Revista No. 191 [10/01/08 – Editorial]
La máscara de las bellas palabras y las buenas intenciones se cae de pronto, dejando a la vista el desalmado rostro del poder. “Basta de sueños, basta de ingenuidades”, parecen decirnos los ministros y jefes de gobierno, los prestos gerentes al servicio del capital. “No se puede tener servicios dignos con tarifas rezagadas”, declaran.
Por eso, dictan aumentos. Y decretan que viajar es más caro, que comer es más caro y que el agua y la luz y hasta la sombra son verdaderos privilegios. Así van recortándose, cada vez más nítidos, dos mundos diferentes: el de los vecinos pudientes y el otro, el de los condenados al crimen del hambre, cuando no a la expulsión y eliminación.
De
Pero el Estado, en lugar de asumir su responsabilidad por los derechos no ejercidos ni garantizados, se aleja, toma distancia. Y hasta se asombra (hipócritamente) por la realidad que él mismo ha creado. Entonces habla, a través de sus lenguaraces. Habla de los incorregibles, de esos pibes que estarían, según su filosofía, condenados desde la cuna.
A continuación, planifica la muerte “natural” de toda esa vida que “sobra”. Y entonces construye un enemigo interno, un enemigo de adentro, cuyo delito principal es… existir.
Esos Pibes -nuestros Pibes- nacieron en mala hora, en lugar equivocado. Y en vez de caricias y dulzura, maman la violencia y el desprecio de un Estado que los ha declarado enemigos. Enemigos internos. Enemigos.
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