viernes, 2 de octubre de 2009

Perspectiva educativa de la comunidad de Taizé

Josep Castelló

Si partimos de que el respeto mutuo y la colaboración son la base de la convivencia, acordaremos que deben serlo también de todo proceso educativo que se precie, dando por sabido que educar no es amaestrar sino ayudar a construir mentes capaces de vivir de una forma plenamente humana y aportar a la sociedad los logros de su persona.

Mucho estamos oyendo últimamente en pro de la “firmeza” como base de la educación, tanto en la familia como en la escuela. Tanto que a nadie podrá extrañar que en breve algunos países “civilizados” instauren de nuevo el castigo físico como recurso básico “educativo”. Una clara alerta de ello es el pretendido descenso de la edad penal a fin de poder encausar a los delincuentes menores de edad. ¡Qué tristeza tan grande produce ver como el fracaso debido a no haber sido consecuentes con los más elementales principios de equidad y justicia social se quiere remediar mediante bárbaros retrocesos en los derechos humanos!

Si esa bárbara idea triunfa, quienes comparten capas sociales más favorecidas ya no tendrán que temer que las pobres criaturas hijas del desamor y de la miseria atenten contra sus posesiones e integridad física, porque ya se ocupará de que eso no ocurra la justicia establecida por quienes gozan de los mayores privilegios sociales. Y tampoco hará falta amor y dedicación a la vez que recursos humanos para educar, sino que se podrá recurrir legalmente y en conciencia al castigo físico. Quienes tenemos ya alguna edad recordamos todavía los ensañados castigos recibidos en la escuela por maestros permanentemente malhumorados cuya pedagogía era fiel a la máxima de «la letra con sangre entra». Pues camino vamos de nuevo a ello, ya que el frustre y la irreflexión de quienes no supieron avanzar humanamente ahí nos lleva.

Frente a esto, la Comunidad de Taizé, sigue una senda bien distinta, como es el que pasa por confiar en el ser humano. Basada en el amor cristiano y forjada desde un buen comienzo en el respeto mutuo que exigía la diversidad de confesiones de quienes la fundaron y de la gente joven que querían acoger, se nos muestra como un proyecto educativo centrado en el amor, el respeto y el espíritu de colaboración que llevan a la convivencia.

Todas las actividades que allí se ofrecen van encaminadas a desarrollar en cada participante estos principios básicos: la inserción responsable en el trabajo cotidiano, el cuidado espontáneo del entorno natural y humano, la reflexión ética sobre temas básicos centrados en los intereses comunes a grupos de iguales... Todo se lleva a cabo en un ambiente de colaboración y gozosa camaradería.

Ese auténtico recreo educativo, esa permanente atmósfera de responsabilidad y colaboración fraterna no pueden por menos que calar hondo en la mente de quienes la comparten. La esperanza de que de algún modo influya en su conducta futura a lo largo de toda su vida no es baldía. Una incipiente prueba de ello nos la da la cantidad de jóvenes que repiten año tras año su asistencia en funciones de voluntariado y asumen el trabajo necesario para tener en marcha toda esa gran organización.

Quienes tenemos responsabilidades educativas, ya sean familiares o profesionales, sabemos bien cuales son las consecuencias de la permanente acción de estímulos emocionales, centrados estratégicamente en jóvenes y adolescentes, que la ideología dominante utiliza como cebo para subyugar a la población. La mayor parte de las familias carece de los conocimientos y recursos necesarios para hacer frente a semejante agresión, para educar a sus hijos en la reflexión y en la sensibilidad humana, ya que consciente o inconscientemente participa en la dinámica autodestructiva impuesta por la insensata codicia de los poderosos.

En nuestra civilización occidental cristiana apenas nadie se percata hoy de que no hace falta ser mala persona para hacer daño, sino que basta con vivir de forma irreflexiva y dócil, como vive casi todo el mundo.

Los gobiernos, sometidos a los intereses de las clases dominantes, abandonado ya hace tiempo cualquier principio que no sea conseguir un mayor crecimiento económico, se inhiben ante esta imperiosa necesidad educar en humanidad. Los programas educativos de los países que marcan las pautas del desarrollo prescinden de todos los recursos de sabiduría que la humanidad ha generado a lo largo de los tiempos y genera actualmente, con lo cual el proceso educativo se reduce a un simple proceso de instrucción.

Es a todas luces evidente que si no se emprende urgentemente un proceso de humanización a nivel mundial la Humanidad entera corre grave riesgo de desaparecer. La socialización de esa dimensión educativa es una urgencia por la cual la sociedad en peso se debe movilizar. De no hacerlo, el mundo entero sufrirá las consecuencias de haber olvidado la esencia de la dimensión humana en el proceso educativo de nuestra descendencia.

Es absolutamente necesaria y urgente una acción decidida en el campo educativo. La Comunidad de Taizé hace una labor modélica; en el mundo hay muchas organizaciones que de un modo u otro se ocupan de complementar los procesos educativos y de mejorarlos en los ámbitos que les son accesibles. Pero aun así, la educación en humanidad a nivel mundial es insuficiente. Tan sólo los gobiernos de los diversos pueblos del mundo pueden ejercer en grado suficiente esa tan necesaria acción educativa de igual modo a como han ejercido la alfabetización de las clases más humildes y proveen actualmente a la sociedad de los conocimientos necesarios para formar parte del sistema y colaborar con él.

La población responsable debiera tomar conciencia de esta carencia y exigir a sus respectivos gobiernos la creación y fomento de espacios públicos semejantes al que ofrece la Comunidad de Taizé, atendidos por personal docente debidamente capacitado, a los cuales debería concurrir obligatoriamente toda la población escolar del mismo modo que concurren a las aulas, en los cuales se dé en períodos previamente establecidos la educación humana que se desatiende en los actuales programas de instrucción aprendizaje impuestos por los intereses del sistema.

¿A qué esperamos para exigirlo?

Josep Castelló

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