El teólogo suizo explica en esta nota porqué Benedicto XVI debería emular al presidente norteamericano, reconocer la crisis y proponer una esperanza de renovación.
En muy poco tiempo el presidente Barack Obama ha logrado sacar a Estados Unidos de un estado de desaliento y concretar una cantidad de reformas retrasadas, presentando una visión esperanzada creíble e introduciendo un cambio en la política interna y externa de Estados Unidos.
Las cosas son distintas en la Iglesia Católica. El ambiente es opresivo y el atraso en las reformas resulta paralizante. Después de casi cuatro años en funciones, mucha gente ve al Papa Benedicto XVI como otro George W. Bush. No es coincidencia que el Papa haya celebrado su cumpleaños 81 en la Casa Blanca.
Tanto Bush como el Papa son incorregibles en cuestión de control de natalidad y aborto, son adversos a la implementación de cualquier reforma seria, autocrática y sin transparencia en la manera en que han ejercido sus respectivas funciones, restringiendo las libertades y los derechos humanos.
Al igual que Bush en su tiempo, el Papa Benedicto también sufre de una creciente falta de confianza. Muchos católicos ya no esperan nada de él.
Lo que es peor, con su reciente decisión de retirar la excomunión a cuatro obispos tradicionalistas que fueron consagrados ilegalmente sin autorización papal, el Papa Benedicto ha confirmado todos los temores que provocó al ser elegido. El 4 de febrero, en respuesta a la controversia global provocada por la decisión, el Vaticano anunció que uno de los más controvertidos de los cuatro -el obispo Richard Williamson, un británico- debía distanciarse de su ahora notoria negación del Holocausto, de lo contrario no se le permitiría actuar como obispo de la Iglesia Católica Romana. Pese a la medida conciliatoria, el Papa parece apoyar a la gente que aún rechaza la libertad religiosa afirmada por el segundo consejo ecuménico del Vaticano (conocido como Vaticano II), el diálogo con otras iglesias, la reconciliación con el judaísmo, la alta estima por el islam y otras religiones mundiales, y la reforma de la liturgia.
Avanzando en la "reconciliación" con un diminuto grupo de tradicionalistas reaccionarios, el Papa corre el riesgo de perder la confianza de millones de católicos en todo el mundo que siguen leales al Vaticano II. El hecho de que sea un papa alemán el responsable de tales indiscreciones agrava las cosas.
De nada sirve pedir disculpas después de los hechos.
Al Papa le resultaría más fácil cambiar de rumbo que al presidente de los Estados Unidos. No tiene al Congreso a su lado como cuerpo legislativo ni a la Corte Suprema como poder judicial. Es el jefe absoluto de gobierno, legislador y supremo juez en la Iglesia. Si lo quisiera, podría autorizar la anticoncepción de la noche a la mañana, permitir el casamiento de los sacerdotes, hacer posible el ordenamiento de mujeres y autorizar la asociación eucarística con las iglesias protestantes.
¿Qué haría un papa que actuara con el espíritu de Obama?
1) Afirmaría claramente que la Iglesia Católica está en una profunda crisis e identificaría el problema central: que hay muchas congregaciones sin sacerdotes; que aún no hay suficientes nuevos reclutas para ser ordenados y que hay un colapso oculto de las estructuras pastorales envejecidas como resultado de fusiones impopulares de parroquias.
2) Proclamaría la visión esperanzada de una Iglesia renovada, un ecumenismo revitalizado, un entendimiento con los judíos, los musulmanes y otras religiones mundiales, y ofrecería una evaluación positiva de la ciencia moderna.
3) Reuniría en torno de sí a los colegas más competentes, no gente genuflexa sino mentes independientes, apoyados en expertos competentes y sin temor.
4) Iniciaría inmediatamente las más importantes medidas de reforma por decreto.
5) Convocaría un consejo ecuménico para promover el cambio de curso.
