Pepcastelló
Escuchando y leyendo cuanto dicen los informativos referente a geopolítica, a distribución mundial de riqueza-pobreza y al impune abuso de poder de quienes detentan la propiedad del mundo, se me ocurre que desde una posición contraria a la pena de muerte es digno y justo, equitativo y saludable reivindicar la guillotina, ese afilado instrumento de podar nobles testas que sirvió antaño para atajar de raíz el pensamiento reaccionario.
Posiblemente la restauración de ese terrorífico ingenio comportaría no pocos “daños colaterales”, como eufemísticamente se les llama ahora a los inocentes que mueren por causa de las guerras que mueve la codicia del imperio. Pero dudo que el número de víctimas fuesen ni de lejos comparable al que ahora da la defensa de la democracia, esa diabólica falacia mediante la cual una mínima parte de la población mundial convierte en esclava suya al resto.
Esclavitud, hambre, miseria de todo orden que condena a muerte a millones de seres humanos por el solo delito de haber nacido pobres. Luego he dicho bien cuando he reivindicado la guillotina desde una posición contraria a la pena de muerte.
Hoy la humanidad entera está dividida entre ricos y pobres, al igual que desde los más remotos tiempos históricos. La democracia sigue siendo un acuerdo entre ricos, al igual que lo fue en sus comienzos. Los pobres siguen sin contar para nada en ella, por más que ahora se intente disimular ese ninguneo mediante la falacia del voto. La realidad es que en las decisiones que toman quienes gobiernan no está previsto que el pueblo pueda siquiera opinar. ¿Qué diferencia hay entre el despotismo reinante en la Francia del siglo XVIII y el que impera actualmente en el mundo?
Si los aristócratas eran los odiados amos de la tierra en aquellos tiempos, hoy son los ricos del mundo quienes esa propiedad detentan. Ellos son quienes deciden la vida o la muerte de millones de personas mediante los diversos procedimientos que tienen a su alcance. Los políticos son los paladines de tan altos señores, quienes dan la cara por ellos y les protegen y defienden mediante el brazo armado de toda esa chusma de esbirros, ejecutores, torturadores y asesinos profesionales que tienen a sus órdenes. Nada ha cambiado pues, salvo las apariencias.
Si en aquel tiempo hubo una clerecía encargada de lavar el cerebro al pueblo sometido, hoy ésta ha sido desplazada por los llamados medios de comunicación de masas, “mass media” en la lengua del imperio. El método es básicamente el mismo, pues consiste en forjar una cadena esclavizante en la propia mente del esclavo.
A la vista de todo ello, no puedo evitar pensar si no se estarán dando en el presente de nuestra opulenta civilización occidental cristiana motivos similares a los que puso en marcha el infernal invento propuesto allá por 1789 a la Asamblea Constituyente Francesa por Joseph-Ignace Guillotin.
El conflicto moral que tales pensamientos generan en mi mente hace que aparezcan en ella, rebeldes y victoriosos, héroes pacifistas como Gandhi o Martin Luther King y otros no tan famosos pero igualmente merecedores de admiración por haber sabido combinar la resistencia al oprobio con el respeto a la vida.
“Más vale padecer injusticia que cometerla” dicen que decía Sócrates. Sin duda. Pero ¿es injusto tratar de evitar que millones de seres humanos sean víctimas de algunos de sus congéneres?
Como un eco sin respuesta resuena en mi mente esta pregunta mientras como entre brumas desfilan las imágenes de quienes a lo largo de la historia, en diversas luchas, han dado fe con su sangre de que los derechos de los pueblos nunca fueron un regalo de quienes los oprimían.
De pronto una música estridente me sobresalta. Ante mí el televisor muestra imágenes de un spot publicitario. ¿Será cuanto antecede una pesadilla que me vino en un instante que me quedé traspuesto? Quizá. Ruego a quienes lo hayan leído que me disculpen por no haber podido evitar su relato.
