Hace tiempo que abrigo la esperanza de que algún día, que no debe de andar ya muy lejano, ateos y creyentes se unirán en una gran plegaria silenciosa que tendrá como fin hacer brotar desde lo más profundo de sus mentes la flor de la bondad. Eso será cuando unos y otros acallen el discurso, esa disparatada gran arma arrojadiza que hiere más que une cuando la impulsa el afán de vencer, de dominar al otro, de subyugar su mente mediante el pensamiento y las ideas.
El ser humano ha caminado siempre al impulso y amparo de su intuición, esa gran facultad que le permite pensar lo que no sabe e imaginar lo que aun no conoce a partir de lo visto. Y que le capacita también, sin duda, para errar, ese gran riesgo inherente al coraje de abordar lo que no se conoce.
Errar es pues consubstancial a nuestra humana natura, y tal vez por eso quienes pretenden a toda costa poseer la verdad, cualquiera que ésta sea, se ciñen a lo que a todas luces parece indiscutible en un caso, o bien apelan a revelaciones misteriosas venidas de lo alto en el contrario. Opciones personalmente válidas, pero muy peligrosas, porque el ser humano necesita compartir, y con tal fin acaba buscando la manera de convencer al otro, y de poner para ello los medios que hagan falta. Y esto, se quiera o no se quiera, es afán de domino, imposición en suma.
Pienso, o si más no lo sueño y lo deseo, que tarde o temprano el mundo cristiano -si no todo mayoritariamente- se atreverá a mirar por el telescopio de la ciencia con ánimo de encontrar en el propio cerebro a ese Dios escondido antaño entre las nubes y hoy casi ignorado por quienes viven de creer solamente lo que se ve y se toca. Entonces, ateos y creyentes tendrán algo objetivo en qué fijarse y podrán dejar de lado las discusiones sibilinas.
Y si entretanto, además de esto los unos y los otros han adquirido conciencia de que la nave Tierra nos está naufragando, tal vez con un poco de suerte decidan elaborar conjuntamente un pensamiento y una liturgia, sin magias ni misterios pero llena de aliento, que dé soporte emocional y enaltezca el ánimo para llevar a cabo la gran tarea de humanizar al mundo, empezando como es lógico por la propia mente.
Creyentes y ateos unidos a través de la ciencia, del conocimiento observable y verificable para, sin perder el espíritu que anima la poesía redentora de los libros sagrados y de las viejas tradiciones religiosas y sin fantasear más de lo inevitable, entrar en una esfera mental cognitivoafectiva de humanidad profunda. Parece impensable, casi un sueño, y a lo mejor lo es. Pero nunca se ha realizado nada que antes alguien no lo haya soñado.
Pepcastelló
Comentarios y FORO...
El ser humano ha caminado siempre al impulso y amparo de su intuición, esa gran facultad que le permite pensar lo que no sabe e imaginar lo que aun no conoce a partir de lo visto. Y que le capacita también, sin duda, para errar, ese gran riesgo inherente al coraje de abordar lo que no se conoce.
Errar es pues consubstancial a nuestra humana natura, y tal vez por eso quienes pretenden a toda costa poseer la verdad, cualquiera que ésta sea, se ciñen a lo que a todas luces parece indiscutible en un caso, o bien apelan a revelaciones misteriosas venidas de lo alto en el contrario. Opciones personalmente válidas, pero muy peligrosas, porque el ser humano necesita compartir, y con tal fin acaba buscando la manera de convencer al otro, y de poner para ello los medios que hagan falta. Y esto, se quiera o no se quiera, es afán de domino, imposición en suma.
Pienso, o si más no lo sueño y lo deseo, que tarde o temprano el mundo cristiano -si no todo mayoritariamente- se atreverá a mirar por el telescopio de la ciencia con ánimo de encontrar en el propio cerebro a ese Dios escondido antaño entre las nubes y hoy casi ignorado por quienes viven de creer solamente lo que se ve y se toca. Entonces, ateos y creyentes tendrán algo objetivo en qué fijarse y podrán dejar de lado las discusiones sibilinas.
Y si entretanto, además de esto los unos y los otros han adquirido conciencia de que la nave Tierra nos está naufragando, tal vez con un poco de suerte decidan elaborar conjuntamente un pensamiento y una liturgia, sin magias ni misterios pero llena de aliento, que dé soporte emocional y enaltezca el ánimo para llevar a cabo la gran tarea de humanizar al mundo, empezando como es lógico por la propia mente.
Creyentes y ateos unidos a través de la ciencia, del conocimiento observable y verificable para, sin perder el espíritu que anima la poesía redentora de los libros sagrados y de las viejas tradiciones religiosas y sin fantasear más de lo inevitable, entrar en una esfera mental cognitivoafectiva de humanidad profunda. Parece impensable, casi un sueño, y a lo mejor lo es. Pero nunca se ha realizado nada que antes alguien no lo haya soñado.
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