jueves, 5 de febrero de 2009

Paraguay: Miedo al cambio


El 80 por ciento de la población paraguaya que, de una u otra manera está inserta en el tema político, se manifiesta públicamente y hasta con cierta estridencia, a favor del cambio en la conducción de los más importantes asuntos del país pero, por diferentes motivos, la mayoría le teme y, en buena medida, obstaculiza.

Esa constatación se produce al cumplirse, en este inicio de febrero, 20 años del inicio de la transición hacia la democracia, que generó el derrocamiento, más exactamente desplazamiento, del tirano General Alfredo Strossner.

A la vista del resultado, puede concluirse que, en definitiva, fue un golpe con actores locales pero diseñado por servicios de inteligencia de potencias extranjeras, deseosas de blanquear a la retrógrada clase política local y a las instituciones que habían hecho posible la ignominia del Plan Cóndor.

Strossner fue sustituido por sus más allegados colaboradores quienes pasaron a operar en la sangría y empobrecimiento del pueblo con métodos delictivos más modernos. En actos públicos, los cabecillas del golpe, jerarcas en el latrocinio estronista, celebran estos días su epopeya gozando de total impunidad.

El sello autoritario de “el rubio”, como se le conoció al tirano, por su descendencia germánica, ha permanecido intacto en el funcionamiento de los dos grandes partidos, el colorado, gobernante hasta el pasado 15 de agosto, y el liberal.

Un amigo del exiliado de lujo en Brasilia, junto a su hijo el Coronel Gustavo Strossner, ambos en poder de una inmensa fortuna, cuenta que un día, al mirar un diario con la foto del nuevo Gobierno Paraguayo, el octogenario “padre de la patria”, manifestó que sólo faltaba él.

No estaba él, pero si permanecían sus métodos corruptos y su mecánica delictiva, que penetraron a amplios estamentos sociales, por lo cual la transición, en sus 19 años, resultó una estafa de las esperanzas populares.

En primer lugar, los herederos reaseguraron todas las fortunas malhabidas de las familias de civiles y militares, que fueron la columna vertebral de la tiranía. El Gatopardo del Príncipe Lampedusa inspiró incluso al propio tejido de las ONG.

El golpe de la noche del dos de febrero de 1989, posibilitó la libertad de prensa y de los partidos políticos y sindicatos, con lo cual neutralizó a la oposición más radical, pero, en cambio, preservó la represión de muchos movimientos populares que, incluso, hasta hoy sufren torturas y el asesinato de militantes de las organizaciones campesinas que reclaman tierra y una reforma agraria que nada vaticina próxima.

Cambio si y ahora, pero sin aportar nada

El alto porcentaje de los partidarios del cambio se verificó en las elecciones nacionales del 20 de abril pasado y se confirma todos los días a través de la prensa, en la postura de los movimientos sociales, de las organizaciones campesinas y sindicales, en los discursos políticos de la oposición y hasta en el mundillo judicial.

Todo el mundo paraguayo, o casi, está a favor del cambio, pero la mayoría rechaza toda insinuación de desbordar el simple marco electoral. Para muchos, el cambio se cumplió sacando al Partido Colorado, para ocupar su lugar, en una estrategia de clonación de la rapacidad, en todos los espacios de la superestructura estatal.

En estos 20 años, buena parte de la otrora oposición ha actuado en forma similar al grupo de militares colorados que desplazó a Strossner. Mismo discurso de traer la democracia y la justicia social, dulce caramelo para un pueblo huérfano de las mismas, cuando en la práctica se continuó la explotación del Estado como una empresa particular, familiar o de un grupo de amigotes.

Ejemplos irrefutables de esa amoralidad se constatan, casi exclusivamente, en la patronal de prensa, en el Parlamento y en el Poder Judicial, congeladamente sometidos a los intereses de grupos delictivos, narcotráfico y contrabandos, abrazados a los viejos vicios de la venalidad y mediocridad intelectual.

La oposición al cambio, paradójicamente también se encuentra en el seno mismo de la Alianza Patriótica para el Cambio (APC), una suma heterogénea con la que ganó las elecciones el Presidente Fernando Lugo.

La mayor fuerza electoral de la APC, el Partido Liberal, en los cinco meses y medio del nuevo gobierno, es uno de los obstáculos mayores a los intentos de conformar una fuerza política unificada en torno al Jefe de Estado. Coincide con los planes de la oposición de impedir que se afiancen los nuevos administradores.

