martes, 22 de julio de 2008

La Iglesia en un Estado Laico

Personalmente considero y para ello podemos apoyarnos en pensadores tanto de nuestros países como de Europa y Estados Unidos que, para afrontar una temática como la sugerida para este encuentro es necesario ubicarla en el cambiante mundo pluralista y en una sociedad compleja.

Podríamos iniciar con alguna pregunta como por ejemplo: ¿Cómo podemos organizar una sociedad plural? ¿Cómo pueden coexistir divergentes tendencias de pensamiento sobre la vida de ciudadanos organizados para convivir?

Lo homogéneo hoy, debe dejar paso a lo diverso y esto diverso debe verse como una oportunidad. Si lo vemos desde la perspectiva de la fe o la creencia, esta diversidad debería contribuir al crecimiento de la ciudadanía y de las personas.

Es fundamental ubicarnos en este contexto mundial y por lo tanto local, para evitar que las diferencias no se conviertan en espacios de luchas por poder, por imposición y dominio de unos sobre otros.

El pluralismo de las diferencias se convierte en nuestro tiempo en el estímulo más enriquecedor que podamos percibir para construir ciudadanía libre, creadora y abierta a la búsqueda de consensos mínimos para la coexistencia.

Concordar sobre leyes y orientaciones de convivencia ciudadana

Se dice en algunos ambientes que hoy falta práctica y reflexión sobre lo ideológico. No estoy tan convencido de esto. Considero sí que muchas orientaciones ideológicas se esconden detrás de fuertes intereses económicos que están dominando la escena ciudadana.

Permítanme un comentario en el que la universalidad y la pluralidad tienen un significado ilustrador.

Seguí muy de cerca estos días las disputas en Argentina que algunos medios calificaron de diversas maneras, algunas de gran corte simplista. Sin embargo, luego que el tema llegó al congreso y especialmente después de la votación del Senado, se puede ver que detrás se esconde una profunda lucha de poder en el que están haciendo fuerte presión grandes intereses económicos que poco tienen que ver con el pluralismo y la búsqueda de leyes de equilibrios sociales y menos aún de Justicia.

No debería escapar a un analista político que sabe de la organización social de un país, la presencia constante de imágenes de la Virgen de Lujan en las presentaciones publicas y reuniones de distintos sectores con religiosos, especialmente de sectores del catolicismo.

Por eso para nosotros, como evangélicos, no fue poca cosa la decisión del Ejecutivo Uruguayo del 31 de marzo al colocar a las Iglesias en el campo de la cultura y como tales haciendo aporte a la convivencia.

En un mundo pluralista afrontamos un enorme desafío: construir normas de convivencia desde un espacio público laico

En medio de diversidades culturales y también religiosas, ese espacio público laico debe permitir un debate abierto donde los diferentes actores puedan presentar sus argumentos para ayudar a construir una alternativa de convivencia en la que se pueda consensuar valores éticos y también políticos.

Debe ser claro que en este proceso cada uno de los grupos culturales y religiosos deberán ceder algo de sus posturas que lo identifican, para generar un proceso común de crecimiento ciudadano.

Llegar a ser ciudadanos donde cada uno de nosotros/as, aportando los elementos distintivos de herencia culturales, identidad, tradiciones religiosas, hacemos el aprendizaje para vivir en un Estado que sería como nuestra casa común.

Por esta razón, el Estado no puede ser confesional ni tampoco impedir las expresiones de la diversidad de la ciudadanía.

Cada persona tiene su propia visión de lo que podría ser el bien común que lleva como parte de su cultura, de su religiosidad, inclusive de su vida comunitaria. Pero en una convivencia plural como la que muestra el mundo contemporáneo, estas características deberían incorporar una visión más general y pública, aceptando compartir con los diversos grupos componentes de la sociedad un mínimo de orientaciones normativas que hagan posible la solidaridad ciudadana, que haga estable la propia vida social.

Desde esa perspectiva creo que podemos hablar también de laicidad.

Que decimos cuando hablamos de laicidad

Personalmente creo, y en esto tal vez no reflejo el pensamiento mayoritario de nuestra iglesia valdense, es imprescindible ver el tema de laicidad a la luz de un panorama más multicultural y de diversidad religiosa.

Muchas veces se maneja el criterio de laicidad desde una visión un poco “mezquina” a mi entender. Es decir, muchas veces vemos la laicidad como un espacio público que protege mis derechos, mi individualidad, mi identidad.

Pero ese espacio público puede volverse vacío al impedir que las diversidades culturales y religiosas participen activadamente en la construcción del espacio ciudadano.

En otras palabras, esa visión de laicidad termina muchas veces en un asunto más privado y de conciencia que en un aporte a la vida social y ciudadana de un país.

Reconozco que personalmente tengo dificultades, muchas veces, cuando en posturas muy personales, apoyadas en cuestiones de conciencia se “escamotea” la necesidad de participar de la creación del espacio público común y de defender la justicia social.

Un símbolo de las consecuencias de estas posturas se aprecia en la cada vez más restringida vivencia de lo religioso y cultural a una esfera individual, privada

Creo que ese concepto ha llevado más y más a la iglesia hacia “espacios” reducidos, pequeñas reservas de identidades religiosas que tienen temores de compartir su riqueza de identidad y herencia.