Pero en realidad el contraste entre ambos es deprimente. Mientras el presidente Obama, con apoyo de todo el mundo, mira al porvenir y está abierto a la gente y el futuro, este Papa se orienta hacia el pasado, inspirado por el ideal de la iglesia medieval, escéptico sobre la Reforma y ambiguo acerca de los derechos modernos a la libertad.
Mientras que el presidente Obama se preocupa por una nueva cooperación con socios y aliados, el Papa Benedicto XVI, al igual que George W. Bush, está anquilosado en pensar en términos de amigo o enemigo. Desaira a otros cristianos de las iglesias protestantes al negarse a reconocer sus comunidades como iglesias. El diálogo con los musulmanes no ha ido más allá de una confesión de "diálogo". Las relaciones con el judaísmo se han visto profundamente dañadas.
Mientras que el presidente Obama irradia esperanza, promueve actividades cívicas y propone una nueva "era de responsabilidad", el Papa Benedicto está aprisionado en sus temores y quiere limitar la libertad de la gente lo más posible, para establecer una "era de restauración".
Mientras que el presidente se pone a la ofensiva usando la constitución y la gran tradición de su país como base para pasos audaces de reforma, el Papa Benedicto está interpretando los decretos del Consejo de Reforma de 1962-1965 en un sentido que significa un retroceso, mirando hacia el Consejo conservador de 1870.
Pero debido a que el Papa Benedicto XVI no es ningún Obama, para el futuro inmediato necesitamos lo siguiente: un episcopado que no oculte los problemas manifiestos de la Iglesia, sino que los mencione abiertamente y los aborde enérgicamente a nivel diocesano; teólogos que colaboren activamente en gestar una visión futura de nuestra Iglesia y que no teman hablar y escribir la verdad; pastores que se opongan a las cargas excesivas impuestas constantemente por la fusión de muchas parroquias y que asuman valientemente su responsabilidad como pastores y, finalmente, mujeres que confiadamente hagan uso de las posibilidades de su influencia.
¿Pero podemos hacer esto realmente? Sí, podemos.
Traducción: Gabriel Zadunaisky
© Hans Kung 2009, distribuido por The New York Times
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1099759
Comentarios y FORO...
En muy poco tiempo el presidente Barack Obama ha logrado sacar a Estados Unidos de un estado de desaliento y concretar una cantidad de reformas retrasadas, presentando una visión esperanzada creíble e introduciendo un cambio en la política interna y externa de Estados Unidos.
Las cosas son distintas en la Iglesia Católica. El ambiente es opresivo y el atraso en las reformas resulta paralizante. Después de casi cuatro años en funciones, mucha gente ve al Papa Benedicto XVI como otro George W. Bush. No es coincidencia que el Papa haya celebrado su cumpleaños 81 en la Casa Blanca.
Tanto Bush como el Papa son incorregibles en cuestión de control de natalidad y aborto, son adversos a la implementación de cualquier reforma seria, autocrática y sin transparencia en la manera en que han ejercido sus respectivas funciones, restringiendo las libertades y los derechos humanos.
Al igual que Bush en su tiempo, el Papa Benedicto también sufre de una creciente falta de confianza. Muchos católicos ya no esperan nada de él.
Lo que es peor, con su reciente decisión de retirar la excomunión a cuatro obispos tradicionalistas que fueron consagrados ilegalmente sin autorización papal, el Papa Benedicto ha confirmado todos los temores que provocó al ser elegido. El 4 de febrero, en respuesta a la controversia global provocada por la decisión, el Vaticano anunció que uno de los más controvertidos de los cuatro -el obispo Richard Williamson, un británico- debía distanciarse de su ahora notoria negación del Holocausto, de lo contrario no se le permitiría actuar como obispo de la Iglesia Católica Romana. Pese a la medida conciliatoria, el Papa parece apoyar a la gente que aún rechaza la libertad religiosa afirmada por el segundo consejo ecuménico del Vaticano (conocido como Vaticano II), el diálogo con otras iglesias, la reconciliación con el judaísmo, la alta estima por el islam y otras religiones mundiales, y la reforma de la liturgia.
