martes, 7 de abril de 2009

Gran Torino

Pepcastelló

Soledad y silencio han sido desde antiguo, en todas las culturas, los caminos para llegar a lo más hondo de la propia persona. Cuando la vida ralentiza su pulso y el discurso calla, aflora la conciencia. Entonces llega el tiempo de descubrir lo profundo de cuanto somos y cuanto nos rodea, oculto hasta entonces tras la agitación y eso que algunas espiritualidades orientales denominan las apariencias.

Todas las culturas han echado mano en un momento u otro de este recurso para dar dimensión a lo inefable, para construir la persona haciendo crecer cuanto de bueno anida en el alma.

Pararse en seco; plantar cara a los fantasmas internos; tener la valentía de tirar de sus sábanas para verles la faz es el único modo de desarmarlos. Pero es un gesto terrible que exige coraje y que siempre comporta sufrimiento.

Cuando no queremos enfrentar nuestra realidad, nos refugiamos en los símbolos y en los discursos falaces, porque sabemos que la realidad suele ser dura y los discursos veraces no son amables y los amables no suelen ser veraces. Y ahí vienen entonces en nuestro auxilio los deberes, esos santos refugios para nuestra cobardía, impuestos unos por la madre naturaleza, fruto otros del pensamiento humano, de la imaginación, de la capacidad que tenemos para reinventar la realidad a nuestro gusto.

En la época presente, en nuestra civilización occidental cristiana, tenemos lo natural y lo cultural sabiamente revueltos, para que no seamos capaces de discernir fácilmente qué es uno y qué es otro. Y por si eso no bastara para adormecer nuestra conciencia y evitar la tragedia dentro del alma de cada humana criatura, ahí están “los placeres de la carne”, como otrora se dijera, esos atractivos goces sensoriales que no necesitan del alma pues que les basta el Ego, lo cual los hace aptos para todo bicho viviente, sea o no sea humano, como bien han descubierto quienes manejan el mundo a su antojo valiéndose de ellos. ¡Cuantas puertas de escape para zafarse de la propia conciencia! ¡Cómo va a ser posible vivir con ella despierta en medio de esa gran nube opiácea que nos envuelve permanentemente!

Aun así, a veces la vida nos elige a su antojo y no nos deja pasar plácidamente sino que, después de habernos tenido casi en sueños durante años, nos zarandea de repente el alma con tal fuerza que destruye todos nuestros refugios y desorganiza nuestra defensa. Entonces no queda otra sino afrontar la realidad, armarse de valor y agarrar el toro por los cuernos.

Cuando se llega ahí, poco pueden los símbolos convencionales y los discursos bienintencionados. Ni guías ni mapas ni caminos trillados sirven en el momento de trazar la propia ruta. Con la mente despierta y la conciencia fuertemente motivada, aun en la noche más profunda se orienta el ser humano para encontrar la fuente cuando la sed lo alumbra (Taizé, 12).

Me ha venido todo esto al pensamiento con motivo de esa obra maestra de Clint Eastwood titulada “Gran Torino”, que recomiendo encarecidamente a quienes sean capaces de ver más allá de los tópicos cinematográficos del malo auto redimido, tema tan manido en el cine de acción de aquellos años en los que la moral todavía mandaba en los guiones cinematográficos.

Como ya es habitual en este gran actor y director de cine, tras el semblante huraño del protagonista se atisba desde el principio al fin un universo de honda humanidad. Un hombre que ante la irresponsable banalidad de su entorno familiar, que le despierta un hondo sentimiento de asco y quizás de culpa, ante un mundo de perversa maldad que él por más que haga no puede cambiar, decide jugar la única carta que le queda en favor de lo que todavía considera salvable y conforme a sus propios valores.

No es un film para gente derrotada, conformista, evasiva, irresponsable, que en nuestro mundo actual la hay de todas las edades en abundancia. Es una historia profundamente sencilla, contada de manera sencilla y profunda, que por lo que dice y por como lo dice merece llevar la etiqueta de «MADUREZ».


Pepcastelló

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