viernes, 14 de marzo de 2008

Semana Santa, ¿Celebración de la muerte?

Abril rojo, del joven escritor peruano Santiago Roncagliolo, es una valiosa novela que conjuga situaciones que se sucedieron en su país posterior a la lucha contra Sendero Luminoso, con la preparación y celebración de la Semana Santa. En ese entorno hay un fiscal de distrito, Félix Chacaltana, que se desvive por solucionar crímenes bajo el estricto cumplimiento de la ley a quien el comandante Carrión no sólo obstaculiza su tarea sino que procura anularla

El relato, aunque referido a personajes, situaciones y lugares ficticios, está preñado de hechos y diálogos reales. Perú ha conocido crímenes horrendos, no se han desvanecido las sensaciones de muerte, y la festividad religiosa viene a acentuar la tragedia con su constante referencia a la sangre y la muerte. Roncagliolo ha dicho “siempre quise escribir una novela sobre lo que ocurre cuando la muerte se convierte en la única forma de vida.”

Aunque Roncagliolo no se lo haya propuesto ha ido trazando un paralelismo entre la actitud que se manifiesta en la sociedad ante el crimen, la sangre, el valor mismo de la vida y lo que emerge de ciertas tenebrosas concepciones y celebraciones pascuales. Pone de manifiesto la asimilación de creencias religiosas ancestrales y sus celebraciones.

El sacerdote del pueblo cree que “los indios son insondables. Por fuera cumplen los ritos que la religión les exige. Por dentro, sólo Dios sabe qué piensan.” Cuando el fiscal pregunta “¿Y entonces qué significado le atribuyen los campesinos a la Semana Santa?” El sacerdote responde que seguramente ha llegado a ser parte de su ciclo, el mito del eterno retorno.”La tierra muere después de la cosecha y luego vuelve a nacer para la siembra. Sólo disfrazan a la Pachamama con el rostro de Cristo.” Pero los cristianos, explica el cura, “Celebramos la muerte de Cristo y la representamos para morir con él.” Y luego añade: “La celebramos porque no creemos en ella en realidad, porque la consideramos la transición hacia la vida eterna, una vida más real.”

No obstante las celebraciones transcurren llenas de sufrimiento y sangre. Durante el Lunes Santo se recuerda “un acto de dolor”. El martes se participa en la procesión del Señor de la Sentencia, “la imagen de un Cristo capturado por los judíos… manos atadas y signos de tortura.” En otro momento, se mencionan “siete puñales en el pecho de la Virgen Dolorosa” recordando los siete dolores que la pasión de Cristo produce en su madre.

El fiscal Chacaltana, en su búsqueda por resolver los crímenes, ha logrado acceder a la prisión donde está Hernán, uno de los terroristas apresados. Hernán le pregunta si allá afuera es Semana Santa, mientras le recuerda a Chacaltana el pasaje de Evangelio cuando Jesús echa a los mercaderes del templo. El fiscal, entonces, quiere saber “¿Hay… alguna relación entre su movimiento y alguna profecía religiosa?” En realidad, sólo quiere saber ¿el terrorista sabe qué le ha de pasar después de la muerte? Hernán responde con una historia contada por Arguedas en la cual el patrón después de su muerte se ve obligado a pagar por los sufrimientos infligidos a sus esclavos. Y concluye: “Eso debe ser la justicia divina, el lugar donde todo se vuelve al revés, donde los derrotados se vuelven vencedores.” Pero el fiscal, no queda conforme. Su mundo legal de penas y culpas se reduce a “Eso es un cuento. Yo me refería a si cree usted en el cielo o en la resurrección.”

Mientras tanto la celebración de la Semana Santa se alimenta en la creencia de la transitoriedad de esta vida y en la esperanza de conseguir la vida eterna. Por lo tanto, el dolor que se recibe, pero también el dolor que se provoca, la sangre que se derrama, se justifican por esa purificación de un Cristo sangrante y doliente, el de las tétricas imágenes que recorren el pueblo atrayendo a turistas ávidos de emociones. Así el sacerdote busca justificar los cuerpos incinerados de los terroristas en los sótanos de su iglesia cuyo secreto ha estado bien guardado en la comunidad. Bajo la concepción autoritaria y dominante de la sociedad la persecución y la muerte se justifican en sí mismas. Por eso el comandante Carrión considera que “Este lugar está condenado a bañarse en sangre y fuego para siempre”

Mientras Chacaltana ha ido llenando cuartilla tras cuartilla, con cuidadoso lenguaje legal el desarrollo de sus investigaciones, el comandante Carrión ha ido completando un diario personal con hondas confesiones salpicadas de reiterados errores gramaticales. Ese diario refleja una íntima conexión con la concepción de estas celebraciones en el pueblo. “la sangre no nos hase daño, asta un imbécil como tú puede comprender la fuerza de lo que estamos haciendo, estamos creando un mundo nuevo… cada vida, cada uno de los caídos, se acumula en la historia y se disuelve en ella, como las lágrimas en la lluvia, y es savia para que bibamos los que habremos de morir…” Y hacia el final de sus confesiones está convencido que “…los grandes cambios son así, nasen del dolor, no quiero que pienses que esto es un castigo, no, es una penitencia, un acto de conversión, tomamos nuestras carnes y las purificamos hasta convertirlas en luz, en vida eterna…” Pero su delirio se expande: …todo acabará en nuestras manos y todo comenzará en ellas, quizá algún día, podremos derrocar a dios, y entonces nadie podrá detenernos, por siempre jamás.”

El tema del sacrificio parece una constante en la historia de la humanidad. La necesidad de responder a la ira de los dioses que reclaman que sangre. En Israel el derramamiento de sangre, se utilizaba como participación en la vida y que no tiene motivos de venganza, porque la sangre es el principio de la vida y solo se podía derramar en el altar de Dios.

En el Nuevo Testamento el sacrifico y la muerte de Cristo tienen fuertes ecos de ritos ancestrales, con la mención del “cuerpo que es partido” y “la sangre que es derramada” que se ejemplifica en el pan y el vino que se comparte en la comunidad. Sin entrar a indagar sobre su interpretación son indudables las dificultades para no caer en evocaciones de ciertos los sacrificios rituales. Pero, quizás, lo más preocupante, es como estas variadas interpretaciones han venido a dominar una concepción deshumanizante de la vida presente y han abierto la puerta a la justificación de los genocidios purificantes.

Roncagliolo en su visión sobre qué es “lo que ocurre cuando la muerte se convierte en la único forma de vida” la encuadra en la celebración de la Semana Santa, donde los ritos ancestrales se mezclan con una visión religiosa que pareciera una ratificación de todo acto contra la vida misma. Porque al negarle su importancia presente la proyecta en una incierta vida por venir, dando así justificativo a todo acto de degradación, opresión y muerte. + (PE)

Carlos A. Valle

08/03/13 - PreNot 7236

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