sábado, 11 de abril de 2009

Catolicismo militante

Pepcastelló

Constantino y sus seguidores cambiaron el revolucionario mensaje de Jesús de Nazaret en una religión de piadosos conformistas, cuando no arribistas. Que dentro de la población creyente haya gentes que todavía conservan limpia y clara la conciencia no es mérito de esa religión sino de la sensibilidad de las personas que acunaron esos sentimientos o bien de la transformación que ellas fueron haciendo a lo largo de su vida. Que nadie venga pues a poner por delante, a modo de escudo, a la Madre Teresa y otras similares, ni a las gentes que integran el mundo de la Teología de la Liberación, porque no es mérito de la Iglesia Católica que ellas existan.

No digo con esto que las prácticas de espiritualidad cristiana no hayan contribuido en nada a despertar y cultivar cualidades humanas como la compasión y la ternura, pero sí que han servido también y sirven para cultivar fanatismos tan peligrosos como lo es el de creerse en posesión de la verdad.

Mucho se ha insistido desde posiciones revolucionarias en la enajenación inherente al consuelo “espiritual” que el cristianismo proporciona a la persona, especialmente en referencia al sufrimiento de las clases oprimidas. Tanto ha sido así que en un momento dado, con acierto o sin él, se le puso el apodo de “opio del pueblo”. Pero los tiempos cambian y los tópicos caen. Hoy el cristianismo no es opio para nadie ni para nada. Hoy el opio del pueblo es el paradigma que el capitalismo ha instalado en esta civilización occidental cristiana, según el cual el bienestar es un derecho gratuito cuyo costo y consecuencias no hay que analizar.

A nadie se le esconde que el pensamiento predominante entre la población católica española es conservador, al margen de cual sea su preferencia dentro del abanico político que se le ofrece. Pero eso no es por causa de la religión sino pura concomitancia. Las personas conservadoras no sienten rechazo hacia el inmovilismo propio de las religiones del libro, en las cuales el ser supremo es quien habla y sus elegidos quienes quedan en posesión de la verdad si escuchan con el corazón bien dispuesto. Otra cosa es que a partir de ahí ambos conservadurismos se retroalimenten mutuamente, como suele ocurrir.

Hoy el cristianismo en el mundo es deudor de su pasado, tal y como lo es todo cuanto existe. Pero toda realidad es cambiante y todo pasado es diverso, por lo cual no debemos caer en el error de basar los análisis de hoy en acontecimientos de ayer ni en parciales percepciones actuales. Para hacer justicia a los hechos necesitamos ver en cada lugar y en cada momento qué pasó y qué está pasando. Y en este mirar, vemos que a pesar de que todas las confesiones cristianas tienen en común un buen número de creencias básicas, las conductas de los colectivos que integran esa gran religión son muy diversas. Se dan desde fanáticos fundamentalistas que asocian su religión a ideologías de ultraderecha, hasta quienes usan la fe cristiana como motor de su insurrección contra la injusticia que sufren los pueblos oprimidos. Y esto tanto es así en el pueblo llano como en parte de la clerecía.

En opinión de quien esto escribe, que espero pueda ser ampliamente compartida, las religiones en sí no son ni buenas ni malas. Hay excelentes personas creyentes del mismo modo que las hay ateas. La bondad y la maldad de las personas no guardan relación con sus creencias religiosas, sino con la calidad humana que cada cual ha podido alcanzar. El pensamiento religioso es tan manipulable como cualquier ideología y de esas manipulaciones se valen quienes sin escrúpulos quieren detentar el poder.

El ser humano es religioso por naturaleza, de aquí que prohibir la religión a las gentes que la profesan sea un disparate a la vez que una injusticia. Pero permitir que una religión configure el ordenamiento jurídico de un estado democrático es un disparate todavía mayor y aun mayor injusticia, por lo que ninguna persona responsable debe caer en ello. Quienes amparándose en su religión quieren que en España y en otros países de América Latina se legisle según la moral católica tienen tanto a reflexionar como quienes basándose en la conducta de esas desatinadas gentes condenan las religiones y a quienes las profesan.

Pongamos pues cada cosa en su lugar, que es la condición necesaria para entenderse. Para empezar, no hay que confundir el reconocimiento de un derecho con una obligación. Nadie pretende obligar a ninguna mujer a que aborte; tan sólo se trata de no meterla en la cárcel si decide hacerlo. Pero si esto no bastase a esa población católica militante empecinada en que su moral prevalezca sobre la del resto de la población, cabe añadir: la moral católica es para quienes profesan la religión católica; las leyes son para toda la nación y tienen que servir para la convivencia, no para la exclusión.


Pepcastelló

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