En la entrevista realizada a Leonardo Boff por Sergio Ferrari y Beat Tuto Wehrle (ver PreNot 8018 del 090313) el teólogo brasileño afirma que “No hay que dejar que la espiritualidad sea el monopolio de las religiones, sino un dato antropológico”
Ese concepto lo expresa al expresar “que una ética no se impone si no hay un áurea de espiritualidad” explicitando que es “Un sentido más amplio de la vida” ene. que “Estamos enganchados con algo que trasciende el mundo, somos seres en una serie infinita de acción que sólo descansan cuando identifican esa realidad más trascendente y ven lo que está por detrás”.
La propuesta de Boff es revolucionaria aún cuando las dirigencias eclesiásticas no la tomen en cuenta y sea recibida como un abuso del pensamiento o del estilo literario.
La espiritualidad es considerada como un área intrínseca de la religión. En el caso del cristianismo como algo esencial de esa expresión religiosa y que solo se logra si se inserta en él. Más aún, suele ser colocada como el camino a la salvación.
Cuando Boff sostiene que no debe dejarse que las religiones monopolicen la espiritualidad está afirmando que ella, la religión y en el caso concreto del cristianismo, no la tiene como propiedad privada.
Siglos atrás la Iglesia se sentía propietaria de la interpretación cósmica, hasta que alguien comprobó que la tierra no era el centro del universo. Con ese dato desplazó, junto al planeta tierra, al ser humano ya que este era considerado centro de la tierra y por lo tanto centro del universo. La jerarquía eclesiástica se alteró a lo sumo ya que ella se consideraba dueño del ser humano y por tanto del universo. Sintió en lo hondo el proceso de las relaciones líquidas mucho tiempo antes que las proclamara Zygmunt Barman.
En su rito de sobrevivencia la Iglesia se acomodó y amplificó otro polo de poder que había tenido más o menos en segunda prioridad. La interioridad del ser humano le pertenecía. Ese mundo tan profundo que ya preocupaba al salmista cuando descubrió que tenia un mundo interior que no conocía y que, en el lenguaje de su tiempo, lo denominó “los pecados no conocidos”
Hete aquí que décadas posteriores al que reubicó la tierra en el universo, surge alguien que se introduce en esa interioridad y establece lógicas de pensamiento y certifica mecanismos para tratarla y caminos para curar o mitigar las dolencias de la interioridad humana.
El conocerse a sí mismo, saber que pasa con ese mundo tan amplio como profundo, pasa a manos de especialistas. Curas y pastores, obispos y monseñores se rasgan las vestiduras por el avance de los nuevos Aníbal que cruzan los Alpes del asombro para tomar la Roma que es propiedad privada de los eclesiásticos.
Ahora, cuando todavía no terminaban de reubicarse del tronar de los elefantes de los bárbaros. Cuando habían logrado autoproclamarse propietarios del sagrado espacio de la espiritualidad dentro de la interioridad humana, llega alguien, de un país que no es de Europa, que provee excelentes jugadores de fútbol pero no le es permitido tener pensadores, para proclamar a los cuatro vientos que la espiritualidad es propiedad de todo ser humano.
En la lógica de no perder el poder sobre la vida de los humanos, de seguir siendo la madre de todos (porque ellos utilizan pocas veces el término todas), de mantener el dedo índice en tono acusador, se encuentran con el reclamo de compartir cooperativamente su posesivo reducto de la espiritualidad.
La jerarquía eclesiástica, de cualquier iglesia, percibe que tiene dos problemones a resolver.
Uno el reconocimiento de la espiritualidad como de todos y todas, “dato antropológico” según Boff.
El otro el de revisar el valor real de sus ejercicios y prácticas de la denominada espiritualidad cristiana. Entre los descubrimientos que aparecerán seguro que no faltará el eje de la sumisión, impreso en tantas oraciones y gestos como el beso del anillo, “y si el pastor lo dice”, el “hay que ser obediente”, cerrar los ojos –no ver nada– cuando se ora, arrodillarse para tomar la comunión. Palabras y actos gestuales incorporados desde las estructuras sociales de ser sumisos ante el poderoso de turno.
No solo habrá que otear como se desarrolla y vive la espiritualidad en otras religiones, sino como la desarrolla y vive el ateo y la atea, el agnóstico y la agnóstica y los y las indiferentes. Razón tiene Boff al hablar del “dato antropológico” que tiene antecedentes en Victor Frankl, Erich Fromm y hasta en el dignísimo Michel Onfray, por nombrar algunos a los que se pueden agregar Jean Paul Sartre y Albert Camús.
Es difícil, para no decir imposible, que las jerarquías eclesiásticas vean en la cita de Boff el movimiento del Espíritu, viento que sopla desde donde no se espera, y si que reaccionen fortificando sus muros porque detrás de ellos creen que pueden conservar el poder y el boato.+ (PE)
Domingo Riorda
09/03/13 - PreNot 8020
Agencia de Noticias Prensa Ecuménica
www.ecupres.com.ar
Comentarios y FORO...
