Ahora que precisamente nos encontramos en tiempos de Cuaresma, es el momento de que los obispos sean consecuentes con su monserga al arengar a sus feligreses: “¡Arrepentíos! y creed en el Evangelio”.
Eso os digo yo a vosotros, tan cristianos, tan antiabortistas, tan antidivorcistas, tan antisocialistas: aznares, rajoyes, zaplanas, cascos, trillos, acebes, esperanzas, lamelas, roucos, cañizares, blázqueces... ¡arrepentíos!
Los malos políticos y los peores obispos no se arrepienten de nada. Y es porque esos especímenes tienen otra epidermis distinta al común de los mortales y además, como decía otro día, muchos no tienen conciencia. Sólo eso puede explicar tanto desvarío...
En cambio, las personas normales, a lo largo de nuestra existencia nos arrepentimos con cierta frecuencia en nuestro fuero interno de muchas cosas. Si no nos arrepentimos en el mismo momento del fracaso, lo hacemos tiempo después. Ello pese a saber que lo que hoy es desgraciado a veces acaba siendo una ventura, y al revés.
Tenemos sólo una vida y nos pasamos largas fases de la vida, sin alternativa. Pero hay otras en las que se nos presentan al mismo tiempo distintas opciones. ¿Quién no ha pensado: debí haber aceptado o no aceptado aquel trabajo o aprovechado aquella ocasión; o no debí haber convivido con ese hombre o esa mujer ni un solo día, y cosas así?
Es más, de vez en cuando pienso que si no hay otra vida después de ésta, debiera haber las suficientes y además paralelas, para hacer multitud de cosas que no hicimos y para no hacer multitud de cosas que hicimos. Si esto es así en el plano individual, ¿cómo cuando nuestra conducta afecta a colectivos enteros, no podremos causar perjuicio a terceros? Se me dirá que ahora no hablo de política, ni de religión. Justo. Es antropología o filosofía social. Pero detrás de toda filosofia social hay una filosofía personal. Y ni una ni otra son lo mismo que la ideología: ésa que profesa cada político y cada obispo pese a que éstos digan que predican evangelios. Eso, en último término, lo harían antes. Ahora se han pasado a la política. Como muchos empresarios. Las parroquias mismas están regidas por comisarios políticos y jefes de empresa de alzacuello o de paisano. Lo de menos allí es el Evangelio... Eso es lo que tiene haber pasado 40 años franquistas sin política ni sexo. Ahora todo se politiza y nada escapa a la sensualidad. Como los obispos defensores de la pederastia.
Como se comprenderá, esta visión global de la vida pública es en buena medida cuestión de mentalidad, pero sobre todo depende de la perspectiva: normalmente la que determina la edad. Es muy difícil que "vea" lo mismo la eutanasia, por ejemplo, una persona joven o madura que no presiente la muerte o la "siente" de lejos, que el sexagenario consciente de que por delante tiene de vida la séptima parte de lo vivido, con suerte y salud aceptable. O que todo lo relacionado con el aborto lo vea el macho (que no se juega nada en él y debiera por elegancia y prudencia mantenerse por definición al margen), lo mismo que la mujer a la que en el aborto a menudo le va la vida. Si la colmena fuera verdaderamente inteligente, muchas cuestiones llamadas políticas se decidirían por cada segmento de población, por edad, según recursos y por condición a través de sus respectivos representantes; debiendo abstenerse los restantes.
Por eso es casi monstruoso oírles decir a políticos de mediana edad y a clérigos provectos de postín (teniendo como tienen responsabilidades graves sobre el pensamiento social y el espíritu de la colectividad), que no se arrepienten de nada. Máxime cuando de nuestras decisiones sociales críticas (aunque sean sólo familiares) es raro que no resulte siempre alguien damnificado. Por eso lo mejor es callar sobre lo ya decidido y por otra parte ya es irreversible: se hizo así porque había muy poco o nada sobre lo que elegir, y punto. Pero por eso también, cuando hubo alternativas, ¿no es propio de locos reafirmar con contumacia, como hacen los responsables de aquella situación que vivió el Prestige, por ejemplo, que harían lo mismo pese a las pruebas nefastas de la tan nefasta decisión adoptada entonces? O, visto lo sucedido y lo que está sucediendo en Irak, ¿es de bien nacidos presumir de haber acertado en la invasión, en la persistente ocupación y en la complicidad de ambas desde 2003 hasta nuestros días? ¿No sería de humanos no ya inteligentes sino simplemente humanos decir: ¡qué horror! ¡qué error!?
Yo, personalmente, me arrepiento de muchas cosas a lo largo de mi vida, en medio de todo (y en comparación con tanto desgraciado vitalicio) triunfal. De “haberlo sabido”, hubiera vivido la vida de otra manera muy diferente. Pero sobre todo me arrepiento de no haber sabido huir a tiempo de una sociedad que, por unas u otras razones, en general permanece siempre podrida: la española. Aunque es un alivio la absolución del doctor Montes y esperemos que el Supremo impida la ilegalización de ANV...
En cualquier caso, siendo tan pocos los consuelos en la sociedad capitalista que no cesa, no pudiendo hacer apenas nada contra ella y lo poco que se hace y se protesta (de nada sirven las manifestaciones de los más diligentes) no la mueve ni un milímetro de donde siempre está, allá la canalla: yo, mire usted por dónde, me arrepiento hasta de haber nacido.
Jaime Richart
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