Mucho se está diciendo últimamente en contra del actual papa Benedicto XVI, denominado Papa Ratzinger por quienes no le son afectos. Sus muchos dislates son censurados por plumas de diversa tendencia religiosa y social. No obstante, desde la perspectiva que me ofrece la aconfesionalidad, aun sin ánimo de alzarme en su defensa me pregunto si esas críticas que contra él se lanzan no debieran dirigirse contra esa estructura piramidal que le ha llevado hasta la cumbre jerárquica.
Me pregunto si este papa no será el malo de turno de la Iglesia Católica, como hasta hace poco Bush lo ha sido del imperio USA, principal baluarte del capitalismo salvaje. Si tanto uno como otro no estarán haciendo las veces de cortinas de humo que sirven para ocultar lo verdaderamente malo, que no es sino las estructuras imperiales que los sostienen.
Durante el papado de Juan Pablo II el nombre de Wojtyla ocupaba el lugar que hoy ocupa el de Ratzinger. En aquel entonces, quienes habían puesto sus esperanzas en el Vaticano II se referían al Papa Juan XXIII con el apelativo de “el papa bueno”, algo que de algún modo venía a decir que quien entonces reinaba no lo era tanto. En cambio hoy su connivencia con el imperialismo USA y las sanguinarias dictaduras de América Latina, que tantos crímenes cometieron y tanto sufrimiento causaron, apenas se menciona. Es como si las maldades del actual papa sirviesen para echar tierra encima de las que cometió su predecesor.
Personajes como Joseph Ratzinger los hay a montones en todos los estamentos que supuestamente se ocupan del bien común. Sus comportamientos suelen despertar las más acerbas críticas, tanto en el interior de la institución a la cual pertenecen como fuera de ella. Y no obstante son ellos quienes acceden al poder. Parece evidente que algo no acaba de ir bien en las instituciones humanas. Pero en el caso de la Iglesia Católica cabe preguntarse si no es todo lo contrario, si lo que está ocurriendo en su seno no demuestra el buen funcionamiento de esta institución tal como la concibieron sus fundadores - o reconversores, si se prefiere - en el siglo tercero.
Porque de no ser así, dígaseme cómo pueden formar parte de la jerarquía eclesiástica personajes como los cardenales Cañizares y Rouco Varela, por poner sólo los que tengo más próximos. ¿Acaso han dado alguna muestra de humanidad y sentido evangélico en su quehacer eclesiástico, o más bien se han destacado por sus posicionamientos políticos de derechas? ¿Acaso Juan Pablo II no aseguró la continuidad ideológica de la curia vaticana con el abundante nombramiento de cardenales de tendencia similar a la de los mencionados? ¿Se equivocó al nombrarlos?
Mirando bien la relevancia que la Iglesia ha tenido a lo largo de los siglos no parece razonable pensar que pueda ser consecuencia de un cúmulo de errores sino más bien de muy pensados aciertos. ¿Acaso lo que se propuso Constantino al convocar su concilio fue llevar el revolucionario mensaje de Jesús hasta el último rincón de su imperio? ¿O fue instaurar un cristianismo domesticado, nada profético, dogmático, autoritario, clasista, en el cual las bienaventuranzas reales son los bienes materiales y la espiritualidad consiste en la contemplación del más allá mediante los goces que proporciona el culto a un Dios providente, cuya voluntad es poner en esta vida a los desheredados al servicio de los poderosos, para compensárselo luego en el cielo si han sido buenos, obedientes y sobretodo sumisos?
La consecuencia lógica del capitalismo es el neoliberalismo. La consecuencia lógica de un cristianismo hecho a medida del Imperio ha sido esta Iglesia Católica que lleva ya diez y seis siglos predicando un mensaje que se niega a asumir en toda su profundidad y amplitud: «Amaos los unos a los otros, bienaventurados los pobres, bienaventurados los mansos, bienaventurados...» ¿Puede alguien indicarle al hereje impenitente que esto escribe, dónde encontrar estas enseñanzas en el modelo de vida que se proyecta desde el Vaticano?
Que nadie me cite encíclicas, por favor, porque una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace. De ahí que el evangelio nos remita a los hechos para discernir a las personas que los llevan a cabo, no a sus discursos. Ahora bien, puesto que los hechos están tan claros que hace falta querer estar ciego para no verlos, cabe pensar si no es ésta la Iglesia que de verdad desea la mayor parte de la población católica actual: una institución poderosa, afecta a los amos del mundo que garantizan su subsistencia y la continuidad del culto, dentro de la cual unos santos hombres y unas santas mujeres dedican su vida a paliar los sufrimientos de las víctimas de esos mismos amos, lavándole así la cara a la cúpula vaticana y a quienes la siguen.
De ser como decimos, huelgan críticas, porque el triunfo de la Iglesia constantiniana resulta incuestionable. El Papa actual será más o menos hábil, pero no es sino uno más de los que ha habido y posiblemente habrá a lo largo de los tiempos, cuya misión no es otra sino hacer que la Iglesia Católica ocupe el primer puesto en el ranking mundial de religiones.
