el Diablo en persona, termina por ser un mito que esconde la posibilidad de que sea el producto de una cultura/civilización alemana, con el apoyo del contexto de la cultura/civilización europea.

El riesgo de equívocas interpretaciones está asumido, pero no obstante vale la pena seguir en esa misma línea recordando que desde España sale la ominosa conquista, sangrienta sobre Latinoamérica y El Caribe; desde Bélgica, la demoledora acción en el Congo; la terrible incursión de los holandeses en Sud Africa; la matanza de Francia en Argelia; la depredación de Inglaterra en Africa y Asia, para nombrar algunas de las acciones más conocidas. Al mismo tiempo no puede dejarse de lado cuestiones del presente como el infame trato a los extranjeros en toda Europa, el surgimiento de personajes como Silvio Berlusconi en Italia, la represión francesa a ciudadanos franceses de origen argelinos. Todos esos países y otros tuvieron como compañero al pequeño, pero poderoso estado construido en Italia conocido como el Vaticano.

El deslumbre de Paris, los canales y orquídeas de Holanda, la pulcritud de Suiza, la importancia de la Revolución Francesa y la revolución Rusa del 19; pensadores como Inmanuel Kant, Jean Paul Sartre, Albert Camus; músicos como Johann Sebastián Bach, Rchard Wagner; literatos como Fedor Dostowesky, León Tolstoy, son luces que alumbran nuestras neuronas inmunizándolas para el descubrimiento de los mitos que nos apresan e impiden ver lo que realmente fue y es el continente europeo.

En ese andar es que aparece la construcción de figuras como la de Hitler, un demonio que es creado por su presunta ignominiosa vida, algo así como surgido dentro de un putrefacto repollo o transportado por una cigüeña ciega que no pudo distinguir bien en el reparto de los niños alemanes.

Para la construcción de esa figura se mencionan las presuntas relaciones de Hitler con ciertas porciones del oscurantismo y de los dioses escandinavos. Algo de eso hay. No es casualidad que de los cinco principales morteros, los de Mörser Karl, surgidos durante la Alemania nazi, dos lleven el nombre de Thor y Odin, los despóticos dioses afincados en la mitología alemana. Ellos ensamblan las características de muerte y destrucción, similar o igual a la que desarrolló Hitler. Es que los dioses, que en un tiempo fueron catalogados como paganos y reprimidos por el cristianismo, tienen su supervivencia asegurada y se cuelan en la red de la historia humana de diversas formas.

Es lo que demuestra Jean Paul Dollé, en su libro “Vías de Acceso al Placer”, (Ediciones Megápolis de la Editorial La Aurora). Dollé, quien desarrolla hábilmente el concepto de encubrimiento, detalla ciertas características de Alemania como la de su preferencia a la noche en la literatura, el arte y la música, que le permite ocultar la realidad de la vida. Fantasmas que regresan en los pasillos de los castillos humanos que pueden estar diseñados diferentes a los antiguos, pero que ofrecen el espacio para el paseo fantasmal nocturno que afectan la vida humana y que, de manera inesperada, surgen en cualquier momento.

En ese sentido es que Dollé recuerda que el cristianismo fue el que intentó desalojar esas creencias, reprimiéndolas e instalando otras. De allí que no es tampoco casual que otros dos morteros del nazismo alemán, el primero y segundo, lleven el nombre de Adam y Eva. Los emblemáticos personajes bíblicos del inicio de la vida humana.

En el símbolo de esa nomenclatura se describe la realidad. Se ilustra el inicio de una nueva civilización, la del nazismo. El orden también es simbólico. Adam y Eva, los primeros, los aparentes gestores de la nueva civilización, prioritarios en el destino de la Alemania nazi, que llevan el contenido, la praxis, de los otros dos, Thor y Odín.

Se puede afirmar sin tapujos, porque de ello existen menciones importantes en la historia, que es el esquema favorito para recubrir las nefastas decisiones de sistemas políticos/sociales, despiadados en esencia, a los que se los institucionaliza con el agua bendita del cristianismo. Este proceder ha servido para ocultar numerosas manifestaciones destructoras de la historia humana, donde Alemania no fue una excepción.

Dorothe Sölle, alemana, teóloga protestante, en un extraordinario librito, “Imaginación y Obediencia”, 84 páginas en la edición de Sígueme, Salamanca, 1971, cita escritos de Rudolf Höss, quien dirigió desde mayo de 1940 a noviembre de 1943 el campo de concentración de Auschwitz, donde valoriza en suma la “atención a la voz que manda”, la “sumisión a la autoridad”, “el sometimiento del propio querer al querer ajeno” como elementos cristianos de primer orden. En vista de ello, Sölle afirma que “Se podría hacer corresponsable a la educación cristiana por la obediencia de la tranquilidad de conciencia de estos asesinos sentados en su mesa de trabajo”

La brillante teóloga alemana trae a colación el pensamiento de otros jerarcas nazis, entre ellos a Adolf Eichmann, que hacen referencias constantes a la obediencia de manera que, dice Sölle, es suficiente para que al teólogo “esta palabra se le atragante” y opina que “Después del uso que de ella se ha hecho, ya no es posible continuar viendo en ella un concepto teológico inocente”

Sostiene que “la obvia tentativa de distinguir entre obediencia a Dios y obediencia a los hombres, no parece que nos haga avanzar en la más mínimo” Añade:“Me parece, por el contrario, que en calidad de cristianos, debemos criticar hoy la obediencia en cuanto tal, y que la critica tiene que ser radical, dado que no podemos vanagloriarnos de saber quien es Dios y lo que quiere en cada momento, hasta el punto que pudiéramos describir nuestra relación con él sirviéndonos de una palabra tan formal y de tal manera marcado por el funcionarismo”

Estas referencias a Dorothe Sólle son para examinarlas una y otra vez. En ellas sobresale con absoluta claridad que el cristianismo tuvo bastante que ver en la conformación de una cultura/civilización que dio lugar a que surja un Hitler., sus funcionarios y una población obediente a ese personaje.

