viernes, 22 de febrero de 2008

La Luciérnaga y el Grillo

Hubo un tiempo en que la noche solía hacer confidencias sobre los secretos que con la oscuridad se tejían. Algunas eran tristes y se contaban en noches nubladas sin luna, otras, que involucraban a niños y jóvenes los daba a revelar en los cuartos crecientes, aquellos que acompañaban el buen morir, solo se escuchaban en cuarto menguante y aquellos que involucraban al amor, a la vida, los dejaba la noche para contarlos a la luz de luna llena para que cada palabra tomara un especial resplandor.

Fue precisamente en una de esas noches que pude ser testigo de una muy tierna historia, contada casi como en secreto a un selecto grupo de consuetudinarios noctámbulos.

Ella nos contó que hacía mucho tiempo había tenido una relación muy estrecha con una antigua reina de la noche: la Luciérnaga.

La noche, cuando contaba sus cuentos, le gustaba darse su tiempo para crear expectativas y llamar mejor nuestra atención. Y por momentos era tal el silencio que imponía, que solo se escuchaba el titilar de alguna estrella despistada al no encontrar en que esquina del cielo pararse.

Entonces nos contó con todo lujo de detalles que la luciérnaga no siempre había alumbrado la oscuridad con sus hermosos destellos, sino que fue a partir de que los humanos perdieron su rumbo y se fueron disgregando por distintos caminos a lo largo y ancho del planeta. Recibió entonces la misión de alumbrar a los caminantes a fin de que pudiesen reencontrarse. Ella se sintió feliz de su misión y no dejó un día de cumplirla a cabalidad. Salía bien temprano al anochecer y volvía cuando comenzaban a despuntar las primeras luces. Tanto amó su misión que esa fue su razón de ser. No concibe una noche sin su luz, ni dar un paso sin provocar un destello en quien transita a su lado. Ama la noche porque le da el marco para ser resplandeciente en su andar y adora la luz porque le permite ver los ojos de los caminantes y descubrir en ellos la verdad de cada uno.

Le pasó muchas veces que las avenidas se convirtieron en pequeñas callecitas por las que nadie transitaba y muchas veces se sintió sola y desdichada, porque teniendo tanta energía a nadie podía dar luz.

Un día se encontró de casualidad con el grillo, que estaba acodado en el marco de una ventana tomándose una copita que lo ayudase a sobrellevar el frio nocturno. Era un personaje solitario y taciturno, de esos que aman la noche porque el día los encandila.

Al pasar a su lado, la luciérnaga le produjo una caricia cálida con su destello. El sintió que le ardía su corazón y descubrió que sin saberlo había esperado por ella desde el comienzo de su historia.

El grillo que siempre había sido silencioso y nunca había podido descubrir cual era su misión, solo atinó a decir con lágrimas en sus ojos ¡Gracias!, pero noto que su voz había cambiado ¿o era simplemente que hacía mucho que no se la escuchaba? De todos modos sintió que sus palabras ya no eran secas y mudas, sino que ahora tenían música y esa música era alegría para quienes la escuchaban.

La Luciérnaga nunca escucho el Gracias, pero sí escuchó la melodía del grillo ensimismado por su presencia. Ese día descubrió su misión. El pondría música a la marcha de los caminantes. Y la luciérnaga se sintió feliz, porque desde ahora iluminaría la música de su grillo.

La noche, hizo un silencio cómplice con la emoción de los amantes, y luego de tomarse su tiempo continúo diciendo que desde entonces la noche ya no es oscura ni silenciosa, sino que está iluminada por el brillo de la luciérnaga y musicalizada con el canto del grillo.

Poco a poco los noctámbulos que escuchamos la historia nos fuimos disgregando cada quien a sus lugares. Sentí que la vida era hermosa si aprendíamos a iluminar caminantes y musicalizar las palabras. Una luciérnaga y un pequeño grillo nos habían mostrado un camino. Ese día en medio de la noche se hizo la luz.

Enrique Carfagnini

Ecuador, 2008.-

Comentarios y FORO…

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