El Partido Colorado perdió en las elecciones por implosión, más que por cualquier otro factor externo. Similar amenaza rodeaba, en ese momento, al Partido Liberal, al que habría salvado la decisión de la mayoría de sus adherentes que apoyaron a los dirigentes partidarios de la candidatura presidencial de Lugo, a quien veían como una tabla de salvación y proyección para el país y para el propio Partido.

Enfrentado a esa mayoritaria opinión, estaba y de hecho está, el Presidente del Partido (con licencia), Federico Franco, quien resultó, en virtud de su posición orgánica, el candidato a conformar la dupla presidencial. Llegó a decir a la prensa “por ahora él es el Presidente”, sin (?) cuidarse de los planes golpistas que planean.

En suma, el objetivo de la corriente liberal encabezada por el hoy Vicepresidente de la República, era derrocar a los colorados, sin que ello contemplara una estrategia de cambios substanciales en la administración del Estado. Ello explica el grado de enfrentamientos que ha generado Franco con el Jefe de Estado.

Haciendo honor a su oficio pastoral y sin considerar las enormes contradicciones de clases que caracterizan al país y las innumeras injusticias que ello genera, Lugo intenta apaciguar los conflictos sociales, exhortando a la conciliación nacional, sin que aún haya mostrado las líneas específicas que inspiran su administración.

Con buena voluntad, intenta remendar la situación de los campesinos sin tierra, de las familias sin techos, del creciente desempleo, de los miles de niños que sobreviven en las calles, de las escuelas y hospitales derruidos y de la delincuencia institucional. Pero las urgencias requieren actos concretos que aún no aparecen.

La masa del funcionariado público, que supera las 200 mil personas, en un país con cinco millones de habitantes y un millón emigrado, se caracteriza por la ineptitud, y una grosera inoperancia, insensibilidad e indiferencia ante los problemas sociales, habituada a responder solamente a las órdenes del Partido Colorado. Ahí también se reclama el cambio, pero sólo de aumento de salario.

El empresariado, de espaldas a la grave problemática nacional, tiene un discurso populista, a favor del cambio, sin definirlo, salvo en la demanda de mejores condiciones crediticias y fiscales para aumentar sus beneficios, sin comprometerse en lo más mínimo en el proceso que impulsa Lugo y los movimientos sociales, para atender a los dos millones de connacionales que sobreviven en la miseria.

Apenas el 20 por ciento de los trabajadores percibe el salario mínimo mensual, de 220 dólares, el trabajo informal es predominante, sólo el 10 por ciento de los empleados tiene seguridad social. Un alto porcentaje de los empresarios descuenta de los sueldos la cuota que debe pagar el laburante a ese servicio, pero no la efectiviza ante el Instituto de Previsión Social, donde tampoco abona su parte.

Ese mismo empresariado, que se declara decepcionado porque los cambios no llegan, reclama ahora nuevas subvenciones al Estado, porque este año tendrá menos ganancias debido a la sequía y a la reducción de las exportaciones. El cambio sólo para ese rancio corporatismo.

Enemigos de socializar algo, ahora pretenden que el pueblo comparta las pérdidas de ganancias, cuando jamás han compartido la pérdida de alimentación, de salud, de vivienda, de educación y de empleo de la mitad del pueblo paraguayo.

Esa actitud egoísta acompaña el gremio docente, que reclama mejoras salariales y de condiciones de trabajo, reivindicación justificada por demás, pero sin que sus dirigentes, todos partidarios del cambio, hayan propuesto una reforma pedagógica que permita elevar el bajísimo nivel de calidad de la enseñanza.

Un par de encuestas, sitúan en más del 40 por ciento el analfabetismo funcional en Paraguay, donde el coste de los cursos, tanto en las instituciones del Estado, que siguen sin ser públicas, al igual que en las privadas, en permanente aumento, marginan de las aulas a las personas sin recursos económicos. Sin saber leer y escribir se sobrevive, pero sin comida es imposible.

Se promueve al alumnado por su capacidad de memorización, sin enseñarle a razonar, hábito difícil de adquirir sin saber leer o sin comprender lo que se lee. El Ministerio de Educación, que hasta hace poco tiempo también era de Culto, ha eliminado en estos 20 años la repetición, a los efectos de presentar informes de exitosa alfabetización a la financiación externa.

José Antonio Vera
http://www.argenpress.info/2009/02/paraguay-miedo-al-cambio.html

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