Rafael Fernando Navarro
"Madre, para descansar morir"
(A. Machado)
Llevo seis meses muerto. Desde febrero exactamente. Fue un entierro breve: mi mujer, mi hijo, tres amigos y siete conocidos. "YA DESCANSO". Una frase diez veces repetida. Como si mi vida hubiera sido un tremendo cansancio. Cuando se fueron todos, sentí la soledad boca arriba, con la tierra encima, con las flores encima, y la escarcha, y el viento y la ausencia. Incómoda postura de muerto. Helado ademán de muerto. Falta de costumbre, tal vez, de ser muerto.
En los cementerios todo es paralelo: los cipreses, los nichos, las tumbas. Como campos de olivos andaluces. Muertos seminales, abonos válidos, pero sobre todo paralelos. Soledades cercanas, casi inmediatas, que nunca se encontrarán en la intersección de una esquina. Una historia junto a otra, cada una con sus besos, su felicidad, su tristeza, su plenitud y sus sinsentido. Pero cada muerto con su muerte, sin un intercambio dialogal.
Escuché lágrimas cercanas. Golpes secos de tierra. Flores derramadas. Y los amigos susurrando: "YA DESCANSO". Como si también esa otra vida hubiera sido un tremendo cansancio. En esta inmensa cama, desconozco a quien está a mi lado, DESCANSANDO, desde hace unas horas. Así fue la vida: nos cruzamos con otros, estuvimos con otros, caminamos junto a otros, ignorándolos casi siempre a todos.
A ella nadie le habló de mi muerte. No estuvo en la breve despedida. No verá esquelas publicitarias de mi marcha. Pero estoy seguro: algún día encenderá una flor con su mirada y se besará los labios con el último viento de mis besos. Aquí soy la conciencia de un recuerdo. Pero fui la conciencia buscada por su cuerpo, por su boca de luz y por su risa.
Un muerto es un cruce de caminos, una confluencia de luces y de sombras. Un muerto es una plaza abierta y ancha con niños juguetones, viejos dormidos, muchachas asomadas a los pechos y machos encelados. Pero un muerto es, sobre todo, un silencio vertebral, un pacto del amor con la nada, un bloque de alegría grabado de tristeza.
Aquí estoy a los seis meses de muerto. Cargado de lunas, de tierra y de lágrimas viudas. CANSADO, TERRIBLEMENTE CANSADO de soportar vuestras vidas sin mí, CANSADO de ser recuerdo y fecha de un calendario. Olvidadme el mes próximo. Quiero enamorarme de la tierra que me ha tocado en herencia, del vientre ancestral y diminuto que me alberga, del útero caliente de madre primitiva. A lo mejor un día, en las afueras del alma, os crece una nostalgia, una duda, una pregunta. Entonces, a lo mejor entonces, sabréis que el mar es un muerto que os dijo adiós en febrero.
Rafael Fernando Navarro