Pepcastelló
Comentarios y FORO...
Escuchando y leyendo cuanto dicen los informativos referente a geopolítica, a distribución mundial de riqueza-pobreza y al impune abuso de poder de quienes detentan la propiedad del mundo, se me ocurre que desde una posición contraria a la pena de muerte es digno y justo, equitativo y saludable reivindicar la guillotina, ese afilado instrumento de podar nobles testas que sirvió antaño para atajar de raíz el pensamiento reaccionario.
Posiblemente la restauración de ese terrorífico ingenio comportaría no pocos “daños colaterales”, como eufemísticamente se les llama ahora a los inocentes que mueren por causa de las guerras que mueve la codicia del imperio. Pero dudo que el número de víctimas fuesen ni de lejos comparable al que ahora da la defensa de la democracia, esa diabólica falacia mediante la cual una mínima parte de la población mundial convierte en esclava suya al resto.
Esclavitud, hambre, miseria de todo orden que condena a muerte a millones de seres humanos por el solo delito de haber nacido pobres. Luego he dicho bien cuando he reivindicado la guillotina desde una posición contraria a la pena de muerte.
Hoy la humanidad entera está dividida entre ricos y pobres, al igual que desde los más remotos tiempos históricos. La democracia sigue siendo un acuerdo entre ricos, al igual que lo fue en sus comienzos. Los pobres siguen sin contar para nada en ella, por más que ahora se intente disimular ese ninguneo mediante la falacia del voto. La realidad es que en las decisiones que toman quienes gobiernan no está previsto que el pueblo pueda siquiera opinar. ¿Qué diferencia hay entre el despotismo reinante en la Francia del siglo XVIII y el que impera actualmente en el mundo?
Si los aristócratas eran los odiados amos de la tierra en aquellos tiempos, hoy son los ricos del mundo quienes esa propiedad detentan. Ellos son quienes deciden la vida o la muerte de millones de personas mediante los diversos procedimientos que tienen a su alcance. Los políticos son los paladines de tan altos señores, quienes dan la cara por ellos y les protegen y defienden mediante el brazo armado de toda esa chusma de esbirros, ejecutores, torturadores y asesinos profesionales que tienen a sus órdenes. Nada ha cambiado pues, salvo las apariencias.
Si en aquel tiempo hubo una clerecía encargada de lavar el cerebro al pueblo sometido, hoy ésta ha sido desplazada por los llamados medios de comunicación de masas, “mass media” en la lengua del imperio. El método es básicamente el mismo, pues consiste en forjar una cadena esclavizante en la propia mente del esclavo.
A la vista de todo ello, no puedo evitar pensar si no se estarán dando en el presente de nuestra opulenta civilización occidental cristiana motivos similares a los que puso en marcha el infernal invento propuesto allá por 1789 a la Asamblea Constituyente Francesa por Joseph-Ignace Guillotin.
El conflicto moral que tales pensamientos generan en mi mente hace que aparezcan en ella, rebeldes y victoriosos, héroes pacifistas como Gandhi o Martin Luther King y otros no tan famosos pero igualmente merecedores de admiración por haber sabido combinar la resistencia al oprobio con el respeto a la vida.
“Más vale padecer injusticia que cometerla” dicen que decía Sócrates. Sin duda. Pero ¿es injusto tratar de evitar que millones de seres humanos sean víctimas de algunos de sus congéneres?
Como un eco sin respuesta resuena en mi mente esta pregunta mientras como entre brumas desfilan las imágenes de quienes a lo largo de la historia, en diversas luchas, han dado fe con su sangre de que los derechos de los pueblos nunca fueron un regalo de quienes los oprimían.
De pronto una música estridente me sobresalta. Ante mí el televisor muestra imágenes de un spot publicitario. ¿Será cuanto antecede una pesadilla que me vino en un instante que me quedé traspuesto? Quizá. Ruego a quienes lo hayan leído que me disculpen por no haber podido evitar su relato.
Pepcastelló
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