Cuentos para pensar
La hija de un abogado no aparecía por casa desde hacía cinco años.
Al volver, su padre le echa una tremenda bronca
- ¿Dónde has estado todo este tiempo? ¡Desgraciada! ¿Por qué no has enviado ni siquiera una carta? ¡No has telefoneado ni una sola vez!. ¡Vagabunda! No sabes cuánto ha sufrido tu madre por ti.
La muchacha, llorando, contesta
- Papá, me daba vergüenza, porque estaba trabajando como prostituta.
- ¡Qué dices! ¿Prostituta? ¡Fuera de aquí, desvergonzada, ordinaria, estás avergonzando a toda la familia, no quiero verte nunca más!
- Está bien, papá, como quieras. Yo solamente venía a traerle a mamá este abrigo de pieles, a mi hermano las escrituras de un chalecito en la playa, y a ti el BMW que está en la puerta.
- ¡Hijita! ¿en qué me decías que trabajabas?
- De prostituta, papá.
- ¡Ah, que susto me diste! ¡Había entendido que trabajabas como profesora sustituta! ¡Ven y dame un abrazo!
Comentario
El cuento impacta por sí mismo y no necesita comentario. Sin embargo, si queremos saborearlo en sus matices, podemos analizarlo.
Ante todo su humor. Si suprimimos la disparatada confusión entre “prostituta” y “profesora sustituta”, el cuento quedaría como un ejemplito moralizante que suscitaría más rechazo que aceptación. En el lenguaje del Análisis Transaccional diríamos que el humor se dirige al Niño que llevamos dentro, al Bart Simpson, que he citado en otra ocasión. Sin humor, sería una lección del estado Padre del yo –el que dice lo que hay que hacer- que nuestro Niño recibiría de mala gana.
La caricatura es otro recurso muy útil para lograr la aceptación de un aviso social. Y mejor la caricatura de otro, aunque también funciona la propia. La caricatura, la exageración del egoísmo del padre, permite que no nos identifiquemos con él, que no nos sintamos acusados de ese egoísmo; y por consiguiente que no nos defendamos.
Bajadas las defensas, percibimos que algo de ese egoísmo sí tenemos; que más de una vez nuestro juicio ético se ha dejado influir, si no por el dinero, sí por los lazos familiares, por la simpatía de una persona, o por la pertencia a una idea, a una comunidad o a un partido político. Y cuando nos dejamos influir por lo emocional –sea por egoísmo o por corporativismo- buscamos justificaciones racionales, aunque a veces resulten tan peregrinas como la del padre de nuestro cuento.
Gonzalo Haya
Comentarios y FORO…
La hija de un abogado no aparecía por casa desde hacía cinco años.
Al volver, su padre le echa una tremenda bronca
- ¿Dónde has estado todo este tiempo? ¡Desgraciada! ¿Por qué no has enviado ni siquiera una carta? ¡No has telefoneado ni una sola vez!. ¡Vagabunda! No sabes cuánto ha sufrido tu madre por ti.
La muchacha, llorando, contesta
- Papá, me daba vergüenza, porque estaba trabajando como prostituta.
- ¡Qué dices! ¿Prostituta? ¡Fuera de aquí, desvergonzada, ordinaria, estás avergonzando a toda la familia, no quiero verte nunca más!
- Está bien, papá, como quieras. Yo solamente venía a traerle a mamá este abrigo de pieles, a mi hermano las escrituras de un chalecito en la playa, y a ti el BMW que está en la puerta.
- ¡Hijita! ¿en qué me decías que trabajabas?
- De prostituta, papá.
- ¡Ah, que susto me diste! ¡Había entendido que trabajabas como profesora sustituta! ¡Ven y dame un abrazo!
Comentario
El cuento impacta por sí mismo y no necesita comentario. Sin embargo, si queremos saborearlo en sus matices, podemos analizarlo.
Ante todo su humor. Si suprimimos la disparatada confusión entre “prostituta” y “profesora sustituta”, el cuento quedaría como un ejemplito moralizante que suscitaría más rechazo que aceptación. En el lenguaje del Análisis Transaccional diríamos que el humor se dirige al Niño que llevamos dentro, al Bart Simpson, que he citado en otra ocasión. Sin humor, sería una lección del estado Padre del yo –el que dice lo que hay que hacer- que nuestro Niño recibiría de mala gana.
La caricatura es otro recurso muy útil para lograr la aceptación de un aviso social. Y mejor la caricatura de otro, aunque también funciona la propia. La caricatura, la exageración del egoísmo del padre, permite que no nos identifiquemos con él, que no nos sintamos acusados de ese egoísmo; y por consiguiente que no nos defendamos.
Bajadas las defensas, percibimos que algo de ese egoísmo sí tenemos; que más de una vez nuestro juicio ético se ha dejado influir, si no por el dinero, sí por los lazos familiares, por la simpatía de una persona, o por la pertencia a una idea, a una comunidad o a un partido político. Y cuando nos dejamos influir por lo emocional –sea por egoísmo o por corporativismo- buscamos justificaciones racionales, aunque a veces resulten tan peregrinas como la del padre de nuestro cuento.
Gonzalo Haya
Comentarios y FORO…