viernes, 21 de diciembre de 2007

Por una justicia de otro tipo

Muchos de nosotros estamos desalentados con la resolución del Supremo Tribunal Federal que da vía libre al gobierno para que implemente la transposición del río San Francisco.

El debate en la Corte Suprema estuvo mal concebido. La cuestión central no era la ecología ambiental sino la ecología social. No se trataba sólo de decidir si el megaproyecto del gobierno implicaba impactos ambientales dañinos, cosa que el Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables (IBAMA), en una decisión discutible, garantizó que no había. Lo que se trataba sobre todo era de una cuestión de ecología social: ¿a quien beneficia socialmente el faraónico proyecto gubernamental? ¿A los sedientos del semiárido o al agronegocio y a las industrias? Los datos hablan por si solos: cerca del 75% del agua se destinará al agronegocio, el 20% a las industrias y solamente el 5% a la población sedienta.

Aquí se da el enfrentamiento de dos posiciones: la del gobierno y la de Luiz Flávio Cappio, obispo de Barra (BA).[1]

El gobierno busca un crecimiento que, según los datos ya mencionados, atiende en primer lugar a los intereses de los poderosos y secundariamente a las necesidades del pueblo sufrido, lo que configura una falta de equidad. Esta posición, que se puede llamar modernización conservadora, ha sido teórica y prácticamente superada.

El obispo Capppio encarna una postura ética que postula la centralidad de lo social y de la vida, en especial de los millones de condenados y ofendidos del semiárido con los cuales él trabaja desde hace más de 20 años. En función de este proyecto social que prioriza el pueblo y la vida y que no niega otros usos del agua, hay que oponerse a la transposición del río San Francisco.

La justicia legal consagró el proyecto de crecimiento del gobierno. Pero la justicia no es todo en una sociedad, en especial como la nuestra, marcada por profundas desigualdades y conflictos de intereses que debilitan fuertemente nuestra democracia.

Lo que sustenta la posición del obispo es otro tipo de justicia, aquella originaria que antecede a la justicia legal, justicia que garantiza el derecho a la vida, en especial de aquellos condenados a tener menos vida y por ello a morir antes de tiempo. La amplia tradición de la ética cristiana, racionalmente fundamentada en Aristóteles y en Santo Tomás de Aquino, afirma aquella justicia originaria y alimenta hoy modernos proyectos de ética mundial. Ella sustenta que por encima de la justicia está el amor a la humanidad y a todos los seres. Lamentablemente, no fue eso lo que se escuchó en el razonamiento de los ministros del Supremo Tribunal Federal.

El amor al prójimo y al que sufre es la regla de oro, la suprema norma de la conducta verdaderamente humana porque abre desinteresadamente el ser humano al otro, hasta el punto de dar la propia vida para que él también tenga vida, como lo está haciendo el obispo Cappio, figura de eminente santidad personal y de incondicional amor a los desheredados del valle del San Francisco. Esta es la justicia mayor de que habla Jesús, porque tributa amor y respeto A aquel que se esconde atrás del otro que es el Gran Otro, Dios. El pueblo brasileño en su profunda religiosidad es sensible a este argumento.

Para entender la posición y la actitud profética del obispo, necesitamos comprender este tipo de fundamentación. Es perverso el intento de descalificar su figura considerándolo autoritario y carente de sustento popular. Él está apoyado por los millones de personas que generalmente no son oídas porque son consideradas irremediablemente ignorantes, ceros económicos y desechables. Sin embargo, ellas son portadores de una sabiduría cotidiana, construida en la convivencia con el semiárido y en el amor al río que ellas llaman con cariño el Viejo Chico.

El compromiso de Luiz Flávio Cappio continúa, secundado por todos aquellos que hasta ahora le acompañaron, en especial, los movimientos populares y personas notables de la escena nacional e internacional.

Si él falleciera, a consecuencia de su gesto, la transposición podrá ser ejecutada, pues el gobierno dispone de todos los medios, militares, legales, técnicos y económicos. Pero será la transposición de la maldición.

El Presidente Luiz Inácio Lula da Silva, por todo lo que representa, no merece cargar esta falta por largo tiempo. (Traducción: ALAI)

Leonardo Boff

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