lunes, 31 de marzo de 2008

El gran abismo

Pepcastelló

Aquí donde yo vivo hay un profundo abismo entre el mundo religioso y el profano. Es difícil salvarlo. Querer aproximar esos dos mundos es como querer mezclar el agua y el aceite.

Sin entrar a analizar las causas de esa separación, porque sería largo y daría lugar a desacuerdos difícilmente superables, es fácil observar que mientras en el mundo profano se confía tan sólo en el hacer humano y se busca por encima de todo el bienestar material, especialmente el propio, en el mundo religioso, pese a que se viva más o menos de igual modo, se afirma la existencia de ese Dios que dicen rige el Universo y que cuida de sus humanas criaturas.

No voy a entrar en teologías, que no es lo mío, pero si no ando muy errado sé que hay maneras de entender la fe que son capaces de hermanar el pensamiento religioso con el laico. No obstante, la doctrina oficial de la Iglesia Católica y Romana, principal representación cristiana en el ámbito geográfico desde donde escribo, sigue siendo la misma que abrió esa profunda brecha entre los dos mundos. La doctrina y la acción política, que si de la doctrina tan sólo se tratase poco daño tendríamos que esperar.

No me cabe la menor duda de que la Humanidad está desatendiendo peligrosamente la dimensión espiritual de la persona, esa dimensión de la mente que nos caracteriza como humanos. Vivimos cada vez más como animales inteligentes desde el individualismo, sin tener en cuenta nuestra pertenencia al cosmos del cual formamos parte ni a la gran familia humana de la que somos miembros inseparables. Y ese modo de vivir, que no es sino una clara muestra de poco raciocinio, tiene nefastas consecuencias para la Humanidad entera, ya que nos lleva directamente al enfrentamiento permanente de unos contra otros y a la destrucción ininterrumpida del medio natural del cual formamos parte.

El estado del mundo global en que vivimos exige con carácter de urgencia la colaboración de todos los colectivos con conciencia, religiosos y laicos. Nadie con sentido de responsabilidad debiera excluirse ni excluir a nadie de ese diálogo fraterno necesario para salvar la Humanidad en la medida que se pueda. Desde diversas esferas del mundo religioso y del profano se alzan continuamente voces alertando de cuanto aquí estamos diciendo, pero una falta de auténtica colaboración entre ambos favorece que no sean oídas, que no trasciendan a la totalidad de la población, como sería deseable, y que avance triunfante la ideología neoliberal que nos destruye. A mi ver, hoy el conocimiento humano no debiera prescindir de todo cuanto consideran esencial las diversas tradiciones religiosas, ni estas debieran prescindir de las explicaciones que la ciencia puede dar del fenómeno religioso. Pero en cambio, andan cada una por su lado. La religión, aferrada a sus mitos ancestrales. El humano saber al pragmatismo por encima de todo, sin contemplar las consecuencias deshumanizadoras que este conlleva. O por lo menos, sin conceder demasiada atención a los valores espirituales que constituyen el gran bagaje que encierra el conjunto de las religiones.

El alto grado de intolerancia mutua a la vista está. Nombrar la religión en un ambiente laico genera, en los más de los casos, un rechazo tanto más evidente cuanto más distendido es el contexto. Del mismo modo que decir a los creyentes que la religión es una elaboración cultural, y que la neurología está investigando el proceso por el que la mente humana genera los estados místicos de los cuales procede la vida religiosa equivale, a su modo de ver, a blasfemar o si más no a proponerles cambiar SU FE por ateísmo. Es evidente que ambos mundos tienen el corazón en carne viva y una extrema sensibilidad a flor de piel, y esa es una dificultad inmensa para el diálogo.

Las religiones han hecho a lo largo de los siglos sobrados méritos para que desde una óptica humanista no se quiera saber nada de ellas, y los siguen haciendo, y eso sólo ya basta en principio para explicar la prevención que despiertan en el mundo profano. Y aunque no es menos cierto que desde ese otro bando se han tomado revanchas a veces excesivas e innecesarias, en buena lógica cristiana cabe preguntar: ¿quien debe dar en el presente el primer paso?

Ese avanzar al frente comporta un riesgo grande, más en el mundo religioso que en el laico, y quienes gozan de un poder que dicen fue otorgado por el mismísimo Dios, es muy difícil que quieran asumirlo. No hay más que ver como reaccionaron a los esfuerzos humanizantes de Juan XXIII quienes le sucedieron. Una clase sacerdotal que de pronto reconociese publicamente que no está en posesión de ningún atributo superior al de los demás mortales, a buen seguro perdería su prestigio y sería rechazada por la mayoría de esa población que actualmente la venera. La gente quiere líderes, y los quiere brillantes. La idolatría forma parte de la condición humana. Está muy lejos todavía nuestra especie de ese alto grado de evolución al cual algunos visionarios como Teilhard de Chardin dicen que tiende, y nuestro innato gregarismo favorece entretanto a los más ambiciosos erigirse en líderes de la manada.

