sábado, 9 de febrero de 2008

La felicidad como propuesta social

La definición de una nueva sociedad tendría que tener como eje al ser humano y su derecho a vivir en paz, a alimentarse, tener techo, trabajo, educación y salud.

Uno de los grandes problemas, a mi juicio, de los hombres y por ende de los partidos e ideas que les han servido de instrumentos para ejercer su poder y dictar los marcos de acción de los estados, es que las ideas se anteponen a esos derechos humanos.

Es la obsesión por el triunfo de determinadas ideas la que ha determinado el accionar político de la mayor parte de la humanidad y sus líderes políticos. Se parte, por lo general, de un concepto de sociedad cuya definición usualmente es adaptada al arbitrio de quienes tienen el poder, y en persecución de esa idea se implantan estructuras. A punta de guillotina, de guerras, de sangre y fuego, se impusieron las ideas de la Revolución Francesa, de la Revolución Americana, de la Revolución Bolchevique, de la Revolución Cubana, de la Revolución Sandinista, de la revolución “democrática” de los Noventa.

Tanta promesa en cada una, tanto que se esperaba cosechar en cada instancia y sin embargo los resultados, vistos globalmente, son supremamente pobres. Nuestro planeta avanza hacia su destrucción. Las sociedades ricas se ahogan en el consumo y en el embrutecimiento masivo del mercado y sus mecanismos de cultura de masas, homogenización y destrucción de las tradiciones culturales; los países pobres se mueren de hambre o se auto-exterminan en luchas intestinas, tribales, o se entregan al mercado vendiendo a precio de nada el sudor de sus trabajadores; la promesa de igualdad y fraternidad de la Revolución Francesa dejó de lado a las mujeres; el socialismo se impuso coercitivamente creando sociedades rígidas, estados policías autoritarios, escasez, burocracia, censura de prensa, nomenclaturas ricas y auto-complacientes, que igual que hizo la Iglesia Católica con sus lujosas iglesias, justifica el lujo y el derroche en nombre de la “solidaridad de los amigos” que, reconociendo su estatus, les suplen de casas de recreo, aviones privados y el consuelo de una vida familiar en medio de los deberes de estado, que le está negada a los súbditos desgraciados de sus reinos utópicos.

Por garantizar el triunfo ahora del cacareado “socialismo del siglo XXI”, Hugo Chávez le propone a Daniel Ortega en la última reunión del ALBA, la creación de un “ejército” para defenderse del imperio, un ejército absurdo si se considera las desigualdades y la pobreza de cada país que se propone lo integre.

¿Cómo va Nicaragua a aportar a un ejército del ALBA? ¿Serán acaso los hijos del mandatario” con funciones en el gobierno” los que integrarán ese ejército? ¿Puede nuestro país darse el lujo de semejante “defensa continental”, sólo para hacerse eco de las ideas de Hugo Chávez que pareciera empeñado en crear un conflicto, quizás porque su estatus de militar resiente su papel de civil?

Las ideas de sociedad que se nos presentan a los ciudadanos del mundo son, la verdad, a cual más deficientes, y todas, absolutamente todas, adolecen del mismo mal: no poner al ser humano al centro de la ecuación y pensar, en cambio, que más vale el triunfo de una idea que la sencilla felicidad de los humildes, los que siempre acaban como carne de cañón en estas grandes “luchas heroicas” que el género masculino sigue empeñado en librar, obcecado por la testosterona en sueños de grandeza, por quién sabe qué impulso auto-destructivo de su contenido genético.

Tengo una novela en ciernes donde las mujeres toman el poder, corren a todos los hombres del gobierno y declaran el reino de las mamacitas. Cuando los hombres se rebelan, como sería de esperar, ellas ponen estrógeno en las fuentes de agua de las ciudades para bajarles a todos la agresividad, feminizarlos y forzarlos a que saquen su lado femenino. Una utopía, por supuesto, imaginar la dulcificación de los machos, pero, por Dios, cuánto bien nos haría dejar de una vez por todas de hablar de armas y ejércitos o dejar de imponer por la vía de la fuerza, del chanchullo, o del irrespeto a constituciones e instituciones, las famosas “ideas” salvadoras. ¿Por qué no se podrá pensar simplemente en la felicidad de las personas, en las satisfacción de sus esenciales necesidades, en la contribución del rico al bienestar y elevación del pobre por la vía de los impuestos, en el imperativo de la libertad de cada quien como norma de convivencia esencial, en la responsabilidad de cada quién dentro de su comunidad de vivir con honra, decencia y respeto hacia los demás?

Es bien fácil, desde las Casas Mamón, las Casas del Pueblo, las mesas de los aviones privados, escribir recetas de Hambre Cero, Desempleo Cero y todos los otros ceros, mientras por otro lado se violenta la vida de las mujeres o se empeña la vida de los jóvenes ofreciéndolos para ejércitos a cambio del favor del rico de turno, el que tiene los petro-dólares y paga por los aviones y los hoteles de toda la parentela. Todas esas cosas que se justifican en defensa de una idea, se desploman cuando se enfrentan con la realidad miserable de las mayorías porque, si algo está claro, es que la demagogia no da de comer, ni resuelve nada.

Para seguir con las definiciones, entonces, ¿por qué no hacer de este año el año de los tres tiempos de comida, en vez del año del poder ciudadano? ¿Por qué empezar por la política, la ideología y no por lo que cualquier mujer, madre, sabe que es lo esencial? La comida de la gente.

¿Dónde reside la felicidad? ¿Cómo poner la felicidad humana al centro de la ecuación de poder? Ese es el reto.

Si hablo de feminizar la sociedad es porque esto no significa otra cosa que pensar en pequeño, pensar en lo esencial, usar la negociación y la armonía en el seno de la familia-nación y guiarse por una ética de querer y cuidar, más que por la de imponer y mandar. Aún los teóricos más académicos lo saben: sin base técnico-material no hay probabilidades de avanzar a un sistema justo y equitativo. De allí que la felicidad, una propuesta de sociedad que ponga al ser humano y sus derechos esenciales como prioridad número uno, es la base del sistema social que necesitamos, no importa como se llame.

Gioconda Belli

http://www.elnuevodiario.com.ni/blog/articulo/64

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