Rafael Fernando Navarro
Ante la celebración del treinta y siete Congreso del Partido Socialista, muchos esperábamos pronunciamientos más rotundos y comprometidos sobre ciertos temas que no han sido abordados con valentía desde la transición. Permanecen pendientes y siempre a la espera de una decisión posterior que nunca llega. La separación decidida entre
No es intención de este artículo estudiar en profundidad estas cuestiones. Sólo reflexionar epidérmicamente sobre alguna de ellas.
La separación Iglesia-Estado es un mandamiento constitucional al que todos los gobiernos democráticos han temido enfrentarse. Resulta comprensible ese temor ante un pueblo que reivindica la calle para mecer Cachorros y Macarenas y saetas de nardos sevillanos, y un pueblo cada vez más pleno de conciencia de sí mismo, de su destino independiente de un dios que todo lo predetermina y ejecuta a través de una Jerarquía anclada en el pasado, arrodillada ante dictadores infames y hermética a un dinamismo creador y humanizante.
Rouco Varela acaba de predisponer a los españoles contra un lobo feroz llamado Zapatero que intenta imponer un laicismo radical. El Obispo de Palencia asegura que en España se protege más al mono que al hombre porque “el proyecto gran simio conlleva una negación radical de la persona” Y el Obispo de Segorbe diagnostica la homosexualidad como una grave enfermedad que sólo tendrá solución si se acude a un psiquiatra católico.
El Papa, como jefe de un estado, no sólo tiene un embajador que es decano del Cuerpo diplomático, sino que acaba de nombrar Obispo General castrense al que lo era de Jerez de
Rouco no debe sentir miedo de un lobo feroz que no pasa de ser un corderito entrañable. Ni Zapatero ni Felipe González, por hablar de Presidentes socialistas, han conspirado contra
Y en cuanto a proclamas como las de los Obispos de Palencia y Segorbe, que representan la mentalidad de muchos Prelados españoles, reprocharles que no hacen precisamente gala de una finura intelectual digna de tenerse en cuenta. No hablo de Obispos modernos o conservadores. Me refiero más bien a figuras intelectualmente válidas o analfabetas en temas ajenos al derecho canónico.
Acabemos, por dignidad constitucional y cristiana, con un concubinato demasiado prolongado en la historia.
Rafael Fernando Navarro