Rafael Fernando Navarro
Cuando preguntamos qué es el hombre, estamos sitiándolo, amurallándolo hasta tal punto que termina destruido. Porque el hombre no es, sino que deviene. Lo humano siempre está llegando a serlo. El hombre pregunta por sí mismo, es siempre el dato penúltimo, y se hace en la medida que tiene conciencia clara de estar llegando a ser.
Este quehacerse con los demás es la tarea política en el sentido noble del término, en cuanto construye la ciudad habitable para todos.
Este dinamismo existencial lo ignora el Arzobispo de Valencia, Agustín Gascó, cuando con una simpleza absoluta nos previene que si la política pretende ocupar el lugar de Dios, genera una práctica social monstruosa y termina en totalitarismo. En su visión cosificada de lo humano no cabe realmente el hombre ni la política. Tal vez eso explique el totalitarismo (ahora sí) dogmático en el que se mueve con la proclamación de una ley natural que vincula la conciencia humana a Dios, sin permitirle una iniciativa en libertad y convirtiendo la existencia en una determinista respuesta a los designios de un Dios, no prójimo, sino dominador.
Todo totalitarismo aplasta la dignidad. No registra la historia reciente esa lucha antitotalitaria durante los cuarenta años de dictadura última. En la manifestación de Cibeles ya nos avisó este esforzado valedor de la democracia que estaba amenazada por los divorcios exprés y la homosexualidad. Los homosexuales y los separados son los grandes peligros para el sistema de libertades que hemos conseguido. Es admirable esta conversión que le ha permitido a Gascó transitar de la connivencia más repudiable con los golpistas a la preocupación por una dictadura impuesta por Zapatero. Parece ser que el actual gobierno, no sólo ataca a la familia, sino que arremete contra una Constitución, una democracia y unos derechos humanos que tanto le costó conquistar a
¿Se ha dado cuenta este Cardenal libertador de la imposibilidad de desarrollar iniciativas intelectuales dentro de
Urge un diálogo de
Rafael Fernando Navarro