Avanzando en la "reconciliación" con un diminuto grupo de tradicionalistas reaccionarios, el Papa corre el riesgo de perder la confianza de millones de católicos en todo el mundo que siguen leales al Vaticano II. El hecho de que sea un papa alemán el responsable de tales indiscreciones agrava las cosas.
De nada sirve pedir disculpas después de los hechos.
Al Papa le resultaría más fácil cambiar de rumbo que al presidente de los Estados Unidos. No tiene al Congreso a su lado como cuerpo legislativo ni a la Corte Suprema como poder judicial. Es el jefe absoluto de gobierno, legislador y supremo juez en la Iglesia. Si lo quisiera, podría autorizar la anticoncepción de la noche a la mañana, permitir el casamiento de los sacerdotes, hacer posible el ordenamiento de mujeres y autorizar la asociación eucarística con las iglesias protestantes.
¿Qué haría un papa que actuara con el espíritu de Obama?
1) Afirmaría claramente que la Iglesia Católica está en una profunda crisis e identificaría el problema central: que hay muchas congregaciones sin sacerdotes; que aún no hay suficientes nuevos reclutas para ser ordenados y que hay un colapso oculto de las estructuras pastorales envejecidas como resultado de fusiones impopulares de parroquias.
2) Proclamaría la visión esperanzada de una Iglesia renovada, un ecumenismo revitalizado, un entendimiento con los judíos, los musulmanes y otras religiones mundiales, y ofrecería una evaluación positiva de la ciencia moderna.
3) Reuniría en torno de sí a los colegas más competentes, no gente genuflexa sino mentes independientes, apoyados en expertos competentes y sin temor.
4) Iniciaría inmediatamente las más importantes medidas de reforma por decreto.
5) Convocaría un consejo ecuménico para promover el cambio de curso.
Pero en realidad el contraste entre ambos es deprimente. Mientras el presidente Obama, con apoyo de todo el mundo, mira al porvenir y está abierto a la gente y el futuro, este Papa se orienta hacia el pasado, inspirado por el ideal de la iglesia medieval, escéptico sobre la Reforma y ambiguo acerca de los derechos modernos a la libertad.
Mientras que el presidente Obama se preocupa por una nueva cooperación con socios y aliados, el Papa Benedicto XVI, al igual que George W. Bush, está anquilosado en pensar en términos de amigo o enemigo. Desaira a otros cristianos de las iglesias protestantes al negarse a reconocer sus comunidades como iglesias. El diálogo con los musulmanes no ha ido más allá de una confesión de "diálogo". Las relaciones con el judaísmo se han visto profundamente dañadas.
Mientras que el presidente Obama irradia esperanza, promueve actividades cívicas y propone una nueva "era de responsabilidad", el Papa Benedicto está aprisionado en sus temores y quiere limitar la libertad de la gente lo más posible, para establecer una "era de restauración".
Mientras que el presidente se pone a la ofensiva usando la constitución y la gran tradición de su país como base para pasos audaces de reforma, el Papa Benedicto está interpretando los decretos del Consejo de Reforma de 1962-1965 en un sentido que significa un retroceso, mirando hacia el Consejo conservador de 1870.
Pero debido a que el Papa Benedicto XVI no es ningún Obama, para el futuro inmediato necesitamos lo siguiente: un episcopado que no oculte los problemas manifiestos de la Iglesia, sino que los mencione abiertamente y los aborde enérgicamente a nivel diocesano; teólogos que colaboren activamente en gestar una visión futura de nuestra Iglesia y que no teman hablar y escribir la verdad; pastores que se opongan a las cargas excesivas impuestas constantemente por la fusión de muchas parroquias y que asuman valientemente su responsabilidad como pastores y, finalmente, mujeres que confiadamente hagan uso de las posibilidades de su influencia.
¿Pero podemos hacer esto realmente? Sí, podemos.
Traducción: Gabriel Zadunaisky
© Hans Kung 2009, distribuido por The New York Times
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1099759
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