(APe).- Cuando amanecían los años setenta, en el interior de la provincia de Corrientes, surgieron las Ligas Agrarias.
Enseñaban a sumar y restar y también a organizar a los productores de yerba, café, arroz, tabaco y té para que las grandes empresas no los explotaran.
Desde Goya, una de las ciudades más importantes de la hermosa provincia que forma parte de
Y allí fueron bien recibidos por las familias obreras y en especial por aquellas dedicadas a la fabricación de ladrillos.
Una actividad anclada en los tiempos: trabajar con el barro y con hornos que escupen un humo muy negro que se va metiendo en el cuerpo, la sangre y la mirada de todos los que integran las familias de los ladrilleros. Con jornadas laborales que empiezan con el sol o la primera claridad y que terminan cuando llega la noche. No hay documento de identidad que resista una mirada perpleja. Siempre la mujer, el hombre y las nenas y nenes ladrilleros parecerán tener muchos más años que los números oficiales que consignan la cédula o el documento.
Los militantes de las Ligas Agrarias los quisieron organizar en sindicatos para que la explotación cesara y que la vida tuviera un gusto más dulce que el sabor amargo de la condena centenaria contra los ladrilleros.
Las tempestades desatadas contra las organizaciones políticas y sociales de entonces borraron aquellos intentos.
Y ahí están los ladrilleros a las afueras de la ciudad capital, de la hermosa Corrientes, soportando lo indecible sin tener más que las promesas que llegan cada campaña electoral.
Deolinda Gómez es una mujer ladrillera. Tiene treinta años, cuatro hijos y un compañero muy enfermo. Pero todas las mañanas hunde sus manos en el barro, respira aquel humo negro que mata de a poquito y sigue hacia delante sin saber bien qué espera más allá del hoy.
El gobierno apenas les da un kilogramo de harina, un litro de aceite, un poco de azúcar, leche y arroz. No alcanza ni para una semana. De tanto en tanto, por otro lado, les cortan los subsidios. Condenas remachadas contra los ladrilleros como Deolinda. Pero ella sigue.
Quince días haciendo ladrillos y esperando con el hambre que hace ruidos en las pancitas de sus hijos. Esperando que le vengan a comprar la producción. Y, mientras tanto, empujando a sus chicas y chicos para que no abandonen los estudios.
Como Deolinda, cientos y cientos de ladrilleros correntinos no tienen obra social ni un fondo jubilatorio.
-A los cincuenta años todos los ladrilleros están arruinados, el trabajo te deja así, y después uno no sabe qué hacer, sólo queda rebuscarse... “Por qué los gobernantes no se tocan un poco el corazón y se apiadan de nosotros. Queremos que alguien se digne a llegar hasta nuestras casas para ver cómo vivimos, entre techos de chapa y cartón... Cuando va a haber votación, todos nos visitan con su bolsita de comida y piensan que con eso nos van a comprar -termina Deolina su monólogo ante los medios de comunicación regionales.
La dignidad de Deolinda merece un presente diferente y muy superior al que le imponen los poderosos de turno. Será tiempo de nuevas organizaciones sociales y políticas capaces de proteger y darle sentido a la palabra futuro para mujeres coraje como Deolinda.
Carlos del Frade
Fuente de datos: Diario TodoCorrientes - 08-01-08
Edición: 1202 - 08/02/08
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