En un ya viejo cuento un samuray exigía a un sabio que le dijese dónde debía buscar las puertas del cielo y del infierno.
– Eres demasiado necio y orgulloso para entender lo que yo pueda explicarte
– Dímelo ahora mismo o hago rodar tu cabeza por el suelo –dijo enfurecido el samurai echando mano de su espada.
– Acabas de encontrar la puerta del infierno –le respondió el sabio.
Sorprendido por la respuesta y algo avergonzado ante la impasible serenidad del anciano, el samurai volvió su espada de nuevo a la vaina y sentándose junto a él le preguntó:
– Y la del cielo, ¿cómo puedo encontrarla?
– Acabas de encontrarla también ahora.
A menudo me acude al pensamiento este sencillo cuento, cuando miro en derredor y veo la filosofía que me envuelve. Y pienso que si bien ahora puedo intentar identificarme con el sabio y seguir su ejemplo, no podía ni soñarlo cuando todavía era joven y vivía inmerso en el fragor de la batalla por la subsistencia. ¡Qué difícil es ver las puertas del cielo cuando se vive con la mente embriagada por el éxito o simplemente por la necesidad perentoria de subsistencia! Y a la vez, ¡qué difícil es no embriagarse viviendo en una atmósfera de vapores tóxicos!
Educamos a nuestros jóvenes para ser samuráis al servicio de los actuales señores, los dueños del dinero. Crecen con la idea de la eficacia y de la competencia machacándoles las sienes ya desde el parvulario, y es casi imposible que con semejante infernal ruido nadie pueda encontrar ni una sola de las puertas del cielo. Y es así, no nos quepa duda, como estamos convirtiendo en un infierno este planeta Tierra.
La forma de vivir que nos ha impuesto el neoliberalismo que impera ya a lo largo y a lo ancho de este planeta nos cierra a cal y canto las puertas del cielo y abre de par en par las del infierno. Solamente quienes logran apearse de este enloquecido mundo que gira como un torbellino a velocidad cada vez más vertiginosa pueden zafarse. Pero qué pocos y qué pocas, y ¿a qué precio?
Me vino esto a la mente el pasado domingo, durante el almuerzo con una religiosa amiga de mi mujer que nos honraba con su presencia en nuestra casa. El tono de su voz y el ritmo de su habla me evocaron al sabio anciano que en el cuento conversaba con el aguerrido samuray. Y mientras la escuchaba pensé que me hallaba en presencia de una de esas personas que han logrado apearse. Y me entristeció pensar que quienes permanecen con los tobillos aherrojados al banco de remeros de la nave tengan como destino ineludible vivir cual galeotes y perecer ahogados.
Me entristece este mundo de miseria en el que permanece la inmensa mayoría de la gente. Me entristece tener que contemplar con impotencia esa puerta voraz que los engulle hacia lo más profundo de las tinieblas sin que les llegue ni el más leve resquicio de luz de la celeste esfera.
Y digo yo sin ánimo de molestar a nadie, con todo el respeto que me merecen las opciones personales y entre ellas la vida religiosa, que no me parece forma de salvar a esas multitudes de potenciales náufragos aherrojados invitarles de lejos a cabalgar sobre esta blanda nube de algodón que nos sustenta en andas sobre la cima de este paradisíaco Olimpo mientras las demás pobres humanas criaturas sobreviven sin alma en ese pozo inmundo que han creado los diablos de la ambición y la codicia. Un tal camino de espiritualidad sirve sin duda a nivel personal, y en la medida que cada cual trasciende a su entorno sirve también al colectivo humano. Pero si de verdad queremos liberar de sus prisiones a nuestras hermanas y hermanos, tenemos que apearnos. Pero no de este mundo, sino de nuestra nube.
OTRO MUNDO ES POSIBLE, OTRA ESPIRITUALIDAD ES NECESARIA.
Pepcastelló
Comentarios y FORO...
–respondió el sabio.
– Eres demasiado necio y orgulloso para entender lo que yo pueda explicarte
– Dímelo ahora mismo o hago rodar tu cabeza por el suelo –dijo enfurecido el samurai echando mano de su espada.
– Acabas de encontrar la puerta del infierno –le respondió el sabio.
Sorprendido por la respuesta y algo avergonzado ante la impasible serenidad del anciano, el samurai volvió su espada de nuevo a la vaina y sentándose junto a él le preguntó:
– Y la del cielo, ¿cómo puedo encontrarla?
– Acabas de encontrarla también ahora.
A menudo me acude al pensamiento este sencillo cuento, cuando miro en derredor y veo la filosofía que me envuelve. Y pienso que si bien ahora puedo intentar identificarme con el sabio y seguir su ejemplo, no podía ni soñarlo cuando todavía era joven y vivía inmerso en el fragor de la batalla por la subsistencia. ¡Qué difícil es ver las puertas del cielo cuando se vive con la mente embriagada por el éxito o simplemente por la necesidad perentoria de subsistencia! Y a la vez, ¡qué difícil es no embriagarse viviendo en una atmósfera de vapores tóxicos!
Educamos a nuestros jóvenes para ser samuráis al servicio de los actuales señores, los dueños del dinero. Crecen con la idea de la eficacia y de la competencia machacándoles las sienes ya desde el parvulario, y es casi imposible que con semejante infernal ruido nadie pueda encontrar ni una sola de las puertas del cielo. Y es así, no nos quepa duda, como estamos convirtiendo en un infierno este planeta Tierra.
La forma de vivir que nos ha impuesto el neoliberalismo que impera ya a lo largo y a lo ancho de este planeta nos cierra a cal y canto las puertas del cielo y abre de par en par las del infierno. Solamente quienes logran apearse de este enloquecido mundo que gira como un torbellino a velocidad cada vez más vertiginosa pueden zafarse. Pero qué pocos y qué pocas, y ¿a qué precio?
Me vino esto a la mente el pasado domingo, durante el almuerzo con una religiosa amiga de mi mujer que nos honraba con su presencia en nuestra casa. El tono de su voz y el ritmo de su habla me evocaron al sabio anciano que en el cuento conversaba con el aguerrido samuray. Y mientras la escuchaba pensé que me hallaba en presencia de una de esas personas que han logrado apearse. Y me entristeció pensar que quienes permanecen con los tobillos aherrojados al banco de remeros de la nave tengan como destino ineludible vivir cual galeotes y perecer ahogados.
Me entristece este mundo de miseria en el que permanece la inmensa mayoría de la gente. Me entristece tener que contemplar con impotencia esa puerta voraz que los engulle hacia lo más profundo de las tinieblas sin que les llegue ni el más leve resquicio de luz de la celeste esfera.
Y digo yo sin ánimo de molestar a nadie, con todo el respeto que me merecen las opciones personales y entre ellas la vida religiosa, que no me parece forma de salvar a esas multitudes de potenciales náufragos aherrojados invitarles de lejos a cabalgar sobre esta blanda nube de algodón que nos sustenta en andas sobre la cima de este paradisíaco Olimpo mientras las demás pobres humanas criaturas sobreviven sin alma en ese pozo inmundo que han creado los diablos de la ambición y la codicia. Un tal camino de espiritualidad sirve sin duda a nivel personal, y en la medida que cada cual trasciende a su entorno sirve también al colectivo humano. Pero si de verdad queremos liberar de sus prisiones a nuestras hermanas y hermanos, tenemos que apearnos. Pero no de este mundo, sino de nuestra nube.
OTRO MUNDO ES POSIBLE, OTRA ESPIRITUALIDAD ES NECESARIA.
Pepcastelló
Comentarios y FORO...
–respondió el sabio.