Ese concepto lo expresa al expresar “que una ética no se impone si no hay un áurea de espiritualidad” explicitando que es “Un sentido más amplio de la vida” ene. que “Estamos enganchados con algo que trasciende el mundo, somos seres en una serie infinita de acción que sólo descansan cuando identifican esa realidad más trascendente y ven lo que está por detrás”.
La propuesta de Boff es revolucionaria aún cuando las dirigencias eclesiásticas no la tomen en cuenta y sea recibida como un abuso del pensamiento o del estilo literario.
La espiritualidad es considerada como un área intrínseca de la religión. En el caso del cristianismo como algo esencial de esa expresión religiosa y que solo se logra si se inserta en él. Más aún, suele ser colocada como el camino a la salvación.
Cuando Boff sostiene que no debe dejarse que las religiones monopolicen la espiritualidad está afirmando que ella, la religión y en el caso concreto del cristianismo, no la tiene como propiedad privada.
Siglos atrás la Iglesia se sentía propietaria de la interpretación cósmica, hasta que alguien comprobó que la tierra no era el centro del universo. Con ese dato desplazó, junto al planeta tierra, al ser humano ya que este era considerado centro de la tierra y por lo tanto centro del universo. La jerarquía eclesiástica se alteró a lo sumo ya que ella se consideraba dueño del ser humano y por tanto del universo. Sintió en lo hondo el proceso de las relaciones líquidas mucho tiempo antes que las proclamara Zygmunt Barman.
En su rito de sobrevivencia la Iglesia se acomodó y amplificó otro polo de poder que había tenido más o menos en segunda prioridad. La interioridad del ser humano le pertenecía. Ese mundo tan profundo que ya preocupaba al salmista cuando descubrió que tenia un mundo interior que no conocía y que, en el lenguaje de su tiempo, lo denominó “los pecados no conocidos”
Hete aquí que décadas posteriores al que reubicó la tierra en el universo, surge alguien que se introduce en esa interioridad y establece lógicas de pensamiento y certifica mecanismos para tratarla y caminos para curar o mitigar las dolencias de la interioridad humana.
El conocerse a sí mismo, saber que pasa con ese mundo tan amplio como profundo, pasa a manos de especialistas. Curas y pastores, obispos y monseñores se rasgan las vestiduras por el avance de los nuevos Aníbal que cruzan los Alpes del asombro para tomar la Roma que es propiedad privada de los eclesiásticos.
Ahora, cuando todavía no terminaban de reubicarse del tronar de los elefantes de los bárbaros. Cuando habían logrado autoproclamarse propietarios del sagrado espacio de la espiritualidad dentro de la interioridad humana, llega alguien, de un país que no es de Europa, que provee excelentes jugadores de fútbol pero no le es permitido tener pensadores, para proclamar a los cuatro vientos que la espiritualidad es propiedad de todo ser humano.
En la lógica de no perder el poder sobre la vida de los humanos, de seguir siendo la madre de todos (porque ellos utilizan pocas veces el término todas), de mantener el dedo índice en tono acusador, se encuentran con el reclamo de compartir cooperativamente su posesivo reducto de la espiritualidad.
La jerarquía eclesiástica, de cualquier iglesia, percibe que tiene dos problemones a resolver.
Uno el reconocimiento de la espiritualidad como de todos y todas, “dato antropológico” según Boff.
El otro el de revisar el valor real de sus ejercicios y prácticas de la denominada espiritualidad cristiana. Entre los descubrimientos que aparecerán seguro que no faltará el eje de la sumisión, impreso en tantas oraciones y gestos como el beso del anillo, “y si el pastor lo dice”, el “hay que ser obediente”, cerrar los ojos –no ver nada– cuando se ora, arrodillarse para tomar la comunión. Palabras y actos gestuales incorporados desde las estructuras sociales de ser sumisos ante el poderoso de turno.
No solo habrá que otear como se desarrolla y vive la espiritualidad en otras religiones, sino como la desarrolla y vive el ateo y la atea, el agnóstico y la agnóstica y los y las indiferentes. Razón tiene Boff al hablar del “dato antropológico” que tiene antecedentes en Victor Frankl, Erich Fromm y hasta en el dignísimo Michel Onfray, por nombrar algunos a los que se pueden agregar Jean Paul Sartre y Albert Camús.
Es difícil, para no decir imposible, que las jerarquías eclesiásticas vean en la cita de Boff el movimiento del Espíritu, viento que sopla desde donde no se espera, y si que reaccionen fortificando sus muros porque detrás de ellos creen que pueden conservar el poder y el boato.+ (PE)
Domingo Riorda
09/03/13 - PreNot 8020
Agencia de Noticias Prensa Ecuménica
www.ecupres.com.ar
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