Apropiándonos del pensamiento de Jean Paul Dollé, podemos decir que la alemana es una cultura que se refugia en la noche, al lado de fantasmas que produjeron lo que se produjo, negándose a soñar los sueños de su propia historia En ese tejido de la influencia del cristianismo en la historia cabe destacar la aparición de Martín Lutero. Reformador de reformadores, rescata lo que venía del pasado y lo traslada a su presente. Como lo afirman algunos pensadores, el movimiento de Lutero, con su insistencia en la decisión personal ante la disyuntiva de la fe, resultó en un adelantado de la Revolución Francesa. Sin embargo, poco o nada de esto hablan los teólogos y teólogas que se solazan en remanidas auscultaciones de los escritos de Lutero referidos a la fe y a la doctrina cristiana.

A pesar de la importancia de su Reforma, Lutero no estaba capacitado para eludir las consecuencias del apoyo obtenido de los príncipes alemanes de su tiempo. Así fue que en el conflicto con los campesinos, liderados por Thomas Münzter, Lutero se pone del lado del poder y condena los reclamos del campesinado y de los anabaptistas contra los impuestos abusivos de los terratenientes. Lutero colabora para frenar la revuelta y la detención y decapitación de Münzter.

Mas allá de revisar la historia y ver el papel de Martín Lutero, lo interesante –y diabólico- es que luego, en la enseñanza de los institutos de teología, se refieran a ese eliminar algunas imágenes religiosas que aún estaban en los templos y la reja, que dividía el lugar que ocupaba sacerdote/pastor y que lo distanciaba de la congregación de laicos y laicas. Salvo excepciones, el alumno y alumna de teología que quiere saber lo que aconteció con los campesinos debe recurrir a otras instancias de enseñanzas no teológicas.

La noche para cubrir la realidad del día. La noche con la prohibición de soñar. La desaparición de Münster y otros se asocia con el tratamiento prodigado a un gran alemán, Carlos Marx. Irremplazable para entender la sociedad y la política, surge en ese país de las noches, pero con la particularidad de que sueña el sueño de revolucionar el sistema y construir una sociedad más justa. Alumbra allí, en Alemania, pero no recibe el honor de estar en los panteones de los grandes alemanes sino en el de los heréticos.

Los que sueñan están fuera de la cultura/civilización alemana. A los Hitler se le da un lugar, se lo obedece y se lo ensalza porque son un producto de esa cultura nochera donde se conjugan los Adam y Eva con los Thor y Odin para demandar la obediencia debida.

Las dificultades para la desmitologización de la Segunda Guerra Europea, o la Segunda Gran Guerra de Europa, es que sus ejes principales se afincan en el quehacer presente.

Estados Unidos se transforma en uno de sus baluartes, mal que le pese a Obama. Es el continuador del pseudo ideal de crear una cultura/civilización uniforme donde los presuntos valores estadounidenses se implanten por doquier. Divide, junto a Europa, a los malos, los otros, y los buenos, ellos.

Numerosas denominaciones cristianas bendicen esos andares. Desde el espectro evangélico/evangelistas/evangelical tienen la praxis del catolicismo romano del Vaticano, cuyo Jefe evidenció que está atrapado en la noche de la cultura/civilización alemana donde camina con los fantasmas que inventa y que los justifica para no soñar con un mundo mejor sino que busca repetir el pasado, para construir la defensa de lo indefendible.

Paul Joseph Goebbels, ministro de propaganda de Hitler. y su amigo íntimo, que tenía un gran poder de persuasión y a quien se le adjudica la metodología de mentir y mentir hasta que se crea, resurge en los monopolios internacionales de los medios de comunicación. Mienten hasta que se lo crea, arrojando loas a los regímenes pseudos democráticos del norte y pronunciando diatribas a los que quieren sacudirse las cadenas de la esclavitud imperial.

Todavía sobrevive en un buen porcentaje de intelectuales la idea de que Europa es El Mundo, al cual debemos seguir, desconociendo aquella frase de Dorothe Sölle, en un Foro del Consejo Mundial de Iglesias, en Ginebra, quien, casi con lágrimas, reclamó “Por favor no nos imiten”

Los dioses mitológicos han vuelto a instalarse. Usan como instrumentos a los poderosos que deciden por su cuenta sin la participación popular. Replica de sus historias donde todo se decide en el recinto de los dioses. Equivoco donde están metidas las instituciones eclesiásticas cristianas, las formales y no formales, que esquivan el vivir con la gente, con las personas y se arrogan el derecho de decidir por ellas. Muy alejados, por cierto, a esa verdad bíblica, del Dios cercano a los seres humanos, del Dios hecho hombre, del Dios que apela a la libertad para decidir y para vivir.

De todas formas vale el intento de procurar desmitologizar las Grandes Guerras Europeas. Es lícito, desde la fe cristiana, no dejar entronizar nada, ni la mal llamada Segunda Guerra Mundial, como si fuera un dios al que no se lo puede cuestionar. Dejar que quede en el recinto de lo sagrado, de lo intocable, es atentar contra la realidad del Cristo Resucitado, un constante participante en la historia de la liberación de la humanidad. +

(*) El presente artículo fue escrito a pedido de la redacción de Mercosur Noticias y fue publicado, el lunes 31 de agosto, en ese importante portal junto a otros que enfocaron, desde distintos ángulos , la Guerra Europea del 39 a 70 años de su inicio.


Aníbal Sicardi (*)
http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=3954


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