sábado, 1 de marzo de 2008

Las nalgas de Dios

Hace tiempo me llegó esta deliciosa leyenda africana, que quiero comentar con vosotros.

Las nalgas de Dios

Hace muchos años los hombres vivían agachados, casi a cuatro patas como los animales, porque Dios llegaba muy cerca de la tierra y llenaba el Universo entero; se acercaba hasta la altura de las vallas. Por eso el hombre vivía agachado, pero era feliz porque no conocía otra cosa y se alimentaba de Dios. Cuando tenía hambre, levantaba el brazo, daba un pellizco a la nalga de Dios, le quitaba un trozo, y se lo comía.

Así vivía el hombre.

Un día, una mujer salió de su casa con la mirada fija en el suelo, porque iba agachada, y se encontró unas semillas; las recogió, las metió en su mortero y se puso a majarlas con tan mala suerte que le dio un golpe con el mazo a una nalga de Dios.

- ¡Ay! ¡Perdona, Señor, que ha sido sin querer!

La mujer estaba confusa por el golpe que le había dado a Dios, pero éste le contestó:

- No te preocupes, mujer, que no ha sido nada.

La mujer, más tranquila, se atrevió a pedir a Dios:

- ¡Señor! Si te alejases un poco, no volvería a molestarte.

Y Dios, bondadoso y conciliador, se alejó un poco como se lo había pedido la mujer. Ésta siguió con su ocupación y cada vez más absorta en ella. Cuando más entusiasmada estaba, ¡zás!, volvió a dar otro golpe a Dios en la nalga con el mazo.

- ¡Ay! ¡Perdona, Señor, estaba distraída y se me ha escapado el mazo! No quería hacerte daño.

- Mujer, no es nada; no te preocupes, decía Dios a la mujer para tranquilizarla. Cuando lo logró, la mujer se atrevió a decirle:

- Señor, si te alejases un poco más, entonces sí que no volvería a molestarte.

Dios se alejó otro poco más y la mujer terminó de majar sus semillas, que se habían convertido en harina. La probó y la encontró tan deliciosa que se fue en busca de otras semillas con las que pudo llenar su mortero. Enseguida se dispuso a majarlas y su entusiasmo crecía por momentos. Entre cantos y palma alzó el mazo al aire para marcar el ritmo y volvió a dar un golpe a Dios en su nalga. La mujer se llevó tal susto que no sabía cómo reaccionar y balbuceando pudo decir a Dios:

- Perdona, Señor, no sé qué me pasa. Ha sido sin querer. Perdóname, no quería hacerte daño.

Dios no se enfadó. Su única preocupación era la mujer que parecía aterrada; pero cuando ésta recobró los ánimos se atrevió a decirle a Dios:

- Señor, si te alejases otro poco ya no volvería a molestarte más.

Y Dios se alejó mucho y se fue allí donde está ahora para no estorbar a la mujer que majaba sus semillas. Desde entonces, la creación pudo desarrollarse: se formaron las montañas, crecieron los árboles, y los hombres se pusieron de pié, bien erguidos. Y Dios, que era el alimento de los hombres, ya no estaba para proporcionarles su sustento. Y los hombres tuvieron que sembrar sus semillas y aprender a vivir de su trabajo.

Comentario

Mi primera sorpresa fue descubrir un pensamiento tan profundo en esta ingenua narración sobre las nalgas de Dios. Perdonad que disipe su encanto tratando de expresaros la filosofía y el humanismo que yo percibo en esta leyenda. Espero que vuestros comentarios nos descubran nuevos valores de este mito.

Hace mucho tiempo los hombres vivían agachados, como animales, porque Dios llenaba el Universo entero, y se alimentaban pellizcando las nalgas de Dios. Fue la curiosidad de una mujer por las semillas, y el sacudir la pereza de la comida fácil, lo que le hizo sentirse asfixiada por la inmensidad de Dios. Aquí no se trata de un fruto prohibido, ni del “árbol de la ciencia del bien y del mal”, sino del desarrollo de una mujer. Al erguirse deja de ser “como los animales”.

La mujer asume su “culpa” con confianza y, a pesar de sentir su pequeñez ante Dios, se atreve a pedirle que se aleje un poquito. El temeroso respeto a Dios no le hace renunciar a su invento, a su entusiasmo, a su festiva alegría. El fruto de su trabajo le resultó delicioso. En esta tradición, la mujer no introduce el pecado sino un humanismo en respetuosa confianza con Dios.

Y Dios se alejó mucho para no estorbar el desarrollo del Universo y nuestro desarrollo. Se acabó el maná de las nalgas de Dios y tenemos que vivir de nuestro trabajo. El padre comprendió que los hijos se habían hecho adultos.

Esta primitiva leyenda se anticipó a responder con un mito, -experiencia vital de su pueblo- a la pregunta de filósofos e intelectuales: ¿Dónde está Dios?

Gonzalo Haya

Comentarios y FORO…

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