La pregunta que nos asalta es: ¿era ésta la Buena Nueva de Jesús?
Pepcastelló
Me pregunto si este papa no será el malo de turno de la Iglesia Católica, como hasta hace poco Bush lo ha sido del imperio USA, principal baluarte del capitalismo salvaje. Si tanto uno como otro no estarán haciendo las veces de cortinas de humo que sirven para ocultar lo verdaderamente malo, que no es sino las estructuras imperiales que los sostienen.
Durante el papado de Juan Pablo II el nombre de Wojtyla ocupaba el lugar que hoy ocupa el de Ratzinger. En aquel entonces, quienes habían puesto sus esperanzas en el Vaticano II se referían al Papa Juan XXIII con el apelativo de “el papa bueno”, algo que de algún modo venía a decir que quien entonces reinaba no lo era tanto. En cambio hoy su connivencia con el imperialismo USA y las sanguinarias dictaduras de América Latina, que tantos crímenes cometieron y tanto sufrimiento causaron, apenas se menciona. Es como si las maldades del actual papa sirviesen para echar tierra encima de las que cometió su predecesor.
Personajes como Joseph Ratzinger los hay a montones en todos los estamentos que supuestamente se ocupan del bien común. Sus comportamientos suelen despertar las más acerbas críticas, tanto en el interior de la institución a la cual pertenecen como fuera de ella. Y no obstante son ellos quienes acceden al poder. Parece evidente que algo no acaba de ir bien en las instituciones humanas. Pero en el caso de la Iglesia Católica cabe preguntarse si no es todo lo contrario, si lo que está ocurriendo en su seno no demuestra el buen funcionamiento de esta institución tal como la concibieron sus fundadores - o reconversores, si se prefiere - en el siglo tercero.
Porque de no ser así, dígaseme cómo pueden formar parte de la jerarquía eclesiástica personajes como los cardenales Cañizares y Rouco Varela, por poner sólo los que tengo más próximos. ¿Acaso han dado alguna muestra de humanidad y sentido evangélico en su quehacer eclesiástico, o más bien se han destacado por sus posicionamientos políticos de derechas? ¿Acaso Juan Pablo II no aseguró la continuidad ideológica de la curia vaticana con el abundante nombramiento de cardenales de tendencia similar a la de los mencionados? ¿Se equivocó al nombrarlos?
Mirando bien la relevancia que la Iglesia ha tenido a lo largo de los siglos no parece razonable pensar que pueda ser consecuencia de un cúmulo de errores sino más bien de muy pensados aciertos. ¿Acaso lo que se propuso Constantino al convocar su concilio fue llevar el revolucionario mensaje de Jesús hasta el último rincón de su imperio? ¿O fue instaurar un cristianismo domesticado, nada profético, dogmático, autoritario, clasista, en el cual las bienaventuranzas reales son los bienes materiales y la espiritualidad consiste en la contemplación del más allá mediante los goces que proporciona el culto a un Dios providente, cuya voluntad es poner en esta vida a los desheredados al servicio de los poderosos, para compensárselo luego en el cielo si han sido buenos, obedientes y sobretodo sumisos?
La consecuencia lógica del capitalismo es el neoliberalismo. La consecuencia lógica de un cristianismo hecho a medida del Imperio ha sido esta Iglesia Católica que lleva ya diez y seis siglos predicando un mensaje que se niega a asumir en toda su profundidad y amplitud: «Amaos los unos a los otros, bienaventurados los pobres, bienaventurados los mansos, bienaventurados...» ¿Puede alguien indicarle al hereje impenitente que esto escribe, dónde encontrar estas enseñanzas en el modelo de vida que se proyecta desde el Vaticano?
Que nadie me cite encíclicas, por favor, porque una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace. De ahí que el evangelio nos remita a los hechos para discernir a las personas que los llevan a cabo, no a sus discursos. Ahora bien, puesto que los hechos están tan claros que hace falta querer estar ciego para no verlos, cabe pensar si no es ésta la Iglesia que de verdad desea la mayor parte de la población católica actual: una institución poderosa, afecta a los amos del mundo que garantizan su subsistencia y la continuidad del culto, dentro de la cual unos santos hombres y unas santas mujeres dedican su vida a paliar los sufrimientos de las víctimas de esos mismos amos, lavándole así la cara a la cúpula vaticana y a quienes la siguen.
De ser como decimos, huelgan críticas, porque el triunfo de la Iglesia constantiniana resulta incuestionable. El Papa actual será más o menos hábil, pero no es sino uno más de los que ha habido y posiblemente habrá a lo largo de los tiempos, cuya misión no es otra sino hacer que la Iglesia Católica ocupe el primer puesto en el ranking mundial de religiones.
La pregunta que nos asalta es: ¿era ésta la Buena Nueva de Jesús?
Pepcastelló