En el ámbito social comunitario este aspecto se refleja en el concepto de laicidad que se maneja en la educación. De religión no se puede hablar. Entonces llegamos muchas veces a situaciones risueñas, por no decir una palabra más fuerte, en la que profesores/as que poco conocen de religión y culturas religiosas tiene que dar literatura utilizando relatos bíblicos. La postura es hablar y considerar esos relatos como si fuesen “asépticos”, digamos sin contaminación de religiosidad. Como si los relatos no llevasen profundamente enraizados las vivencias culturales y de fe que los identifica.

Quien podría negar que gran parte de la cultura de nuestros pueblos lleva sellos “religiosos”.

Quien podría negar que muchos de los parámetros con los que actúan en el campo público muchas personas, no están impregnados de una religiosidad privada que ha marcado fuertemente el pensamientos y los actos.

Con posturas extremas de la concepción laica se deja un enorme vacío en el espacio público. En el espacio de construcción de criterios ético-políticos que son esenciales para la construcción de ciudadanía.

Nos abroquelamos en nuestras “reservas de caza” para que nadie nos toque ese espacio y ahí perdemos la opción, en un mundo plural, de aportar los valores que han ido construyendo nuestra identidad cultural y religiosa. A veces, el concepto de minoría significativa puede llevarnos a una parálisis que nos impide construir con los demás un estado laico, sin tutelas de ningún tipo.

Ser laico requiere como condición fundamental, no pretender imponer a los demás las propias creencias y tradiciones por más significativas que estas puedan ser.

Ser laico significa que renunciamos a pedir que se dicten leyes públicas y universales que protejan nuestras propias posiciones emanadas de nuestra religiosidad y cultura.

Ser laico y defender la laicidad es no pretender obtener privilegios en la elaboración de las coincidencias que se requieren para la convivencia y la construcción jurídica de un Estado que garantice las libertades culturales y personales de sus ciudadanos.

Buscar privilegios por lo que significa nuestra cultura y religiosidad es también una manera “disfrazada” de dominio desde lo particular hacia lo universal, desde lo privado hacia lo público.

El bien común no se construye desde estas posturas. Este tema por ejemplo daría para mucho cuando en nuestros países se discuten leyes como la de “salud reproductiva”. A qué vamos a darle prioridad: ¿a las posturas dominantes de ciertos sectores o la búsqueda de una legislación que garantice libertad y respeto por los valores que proyectan hacia lo público los diversos grupos?

¿Vamos a imponer nuestros criterios ético-religiosos o vamos a consensuar con los diversos actores culturales una postura que permite a cada ciudadano/a decidir en el momento que le toque vivir experiencias que corresponden a la libertad de su interioridad?

Laicidad es buscar principios orientadores y aceptables para todos y cada uno de los componentes de la sociedad

Un estado laico debe garantizar y promover el diálogo para construir consensos mínimos en lo jurídico que hagan posible la convivencia.

No se puede pretender que la neutralidad impida, en un mundo, en una sociedad plural la creación de orientaciones ético-políticas, que resguarden la diversidad de sus componentes.

Sería necesario profundizar en este concepto de interconexión entre el pluralismo de culturas y el universalismo ciudadano.

Quizá sea necesario una y otra vez volver sobre la escuela, espacio público en el que las diferencias culturales, étnicas y religiosas son más visibles. Confrontar las diferentes tradiciones debería ser imprescindible para aprender a debatir y compartir las diferencias culturales y religiosas.

Esta sería una forma de construir ciudadanía democrática. Crear ciudadanía donde derechos, deberes y leyes son iguales para todos.

La escuela podría ser como un comienzo de respeto pero a su vez de exposición de las diversidades. Confrontar públicamente las diferencias debería ser como la garantía de laicidad.

El término laico, del cual proviene, deriva de Laos, pueblo, pueblo no jerarquizado en oposición al clero, palabra que en Griego designa lo calificado de la sociedad, la clase social detentora de ciertos privilegios sancionados por la costumbre o por la ley.

De este término derivó la palabra laicismo, que denomina a la doctrina que defiende al hombre y a la sociedad civil de influencias eclesiásticas porque considera a las religiones y a los cultos como fenómenos ajenos al Estado.

Es importante insistir en que laicidad no es ateísmo ni antirreligiosidad, Laicidad es libertad en el orden del pensamiento y respeto a esa libertad en los otros.

Podríamos concordar sosteniendo que laicidad es un elemento esencial de las democracias.

Por eso, ser laico y defender la laicidad implica tener mucho amor, respeto y confianza en el diálogo fructífero de los seres humanos que aman la justicia y la construcción de espacios de convivencia en las diversidades culturales, religiosas.

Desde esta perspectiva del significado de laicidad nos podemos plantear algunas preguntas:

¿Cuál puede ser nuestra contribución como iglesias, reconocidas en sus aportes culturales, para la construcción de una ciudadanía plural? Digamos, cómo organizar jurídica y estructuralmente la sociedad para una mayor y mejor convivencia?

¿Cómo hacer para que en una sociedad plural, coexistan diversidades de pensamientos?

¿Cómo hacer para que la variedad de creencia llegue a ser un motivo de enriquecimiento y no una lastimosa experiencia de conflictos generados por intransigencias, dogmatismos y desprecios de las diversidades?+ (PE)

Hugo Malán. (*)

(*) Hugo Malán Tucat, uruguayo, es pastor de la Iglesia Evangélica Valdense del Río de la Plata. El texto corresponde a la ponencia presentada por Malán en el panel sobre “Iglesia en un Estado Laico” realizado en la XX Asamblea de la Iglesia Metodista en Uruguay el 18 de julio de 2008.

08/07/21 - PreNot 7510
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