Pero si bien se mira, ese afán de revestirse de prestigio con la supuesta ayuda de la Gracia Divina que favorece el liderazgo y el triunfo terrenal, en lo religioso es pan para hoy y hambre para mañana. No hay más que ver como aumenta la increencia. Nadie que no comparta de antemano sus premisas puede dar crédito a cuanto predican quienes desde lo alto de su trono dicen estar en posesión de la verdad. La revelación que legitima de forma indiscutible las creencias predicadas, su propia potestad al considerarse a sí mismos sucesores de aquel apóstol que dicen fue elegido por el mismísimo Dios hecho hombre, el embarazo virginal de María que da origen divino a Jesús, la resurrección de Este después de su muerte y su subida al cielo, la presencia real de Cristo en la Eucaristía, y un sinfín de puntos más que la religión católica considera intocables, tal como aún hoy los predica son inaceptables para el mundo profano. Simone Weil, que era judía, señaló treinta y tantos motivos para no hacerse cristiana. Un agnóstico o un ateo no necesita tantos, pero si quisiera podría hacer una lista mucho más larga. No obstante, con el corazón en la mano yo me pregunto: ¿hace falta creerse todo eso para vivir conforme al ideario cristiano?

El problema está en ver lo que es primero y más importante, como aquí en Tambo alguien con buen juicio me señala. Para mí, que escribo desde España, y para más detalle desde Catalunya, el país de origen de Pere Casaldàliga, lo prioritario no es la pobreza material, por más que pobres sí los hay y que habrá cada vez más al paso que vamos. Aquí la mayor miseria es la moral. La pobreza de espíritu está resultando endémica en este materializado rincón del mundo que desde Roma tratan de mantener como baluarte de ese catolicismo ultramontano y batallador hacedor de fanáticos de uno y otro bando.

España es un conjunto de pueblos de tradición católica que en la actualidad forman un Estado constitucionalmente laico. El nivel de increencia es mayoritario y aplastante, incluso en la población que por estar bautizada figura censalmente como católica, y hoy se casa en la iglesia y mañana se divorcia en el juzgado. Pero hay grupos fundamentalistas muy bien vistos desde Roma que pese ser una muy reducida minoría tienen mucha influencia. Ellos, junto a la jerarquía católica, tratan de mantener la religión en el estado de privilegio medieval que tuvo durante el tiempo de la dictadura franquista, algo que consiguieron con creces en la legislatura del anterior gobierno. Sus presiones sobre el actual gobierno para imponer criterios legislativos confesionales a un estado laico son continuas, al igual que para que se de en las escuelas, a cargo del Estado, la enseñanza de ese catolicismo ancestral que asegura los privilegios de los clérigos, el cual la mayoría de la población por diversos motivos rechaza.

Tratar de mantener hoy día la religión como en los tiempos de mi niñez, cuando regía en Roma Pío XII, es a mi ver mucho más que una estupidez. Es a la vez un crimen y un suicidio. El mundo no creyente se perderá, sin duda, todo el caudal de sabiduría que podría aportarle un cristianismo evolucionado y puesto al día como el que intentó lanzar el Vaticano II, en tanto que el mundo religioso seguirá agonizando en el oscurantismo de su ancestral universo de magia y fantasía.

Qué duda cabe de que, como en todo cuanto se refiere al conocimiento, el curso de la vida acabará haciendo aflorar la verdad, y día llegará en que la religión bajará definitivamente de su pedestal y aceptará sin recelo las propuestas del mundo de la ciencia y del saber humano. Talvez entonces el mundo profano pueda llegar a aceptar sin prejuicios toda la utilidad de orden personal y colectivo que hay en la esencia de las diversas tradiciones religiosas. Talvez..., en el mejor de los casos. Pero entre tanto, ¿habrá hecho algún bien ese empeño eclesiástico de imponer a toda costa el propio credo?

Pepcastelló

Publicado en TAMBO, foro de diálogo de KOINONIA en mayo del 2005 y en ECLESALIA con fecha 17/6/2005.

http://eclesalia.blogia.com/2005/061701-abismo-1-2.php

Comentarios y FORO…

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